El caballero escocés. Miranda Bouzo
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Название: El caballero escocés

Автор: Miranda Bouzo

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: HQÑ

isbn: 9788413489056

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СКАЧАТЬ ingleses al ver cómo realizaba esos rituales cada día antes de la batalla. Al principio lo trataban con desprecio, hasta que les demostró que aquella mano inútil no le impedía luchar. Cuando su mano derecha dejó de funcionar como antes, practicó hasta dominar la izquierda para clavar el alfiler y dominar la espada con esa mano. Su hermano Iain le había enseñado, a eso y a no rendirse nunca en la batalla.

      El fuego que los había calentado por la noche y ahuyentado a los animales casi estaba extinguido, Angus hacía guardia, avanzó hasta él y se agachó a su lado cuando cabeceaba una vez más, muerto de sueño. Con una suave patada en la pierna, lo espabiló.

      —No me he dormido —refunfuñó ante el sobresalto que le produjo el golpe.

      —Lo sé, Angus. ¿Y nuestro amigo? ¿Lo has visto?

      —Ni una señal, ni fuego. Pensé que se acercaría esta noche si no es un espía, el bosque es duro para alguien solo.

      Alistair se levantó y se acercó al borde de la colina en la que se encontraban, desde allí podía ver una amplia extensión de bosque.

      —Voy a por él.

      —¿Qué dices, Alistair? Ni siquiera sabemos quién es o si tiene buenas intenciones, ¿para qué perder el tiempo? Brian va a traer caballos, su familia es de una aldea cercana…

      —Está bien, pero en cuanto tengamos los caballos, si nos sigue, iré en busca de nuestro espía. No permitiré que un solo hombre me haga mirar hacia atrás todo el camino hacia Escocia.

      Una vez más, recorrió con sus dedos el anillo que llevaba en el pliegue interior de su tartán, lo había encontrado en su bolsa, quien lo hubiera metido en ella había podido robar todo su contenido, y sin embargo, no echaba nada en falta, ni siquiera las cartas. Solo una vez se había separado de sus cosas, y había siso en la playa cercana al castillo, era el sello de la casa de Hay, muy valioso, labrado en oro, tan pequeño que debía pertenecer a una mujer.

      Al mediodía pagaron un precio justo por los caballos a los primos de Brian y Alistair miró a sus compañeros cansados y a él mismo. Necesitaban parar unas horas, ahora que tenían caballos no tardarían en cruzar la frontera de Escocia. Seguro que aquella figura que siempre les seguía había desistido, se dijo una vez más mirando hacia el camino de entrada a la aldea. Entonces ¿por qué sentía un cosquilleo en la nuca, premonitorio y desagradable?

      Katherine se despertó temblando, solo el agotamiento había permitido que pudiera dormir, sentía todos sus músculos doloridos y la herida más grande de su pierna palpitaba, debía encontrar agua y limpiarla antes de que se infectara. Se obligó a caminar y a no mirar bajo sus botas, en las que adivinaba sus pies sangrando. Caminó con una determinación desconocida. Entre el rugido de su estómago y la sed, no había vuelto a divisar a los monjes del castillo y extrañamente se sentía más sola que en los dos últimos días, como si saber que iba tras ellos le hubiera dado fuerzas para continuar y una magia poderosa la hubiera protegido para ahora abandonarla.

      Divisó la aldea y decidió rodearla en lugar de acceder por el camino principal, entró por una calle llena de fango y lodo, entre dos casas de piedra. El olor a comida que salía de las ventanas y chimeneas se volvió insoportable, le dio un vuelco el estómago. Una mujer se asomó a la ventana y echó un cubo de agua sucia a sus pies, Katherine dio tal salto que cayó hacia atrás, espantada ante las risas de ella. No conocía ese mundo, para ella las aldeas alrededor de Hay eran un lugar amigable por el que pasear, y no aquel laberinto oscuro y embarrado donde la gente no se apartaba a su paso ni la saludaba. Aquí los niños corrían sucios de un lado a otro y se oían gritos provenientes de las casas. Todo comenzaba a oscurecerse en torno a ella, como si no fueran las nubes negras las que tapaban el sol, sino ella misma, que empezaba a comprender el precio de huir de su hogar. Paró en seco cuando varios caballos la adelantaron casi llevándola por delante, dos soldados se habían detenido y preguntaban a todo el que se cruzaba en su camino. La buscaban a ella.

