El desaparecido. Franz Kafka
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Название: El desaparecido

Автор: Franz Kafka

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия:

isbn: 9789877122169

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      Todo estaba claro y así lo dejaba ver Schubal de manera involuntaria, pero a los señores había que mostrárselo de forma diferente, más tangible. Necesitaban que los sacudieran. Así que, Karl, ¡rápido!, aprovecha el tiempo antes de que aparezcan los testigos y lo inunden todo.

      Pero justo en ese momento el capitán frenó a Schubal con un ademán y este, viendo que su asunto parecía haberse pospuesto por un instante, dio un paso al costado y juntándose con el auxiliar, que de inmediato se le puso al lado, empezaron un diálogo no exento de miradas de soslayo hacia Karl y el fogonero, así como de gestos de lo más convencidos. Schubal parecía estar preparando de este modo su próxima intervención.

      –¿No quería preguntarle algo al jovencito, señor Jakob? –dijo el capitán, en medio del silencio generalizado, al caballero del bastoncito de bambú.

      –Así es –dijo este, agradeciendo la deferencia con una leve inclinación, y volvió a preguntarle a Karl–: ¿Cómo se llama usted?

      Karl, que creía favorable a la causa principal que este episodio con el obstinado interrogador quedara resuelto pronto, respondió brevemente, sin presentar su pasaporte, como era su costumbre, pues primero tendría que haberlo buscado:

      –Karl Roßmann.

      –Pero… –dijo el que habían tratado de Jacob y dio primero un paso atrás con una sonrisa casi incrédula.

      También el capitán, el jefe de caja, el oficial del navío, incluso el auxiliar mostraron un asombro desmesurado por el apellido de Karl. Solo los señores de la administración del puerto y Schubal permanecieron indiferentes.

      –Pero… –repitió el señor Jacob, acercándose a Karl con pasos algo rígidos–, entonces yo soy tu tío Jacob y tú eres mi querido sobrino. ¡Lo estuve sospechando todo este tiempo! –le dijo al capitán, antes de abrazar y besar a Karl, que dejó que todo ocurriera sin decir palabra.

      –¿Cómo se llama usted? –preguntó Karl, tras sentirse liberado, con mucha amabilidad pero totalmente inconmovible, esforzándose por prever las consecuencias que podría tener este nuevo acontecimiento para el fogonero, porque nada indicaba por el momento que Schubal pudiera sacar provecho de esto.

      –Dése cuenta de su suerte, joven –dijo el capitán, creyendo que la pregunta de Karl hería el honor del señor Jacob, quien se había vuelto hacia la ventana, a todas luces para no tener que mostrar a los otros su cara conmocionada, que además pasó a retocarse con un pañuelo–. El que se ha dado a conocer como su tío es el consejero de Estado Edward Jakob. A partir de ahora le espera, contra todas sus expectativas, una carrera brillante. Trate de comprenderlo lo mejor que pueda en este primer momento y compórtese.

      –Es cierto que tengo un tío Jakob en Estados Unidos –dijo Karl dirigiéndose al capitán–, pero si entendí bien, Jakob es solo el apellido del señor consejero de Estado.

      –Así es –dijo el capitán, expectante.

      –Bueno, mi tío Jakob, que es el hermano de mi madre, lleva de nombre de pila Jakob, mientras que su apellido debería ser naturalmente el mismo que el de mi madre, que de soltera era Bendelmayer.

      –¡Señores! –exclamó el consejero de Estado en referencia a la aclaración de Karl, volviendo de buen talante de su pausa de recuperación junto a la ventana.

      Todos, con excepción de los funcionarios del puerto, estallaron en una risotada, algunos como conmovidos, otros de manera inescrutable.

      “Lo que dije no fue para nada tan ridículo”, pensó Karl.

      –¡Señores! –repitió el consejero de Estado–. Están participando contra mi voluntad, y contra la de ustedes, de una pequeña escena familiar y por eso no puedo evitar darles una explicación, ya que, según creo, solo el capitán –esta mención tuvo como consecuencia una reverencia mutua– se encuentra completamente informado.

