El desaparecido. Franz Kafka
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Название: El desaparecido

Автор: Franz Kafka

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия:

isbn: 9789877122169

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СКАЧАТЬ de su hijo. Pero ni quiero seguir entreteniéndolos con más que lo necesario para aclarar el asunto ni tampoco quiero tal vez herir, ya en su bienvenida, los sentimientos que probablemente aún albergue mi sobrino, que si quiere podrá leer la carta para su información en la tranquilidad de la habitación que ya lo está aguardando.

      Karl no albergaba sin embargo ningún sentimiento por aquella muchacha. En el amontonamiento de un pasado cada vez más repelido, la veía sentada junto al armario de cocina con el codo apoyado en su placa superior, mirándolo entrar y salir cuando buscaba un vaso con agua para su padre o cumplía con un encargo de su madre. En esa compleja posición de lado junto al armario de cocina escribía a veces cartas, inspirándose en la cara de Karl. A veces se tapaba los ojos con la mano y entonces no le llegaba nada de lo que se le dijera. A veces se arrodillaba en su estrecha piecita junto a la cocina y le rezaba a una cruz de madera, entonces Karl al pasar la observaba temeroso a través del resquicio de la puerta un poco entornada. A veces, cuando Karl se le cruzaba en su camino, corría por la cocina y retrocedía sobresaltada y riendo como una bruja. A veces cerraba la puerta de la cocina cuando Karl había entrado en ella y mantenía aferrado el picaporte hasta que Karl pedía salir. A veces sacaba cosas que él ni le había pedido y se las entregaba en las manos sin decir palabra. Y una vez le dijo “¡Karl!” y aprovechó el asombro del muchacho por ese tratamiento para llevárselo entre suspiros y muecas a su pequeña habitación y cerrarla con llave. Se le echó al cuello, acogotándolo, y mientras le pedía que la desvistiera, era ella la que lo desnudaba a él y lo acostaba en su cama, como si a partir de ahora no quisiera entregárselo a nadie sino acariciarlo y cuidarlo hasta el fin del mundo. “¡Karl, ay, tú, mi Karl!”, exclamaba, como si al verlo confirmara su posesión, en tanto que él no veía nada y se sentía incómodo entre las varias mantas calurosas que ella parecía haber apilado expresamente para él. Luego se echó a su lado y quiso que le contara algún secreto, pero como no supo qué decirle ella se enojó, en broma o en serio, lo sacudió, le escuchó el corazón, le ofreció su pecho para que también él escuchara, algo de lo que no pudo convencer a Karl, apretó su panza desnuda contra el cuerpo de él, buscó con la mano entre sus piernas –tan repugnantemente que Karl alzó la cabeza y el cuello de la almohada–, lo empujó algunas veces con su panza, a él le pareció como que ella era una parte suya y tal vez por esa razón lo invadió un desamparo espantoso. Llorando llegó al fin a su cama, después de que ella le pidiera varias veces reencontrarse. Eso había sido todo y aun así el tío supo cómo convertirlo en una gran historia. Y la cocinera había pensado también en él y le había avisado al tío sobre su llegada. Bien hecho por parte de ella, ya sabría cómo retribuírselo.

      –Y ahora –exclamó el senador– quiero que me digas con franqueza si soy o no soy tu tío.

      –Eres mi tío –dijo Karl, le besó la mano y recibió un beso en la frente–. Estoy muy contento de haberte encontrado, pero te equivocas si crees que mis padres solo hablan mal de ti. Más allá de eso, tu discurso contenía algunos errores, quiero decir que en realidad no todo sucedió de esa manera. Pero lo cierto es que desde aquí no puedes juzgar tan bien las cosas y además no creo que genere especiales inconvenientes que los señores hayan quedado un poco mal informados en los detalles de un asunto que no puede importarles mucho.

      –Bien dicho –dijo el senador, lo llevó ante el capitán, que estaba visiblemente interesado, y agregó–: ¿No tengo un sobrino magnífico?