      La desesperación, el hambre, la soledad. Katherine corrió en dirección contraria, todas las casas parecían iguales, y se metió por una de aquellas callejas de aspecto oscuro. Al final vio la pradera y más allá el bosque, echó a correr sin pensar más en comer o en sus pies.

      Capítulo 8

      Alistair vio a los soldados en mitad de la calle. Tenían el escudo de Hugh de Rochester grabado en sus sillas de montar, estaban demasiado lejos del castillo, parecían buscar a alguien. Con paciencia, palmeó el lomo del caballo y preparó su silla sin dejar de observarles. Oyó a los demás acercarse, debían partir antes de que los chicos decidieran acudir a la taberna y se emborracharan. Todos tenían ganas de llegar a la frontera con Escocia y no pondrían reparos en continuar tan pronto. Frunció el ceño al sacar de nuevo aquel extraño anillo que había aparecido en su bolsa, finamente labrado, con el escudo que coronaba la entrada al castillo de Hay. Se repetía que solo en un momento se había separado de sus cosas, en aquella cala cerca de la fortaleza mientras se bañaba en las aguas de la bahía. Un pesar se le instaló en el corazón, ¿quién podría haberle dejado ese anillo de gran valor? Se dio la vuelta, llevado por la intuición de sus años de luchas, y entonces vio a un muchacho demasiado delgado y bajo que, tras mirar a los soldados de Hugh con expresión aterrorizada, echaba a correr entre las casas. Demasiado delgado y demasiado bajo para ser un muchacho…

      —Angus, id sin mí. Nos encontraremos en la frontera con Escocia.

      —¿Qué dices? —respondió su amigo—. Deberíamos permanecer juntos, la aldea y los caminos están llenos de soldados.

      Alistair comprendía la reticencia de su amigo, estaban tan cerca de la frontera que el aire ya casi olía a su patria. Los ojos oscuros de Angus lo siguieron al montar y vio cómo se apoyaba en el lomo del caballo. El padre de Angus había muerto en una emboscada cerca de allí hacía unos meses, y estaba deseoso por salir de Inglaterra.

      —Tengo algo que comprobar antes de seguir.

      —Está bien, Alistair, ve y haz lo que tengas que hacer, pero no nos moveremos del muro hasta que aparezcas. No me gusta Inglaterra, ni los ingleses, ni su comida, ni nada suyo…

      Alistair sonrió a su amigo. El muro, o lo que quedaba de él, separaba desde tiempos de los romanos la vieja Inglaterra de Escocia. Desde aquel punto hasta su hogar aún les quedaría al menos una semana de viaje, pero el solo hecho de atravesarla les daría la confianza de estar en su tierra. Adelantó el caballo y agachado le tendió la mano a su amigo para cruzar los antebrazos con fuerza. Angus lo aceptó y se despidieron con un simple movimiento de cabeza. Alistair tenía que darse prisa si quería alcanzar a aquel muchacho que huía de los soldados, dentro de su pecho intuía que era ese muchachito quien los seguía desde hacía días, desde que salieron de Hay.

      Siguió las huellas hasta entrar en el bosque, había empezado a llover y debía darse prisa antes de que el rastro de las pisadas se borrara. Desde luego, no era muy cauto, huellas en línea recta, ramas rotas y piedras removidas. Alistair había ralentizado la marcha para que el caballo no se clavara ninguna rama y el animal cabeceó, lo oyó antes que él, las voces próximas de varias personas.

      —Algo tienes que llevar encima, tírame esa bolsa y te dejaremos marchar.

      Katherine sentía el corazón escapar del pecho, aquellos hombres vestidos de andrajos no se creían que no llevara nada excepto lo puesto. Apretó con fuerza sobre la cintura de los pantalones la pequeña bolsa con las únicas monedas que había conseguido sacar de Hay. Si le quitaban eso nunca podría sobrevivir, alguna aldea lo suficiente lejos de su hogar no estaría vigilada para poder comprar algo. Las СКАЧАТЬ