Una semilla para cada día. John Harold Caicedo
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Название: Una semilla para cada día

Автор: John Harold Caicedo

Издательство: Bookwire

Жанр: Документальная литература

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isbn: 9781953540300

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СКАЧАТЬ ¿Qué los había mudado en otros hombres?

      El poder que vino de lo alto los transformó y ya no fueron los mismos nunca más, ahora tenían sobre ellos el favor celestial. Tenían el poder que había venido directamente de los cielos para ellos.

      ¿Lo tienes tú? ¿Estás también a punto de ser mudado en otro hombre u otra mujer?

      Todos necesitamos de ese gran poder que viene desde los cielos. Es el poder que todo lo cambia. Es la diferencia entre tener un argumento o tener una unción fresca y poderosa. Es la diferencia entre saber de Dios y conocerlo por los libros, o experimentar la realidad de un Dios vivo que venció a la muerte, venció a la enfermedad, venció al pecado, venció al maligno, venció en este mundo y además desea que todos nosotros seamos investidos del mismo poder con el cual Él venció.

      Entonces, ¿Estás listo/a para ser mudado en otro hombre o en otra mujer? ¿Estás listo/a para recibir poder desde lo alto?

      Que este sea el día de tu transformación. Hay un poder especial esperando por ti.

      Oración:

      Amado Dios, nos diste un regalo maravilloso a través de la presencia y el poder del Espíritu Santo. Por eso hoy quiero ser investido/a del mismo poder que recibieron los discípulos en Jerusalén, pues desde aquel momento sus vidas fueron transformadas para siempre y sirvieron sin detenerse al Dios de los cielos. Ese es mi anhelo también. Quiero servirte sin reservas, sin temores y con poder de lo alto, este es el día de transformación. Amén.

      Mi mayor herencia

      “…….vino uno corriendo, e hincando la rodilla delante de Él, le preguntó: Maestro bueno, ¿Qué haré para heredar la vida eterna? “ (Marcos 10:17)

      Supongamos que mañana al amanecer te han quitado todo lo que tenías: casa, carro, bienes, todas las propiedades, hasta tu ropa, entonces ¿qué tan rico serias?

      Hay personas que de la noche a la mañana lo pierden todo, en una catástrofe, en una quiebra, etc. Y recién en esas circunstancias empiezan a descubrir que tenían otro tipo de riquezas mayores.

      Déjame preguntarte: ¿Alguna vez te has negado algo que tú querías, solamente para ver avanzar la obra de Dios? ¿Alguna vez has sentido la necesidad de sacrificar algo tuyo solo para ver que otras vidas fueran alcanzadas? ¿Puede acaso haber algo más emocionante, más importante que colaborar en cambiar el destino eterno de una vida, del Infierno al Cielo, de ganar un amigo eterno y ganar un alma eterna para Jesús?

      Las posesiones materiales tienden a hacer que se apegue a este mundo el corazón del hombre.

      Si el interés principal de una persona está en las cosas materiales pensará en términos de precio y no en términos de valor; pensará en términos de lo que se puede conseguir con dinero.

      Y bien puede ser que olvide que hay cosas más valiosas en este mundo que el dinero, que hay cosas que no tienen precio, y que hay cosas preciosas que no se compran con dinero.

      Cuanto más tenga una persona, mayor será la responsabilidad que se le imponga.

      ¿Usará lo que tiene egoísta o generosamente? ¿Lo usará como si fuera el dueño indiscutible, o recordando que es Dios quien se lo ha dejado en depósito?

      Heredar la vida eterna, entrar en el reino, y ser salvado, son imposibles para cualquier ser humano, pero no para Dios, que es bueno y desea la salvación de todos. Por lo tanto, todos hemos de depender únicamente de Dios.

      El que confía en sí mismo y en su riqueza nunca puede estar seguro de salvarse.

      El que confía en el poder salvador y en el amor redentor de Dios puede entrar gratis en la salvación y esta es la verdad que sigue siendo la base fundamental de la fe cristiana.

      ¿Y tú que harás para heredar la vida eterna?

      Solo Cristo te la puede dar. Ven a Él en este día y lo tendrás todo.

      Oración:

      Señor, reconozco hoy que mi mayor tesoro eres tú. Que no hay nada ni nadie en este mundo que puedan desplazarte del primer lugar de mi corazón. Tenerte a ti, Señor Jesús es en realidad tenerlo todo, y es por eso que conocerte ha sido para mi vida el mayor descubrimiento posible que día a día me llena de gozo y de alegría. Hoy quiero disfrutar de tu compañía, no hay nada mejor para quien confía en ti. Amén.

      La rendición es completa

      “y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz” (Filipenses 2:8)

      En las Olimpiadas de París de 1924, un atleta escocés de 22 años ocupó los titulares de los periódicos cuando decidió decir no al yo y sí a Dios. Eric Liddell tomó una decisión que para la mayoría de la gente hubiera sido inconcebible: salir de su mejor evento, la carrera de 100 metros, porque las carreras eliminatorias se celebrarían un domingo.

      Mientras más competidores estaban participando en las eliminatorias, Liddell estaba dedicado a la prédica de un sermón en una iglesia cercana.

      Posteriormente, Lidell se inscribió en la carrera de 400 metros, carrera para la cual no tenía entrenamiento. Enfrentó el reto y terminó cinco metros por delante de su competidor más cercano, batiendo una nueva marca mundial.

      Su obediencia en París fue solo una de una serie de rendiciones hechas durante toda su vida que le hicieron merecedor del aplauso del cielo.

      Después de su triunfo olímpico regresó a la China, donde se había criado, para trabajar como misionero. En 1943 estaba interno en un campo de concentración japonés en la China, adonde continuó sirviendo a Dios y ministró con gozo a sus compañeros de prisión.

      Mientras todavía estaba en el campo, Liddell sufrió un tumor cerebral que destruyó su cuerpo y lo dejó parcialmente paralizado.

      El 21 de febrero de 1945, Eric se encontraba acostado en una cama de hospital, luchando para poder respirar y pasando de un estado de conciencia a un estado de inconciencia.

      Finalmente sufrió convulsiones. La enfermera que había estado a su lado lo tomó en sus brazos mientras él lograba pronunciar sus últimas palabras. Dijo con una voz apenas perceptible: Annie, la rendición es completa.

      Eric Liddell entró en coma y luego pasó a la eternidad, adonde el siervo dobló rodilla ante el Maestro que tanto amó y por quien había trabajado tan fielmente.

      Cuando hablamos de la vida cristiana, hablamos de rendición de cada aspecto de nuestra vida a los designios divinos.

      ¿Qué nos pide El Señor que rindamos? La respuesta es: todo.

      La rendición cristiana significa que vamos a Él bajo sus términos, sabiendo que hemos aceptado voluntariamente y con alegría Su señorío sobre nuestras vidas.

      En este día rindamos nuestras vidas a Dios en totalidad. Él nos dará la fuerza para vencer durante esta etapa de nuestras vidas.

      Oración:

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