      –Estoy feliz de haber conocido a su sobrino, señor senador –dijo el capitán con una reverencia como solo logran personas con adiestramiento militar–. Es un honor especial para mi barco haber podido servir de lugar para un encuentro de este tipo. Pero el viaje en la entrecubierta debe haber sido muy malo, quién puede saber qué personas van ahí. Una vez, por ejemplo, viajó en la entrecubierta el primogénito del mayor magnate húngaro, ya he olvidado el nombre y la razón del viaje. Llegó a mi conocimiento mucho más tarde. Hacemos todo lo posible por aliviarle el viaje a la gente de entrecubierta, mucho más por ejemplo que las empresas estadounidenses, pero de todos modos aún no hemos logrado que un viaje de ese tipo resulte placentero.

      –No me ha molestado –dijo Karl.

      –¡No le ha molestado! –repitió el senador con una carcajada.

      –Solo temo que mi maleta se haya…

      Y al decir esto recordó todo lo que había ocurrido y lo que quedaba por hacer, miró en derredor y vio a todos los presentes mudos de respeto y asombro en sus lugares anteriores, los ojos vueltos hacia él. Solo a los funcionarios del puerto se les veía, hasta donde eran accesibles sus caras severas y autocomplacientes, el pesar por haber llegado en un momento tan inoportuno, y los relojes de bolsillo que ahora había depositado delante suyo seguramente les resultaban más importantes que todo lo que sucedía en la habitación y lo que tal vez pudiera suceder.

      El primero que le expresó su simpatía después del capitán fue curiosamente el fogonero.

      –Lo felicito de todo corazón –dijo dándole un apretón de manos, con lo que quiso manifestar también algo así como reconocimiento.

      Al querer dirigirse con las mismas palabras hacia el senador, este dio un paso atrás, como si el fogonero estuviera excediéndose en sus derechos; el fogonero desistió de inmediato.

      Los otros entendieron ahora lo que había que hacer y enseguida crearon una confusión alrededor de Karl y el senador. A tal punto que Karl recibió una felicitación hasta de Schubal, la aceptó y la agradeció. Los últimos en acercarse, cuando ya había vuelto la tranquilidad, fueron los funcionarios del puerto para decir dos palabras en inglés, provocando una impresión ridícula.

      El senador, a fin de saborear el placer a fondo, se mostró con ánimo de recordarse a sí mismo y a los otros cuestiones secundarias, cosa que los presentes no solo toleraron, sino que naturalmente aceptaron con interés. Contó en ese sentido que se había anotado en su libreta las señas particulares más sobresalientes de Karl que se mencionaban en la carta de la cocinera para el caso de que fuera necesario utilizarlas en este momento. Durante la insufrible cháchara del fogonero, y con ningún objeto más que el de distraerse, había sacado su libreta e intentado jugar a poner en relación las observaciones de la cocinera, no precisamente correctas en términos detectivescos, con la figura de Karl.

      –Y así es cómo uno encuentra a su sobrino –concluyó en el tono de quien quiere que lo feliciten nuevamente.

      –¿Qué pasará ahora con el fogonero? –preguntó Karl, pasando por alto el último relato del tío.

      En su nueva posición creía poder decir todo lo que pensaba.

      –Al fogonero le ocurrirá lo que se merece y lo que estime el señor capitán –dijo el senador–. Creo que ya hemos tenido suficiente y más que suficiente del fogonero, estoy seguro de que todos los caballeros presentes me darán la razón.

      –Eso no es lo que importa en un asunto de justicia –dijo Karl.

      Estaba parado entre el tío y el capitán y, tal vez influido por esta posición, creía tener la decisión en su mano.

      Sin embargo, el fogonero no parecía esperar ya nada de su situación. Tenía las manos a medias hundidas detrás del cinto, que por sus exaltados movimientos había quedado al descubierto, junto a las franjas de una camisa a rayas. No le preocupaba en lo más mínimo, después de haber llorado todas sus penas, que se le vieran el par de harapos con que tenía cubierto el cuerpo y que después se lo llevaran. Imaginó que el auxiliar y Schubal, como los dos presentes de rango más bajo, debían dispensarle esa última benevolencia. Schubal tendría después su tranquilidad y no volvería a caer en la desesperación, según se había expresado el jefe de caja. El capitán podría contratar solo a rumanos, en todas partes СКАЧАТЬ