El caballero escocés. Miranda Bouzo
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Название: El caballero escocés

Автор: Miranda Bouzo

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: HQÑ

isbn: 9788413489056

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СКАЧАТЬ a la muerte. Ni siquiera había arena fina, sino gravilla negra, por lo que casi nadie, excepto los pescadores de la mañana, se aventuraban a ir, y menos de noche. Por eso había elegido aquel lugar como punto de partida para escapar del castillo.

      Katherine caminó agachada entre las rocas y observó la orilla bajo la luz de la luna. Apenas a unos metros había un grupo de hombres, unos salían del agua y otros esperaban sentados al resto. Los observó calzar sus botas y colocar los cinturones de sus espadas. Katherine decidió esperar a que se marcharan, ahora no podía arriesgarse a que la vieran, se cambió como pudo entre la humedad de las piedras y esperó, contando los minutos. Oía las risas de los hombres y algunas chanzas sobre el castillo y las mujeres, pero su voz no se oía clara debido a la brisa entre los riscos. Las conversaciones empezaron a alejarse y se arriesgó a levantar la cabeza. Quedaban tan solo dos hombres, uno de ellos se vestía ya; otro salió completamente desnudo del agua. Katherine se había obligado a no mirar a los anteriores, pero esta vez fue tarde para ella, abrió los ojos ante la sorpresa y el rubor tiñó sus mejillas.

      —¡Alistair! —le gritaron al hombre. La voz llegó clara hasta ella, uno de los rezagados esperaba a su compañero al final de la playa—. Tienes el mismo amor por el agua que una mujer, te quedarás como un pescado frío si sigues nadando en esas corrientes heladas.

      No oyó la contestación del aludido, lo que sí vio fue su cuerpo desnudo. Tenía el cabello largo, quizá demasiado para la moda, con el agua no supo decir su color, rubio tal vez; su rostro era hermoso, de ángulos rectos; su complexión enorme, marcada por las bandas de su cuerpo con una fina línea desde el estómago hasta… Katherine se giró para no seguir viendo aquella parte desconocida para ella. De soslayo, alguna vez había visto a los soldados en algún viaje, ¡por el cielo! Sin embargo, nada la había preparado para semejante desnudez, la de un dios griego en pleno surgimiento del mar. Volvió a mirar con curiosa inocencia, deleitada con las formas masculinas y las marcas de sus músculos, para su propio bien él se había puesto ya los pantalones y pudo por fin suspirar tranquila antes de que el corazón se le saliera del pecho.

      No debería seguir mirando, algo la atraía a seguir cada movimiento del desconocido, algo quizá familiar en su forma de moverse o sus gestos. Katherine tuvo que ponerse la mano en la boca para no gemir de sorpresa cuando vio cómo se deslizaba la camisa por aquel cuerpo hecho de granito para después colocar una capa de monje sobre sus hombros. ¿Monje? Aquel no era el cuerpo de un monje, sino el de un guerrero, con cicatrices blancas sobre su piel bronceada, resaltando a la luz de la luna, músculos en los brazos y un andar peligroso.

      —¡Podemos irnos, Angus! ¿Y el resto?

      —Nos esperan en el sendero de arriba, ¿has visto? Algo ha debido pasar, porque se ven cientos de antorchas en la playa.

      —Es San Lorenzo, estarán de fiesta en la aldea. En el castillo no se hablaba de otra cosa. —Alistair había escuchado a las mujeres que servían la cena parlotear sobre los muchachos con los que se encontrarían, todo aquel jaleo les había ayudado a pasar inadvertidos.

      —¡Vámonos antes de que se percaten de que hemos desaparecido! No me gustan los hombres que se reunían allí. Si se enteran de que les hemos robado las cartas, nos darán caza como animales. ¿Viste a esos prepotentes ingleses? ¡Cómo se jactaban de sus victorias! —Rio Angus.

      —No creo que el señor de Hay se dé cuenta hasta que no pasen unas horas, lo que no sé es por qué el mensajero no esperó a entregármelas en persona. ¿Cómo acabaron unas cartas de la reina en manos de sir John de Hay? Son tan comprometidas como peligrosas. Solo queda pensar que se las robaron al enviado de Londres.

