Название: El caballero escocés
Автор: Miranda Bouzo
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
Серия: HQÑ
isbn: 9788413489056
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—No me lo ha hecho nadie, al huir caí en unas zarzas. Yo… ahora no tengo a nadie —atinó a decir Katherine mientras la boca se le hacía agua y apretaba los dientes—. ¿Vais a coméroslo?
Alistair la miró con la ceja arqueada y le tendió el pan.
—Come, Kyle, después tendrás tiempo de contarme —farfulló, resignado a no obtener más respuestas hasta que el chico comiera. Fue hasta su nuevo caballo, que lo esperaba pastando tan tranquilo después de haber estado a punto de morir.
Katherine sorteó el desastre que él dejaba atrás, rodeada de los cuerpos de aquellos hombres que habían tenido su merecido, la habrían matado y quién sabe qué más si hubieran descubierto que era una mujer.
—¡Vamos, puedes comer a lomos del caballo! —le grito Alistair.
Katherine levantó la cabeza mientras movía las mandíbulas masticando el pan duro como una piedra.
—¿Vamos a montar juntos? —preguntó inocente con la boca llena.
—Si quieres puedes seguirme a pie.
Miró a Alistair Murray como si tuviera dos cabezas. ¿En serio? ¿Compartir caballo? Bueno, tampoco había comido nunca pan duro ni había hecho sus necesidades en el bosque y nunca había visto un muerto. En ese momento observó a los tres bandidos y se dio cuenta de que Alistair no los había matado, uno de ellos se revolvió, aunque seguía sangrando. Katherine se encogió de hombros, metió con dificultad el resto de la hogaza en el bolsillo, ¡ni en broma iba a soltar el pan! Fue hasta el escocés, que ya estaba a lomos del caballo, y alzó la mano. Él la miró un poco extrañado y le tendió en vez de la mano derecha la izquierda, más alejada de ella. La ayudó a alzarse y Katherine se mantuvo lo más erguida posible para que sus pechos no rozaran la espalda de Alistair, temerosa de que la descubriera como mujer. No pudo evitar agarrarse a la silla y entonces supo, al mirar las riendas, por qué él había evitado darle la mano: la tenía llena de cicatrices hasta ocultarse bajo la manga de la camisa, el dedo índice retorcido en una forma extraña. Alistair se giró y se dio cuenta de dónde se dirigía la mirada de Katherine. No dijo nada, solo apartó su mano derecha y la escondió en su regazo entre los pliegues del tartán, en un gesto silencioso ante el cual ella encogió los hombros de nuevo y sacó su pan.
—Suenas como un lobo hambriento —dijo Alistair al cabo de un rato. Había pasado más de una hora desde que montaron a caballo y los ruidos del bosque no amortiguaban el sonido que le llegaba desde el estómago de su nuevo compañero de viaje.
—Creo que voy a vomitar.
Katherine se había llenado demasiado, ansiada por no haber comido tanto en días, y ahora se retorcía incómoda por el traqueteo del caballo.
—¡Si me vomitas encima te mataré!
Katherine hundió la barbilla en su propia capa y aguantó, no quería por nada del mundo que Alistair se enfadara con ella y sentirse de nuevo sola en aquellos bosques cuando la noche cayera.
Capítulo 9
Alistair sintió cómo su cuerpo se rendía tras él y la cabeza se apoyaba en su espalda, se había dormido al fin. Preocupado porque cayera del caballo se giró del lado izquierdo maldiciendo que aún ese brazo no fuera suficientemente fuerte para compensar la escasa movilidad de su mano. Hizo un esfuerzo enorme y deslizó el menudo cuerpo hasta colocarlo delante suyo en la cruz del animal. Bajó la cabeza despacio y observó el rostro dormido de su nuevo compañero de viaje. Debía haberlo pasado mal en los últimos días, tenía el rostro arañado y algún que otro cardenal en la mejilla. Sonrió al ver el ceño fruncido que permanecía en su frente y sus ojos negros cerrados. Había perdido el gorro calado y llevaba el pelo metido entre las prendas, la posición le impedía ver bien su cuerpo, pero parecía haber perdido mucho peso.