      “Ahora sí que tengo que prestar atención a cada palabra”, se dijo Karl, y mirando de costado se alegró de que la vida empezara a volver al cuerpo del fogonero.

      –En todos los años de mi estadía en Estados Unidos (la palabra estadía no es la apropiada para el ciudadano estadounidense que soy de todo corazón), en todos los largos años que llevo viviendo aquí he estado completamente distanciado de mis parientes europeos por razones sobre las que, en primer lugar, no corresponde abundar en este contexto y, en segundo, me llevaría realmente demasiado tiempo relatar. Siento incluso temor por el momento en que tal vez me vea precisado a contárselo a mi querido sobrino, ya que lamentablemente no se podrá evitar hablar con franqueza sobre sus padres y sus allegados.

      “Es mi tío, sin lugar a dudas –se dijo Karl y siguió escuchando con atención–. Probablemente se haya hecho cambiar el apellido”.

      –Mi querido sobrino ha sido apartado por sus padres (llamemos a las cosas por su nombre) tal como se arroja un gato a la calle cuando molesta. No quiero en absoluto encubrir lo que ha hecho para ser castigado de este modo (encubrir no es muy de estadounidense), pero su falta es de un tipo que solo nombrarla ya comporta suficiente disculpa.

      “Eso suena bien –pensó Karl–, pero no quiero que cuente todo. Además, no puede saber. ¿De dónde? Pero vamos a ver, seguro que sabe todo”.

      –Él fue –prosiguió el tío, apoyándose con ligeras inclinaciones en el bastón de bambú clavado frente a él, con lo que efectivamente lograba quitarle al asunto una parte de la solemnidad innecesaria que de lo contrario seguro que hubiera tenido–, él fue seducido por una criada, Johanna Brummer, una persona de unos treinta y cinco años. Con la palabra seducir no busco para nada ofender a mi sobrino, pero resulta difícil encontrar otra que se ajuste de manera tan apropiada.

      Karl, que ya se había acercado bastante al tío, se dio vuelta con el fin de colegir de las caras de los presentes la impresión que había causado el relato. Ninguno se reía, todos escuchaban con paciencia y seriedad. A fin de cuentas uno no se ríe del sobrino de un consejero de Estado en la primera oportunidad que se le presenta. Más bien se podría haber dicho que el fogonero le sonreía a Karl, aunque bien poquito, lo que en primer lugar resultaba regocijante como nueva señal de vida y en segundo lugar era perdonable, ya que en el camarote Karl había querido hacer un secreto especial de esta cuestión ahora pública.

      –Esta Brummer –prosiguió el tío– tuvo un hijo de mi sobrino, un niño sano, al que bautizaron Jakob, sin duda en memoria a mi modesta persona, que, incluso en las menciones seguramente muy marginales que le hiciera mi sobrino, debe haber causado una profunda impresión en la muchacha. Afortunadamente, creo yo. Ya que los padres, con el fin de evitar el pago de la manutención o el escándalo que llegaría hasta ellos mismos (no conozco, me veo en la obligación de insistir, ni las leyes de allí ni las otras circunstancias de los padres, solo he tenido noticia en épocas pasadas de dos cartas suyas pidiendo dinero, que dejé sin contestar pero que guardé y que conforman mi único y unilateral vínculo epistolar con ellos en todo este tiempo); ya que, para evitarse la manutención y el escándalo, embarcaron a su hijo, mi querido sobrino, hacia Estados Unidos, con un equipaje irresponsablemente deficiente, como se ve, el joven, librado a su propio destino, y dejando a un lado las señales y los prodigios que aún existen en Estados Unidos, probablemente se habría malogrado en algún callejón del puerto si aquella criada, en una carta dirigida a mí, de la que tras una larga odisea tomé posesión anteayer, no me hubiera comunicado toda la historia, junto a una descripción de la persona de mi sobrino y agregando, inteligentemente, la mención del nombre del barco. Si mi objetivo fuera entretenerlos, señores, podría СКАЧАТЬ