      —Tampoco lo sé, Alistair. Lo importante es que las tenemos y podemos devolvérselas a su dueño, quizá deberíamos ir directamente a Edimburgo, sería mejor deshacerse de ellas lo antes posible.

      El más joven de los dos monjes, al que el otro llamaba Alistair, pareció pensarlo, por el silencio que se hizo entre ellos.

      —El rey no estará en Edimburgo hasta dentro de unas semanas, nos dará tiempo a volver a casa, los hombres están cansados. Prefiero poner al tanto a Edward antes de hacer nada.

      Katherine dejó de escucharlos, levantó la cabeza y los vio ir hacia el camino y desaparecer entre los arbustos. ¿Habían robado unas cartas a su padre? ¿De la reina? Cuando volvió a mirar el lugar donde los dos monjes conversaban vio que Alistair se había dejado la bolsa que llevaba en el castillo y se arriesgó. Corrió hacia ella con el corazón latiéndole apresurado. Allí estaban, en el fondo de la bolsa, un fajo de cartas atadas a un fino cordel rojo. Le dio la vuelta y las dejó caer. Llevaban el sello de la reina Elizabeth. Chasqueó la lengua regañándose, aquello no estaba bien. La actitud de ese hombre con ella, la única persona que había hecho algo por parar a Hugh. El monje de los ojos azules no merecía aquello, no sabía por qué su padre tendría aquellas cartas ni era de su incumbencia, solo sabía que ese hombre la había librado de Hugh.

      Suspiró, no debía. Corrió de nuevo hasta su refugio con el aliento entrecortado y se ocultó. Unos minutos más tarde vio cómo él volvía a la playa y, antes de coger sus cosas, miraba a su alrededor como si supiera que lo observaban. Sus amigos lo llamaron y negó con la cabeza, se dio la vuelta y ascendió a la carrera por el camino para perderse entre los árboles.

      Katherine se sintió segura para salir de su escondite y fue cuando lo notó; levantó su mano hacia la claridad de la luna: su anillo con el sello de la casa de Hay había desaparecido, debía haberlo perdido en la arena o en el mar.

      Capítulo 5

      Katherine pensó que debía haber cogido unos zapatos suyos, las botas de aquel soldado al que se las había robado le quedaban grandes. Bueno, no las había robado, las había cambiado y, desde luego, el soldado había salido ganando, sin duda, porque con lo que le darían por su pulsera se compraría unas estupendas botas a su medida.

      Los pies le ardían después de caminar hasta que el amanecer asomó por las montañas. No iba por los caminos principales para evitar a aquellos a los que su padre habría enviado a buscarla, si es que la creía viva y no ahogada en el mar. Seguía siempre hacia el norte, pretendía llegar a Escocia, su querida Beth le había indicado el lugar donde su clan tenía una pequeña fortaleza en las tierras de los Tye, un clan de aquellas zonas inhóspitas que quizá pudieran darle refugio hasta que su padre entrara en razón o se olvidara de ella. A veces divisaba en la lejanía al grupo de hombres de la playa, a los monjes y los soldados, y esperaba a que se distanciaran, no quería llamar la atención y que pensaran que los seguía.

      —Alistair, nos siguen.

      Angus miró a los ojos azules de su amigo y este asintió mirando hacia atrás.

      —Lo sé, desde anoche. Lo que no entiendo es que, si sigue nuestra ruta, no se una a nosotros. ¿Puede ser que alguien del castillo nos reconociera?

      —No creo, a pesar de tu imprudencia, a aquella bella lady del baile no la puede salvar nadie de la mirada de Hugh de Rochester. Combatí a su lado y, créeme, su fama de cruel lo persigue, ni siquiera sus hombres le respetan, solo le temen, y las mujeres, amigo, dicen que tiene unos gustos un tanto peculiares…

      Alistair se puso la chaqueta; el viento del norte ya arreciaba. Lo hizo aún con cierta dificultad, a veces su mano derecha se quedaba entumecida debido a la deformidad de sus dedos. Irlanda… Aquella mano nunca le permitiría olvidarlo, las torturas y el hambre, cómo las ratas se paseaban sobre sus piernas buscando un trozo de tela roto para roer su piel, aquel hediondo calabozo en el que no existían ni el día y la noche, solo la oscuridad. Aún a veces se despertaba cubierto de sudor, sintiendo СКАЧАТЬ