Podía ocultarse bajo harapos, ocultar su cabello negro del color de la turba e incluso forzar su voz para parecer la de un muchacho imberbe. Katherine Gray, la hija de Hay, podía reconocer esa barbilla altiva y esos ojos en cualquier lugar, habían ocupado su mente desde que entró en aquel salón y la vio sentada, erguida en la cabecera de la mesa mirando con recelo a su alrededor a aquellos que buscaban su ya escasa fortuna y su nombre. Nadie tenía sus labios llenos y rojos por el vino, siempre entreabiertos, enmarcados por unos pómulos que daban a su rostro forma de corazón. Aún saboreaba su aliento cuando ella le dio las gracias al salvarle de aquel estúpido de Hugh. Tampoco había ayudado que fuera él, precisamente él, al que despreciaba por cómo trataba a sus soldados y las mujeres, con el que tuvo más de un desencuentro al servicio de la reina.
¿Cómo había sabido que era ella quien los seguía? Quizá fuera por el anillo o por la torpeza de aquel muchacho que no sabía ni encender un fuego para calentarse por la noche. Estuvo seguro al encontrar el anillo y ver aquel cuerpo menudo echar a correr en la aldea, los hombres de Hugh la perseguían sin tregua. Había sido su corta estatura, el color negro de su cabello, pero ante todo sus ojos, imposibles de olvidar. La acomodó con ternura en el hueco entre su pecho y el brazo, donde estaría más cómoda. Hacía tiempo la hubiera descubierto besando sus labios sugerentes y perdido en su mirada azabache, pero ahora no, simplemente no tenía nada que ofrecer, y menos a una inglesa, hija de un lord y caballero inglés. Aquello era meterse en algo serio, una dama. Alistair miró con desagrado su mano derecha, que reposaba sobre las piernas de Katherine, y apretó las mandíbulas mientras su mirada se perdía lejos del rostro de la chica. La ayudaría a ser libre si ella quería, le recordaba demasiado a su hermana, y después la dejaría a salvo en algún lugar. No, Katherine Gray no era una mujer más.
Capítulo 10
—¡Os he dicho que no está muerta, viejo obcecado! —gritó Hugh al golpear la mesa con los puños.
—¿Cómo estáis tan seguro de que mi hija no ha muerto en el mar? ¡He enviado a buscarla en todas las aldeas de alrededor y pueblos y nadie la ha visto hasta ahora!
Hugh se levantó haciendo que la silla en la que estaba sentado saliera despedida hacia atrás. El cuchillo que había utilizado para comer osciló ante la nariz del señor de Hay.
—Lo planeó todo, algunas mujeres la vieron nadar hacia las rocas… y un soldado encontró entre sus ropas una pulsera de vuestra hija, sus botas y su ropa habían desaparecido —bramó Hugh.
—La creo capaz —afirmó Thomas.
—No llegará muy lejos, es una débil mujer que no ha salido de estos muros, la encontraré y la haré pagar esta ofensa…
El padre de Katherine pensó, al presenciar la violencia de Hugh de Rochester, si lo que había dicho su hija y los rumores acerca de ese hombre no tendrían razón. Katherine siempre había sido demasiado lista, más que él, tal vez todos tuvieran razón y su hija había escapado de su matrimonio con Hugh por sobradas razones. Después preguntaría a Jean, su hija pequeña, si Katherine había huido, solo ella podía saberlo.
Jean se deslizó pegada al muro, con una sonrisa en los labios, su hermana estaba viva, afirmaba Hugh. Nunca había creído que Katherine se hubiera ahogado en el mar, conocía aquellas aguas y las corrientes, ¿cuántas veces se habían escapado de niñas del castillo para ir a nadar en las gélidas aguas de la bahía de Morecambe? Su hermana últimamente era la sombra de aquella Katherine intrépida, aventurera, СКАЧАТЬ