Una emigrante bajo la Torre Eiffel. Sectiva Lozano Aguilera
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Название: Una emigrante bajo la Torre Eiffel

Автор: Sectiva Lozano Aguilera

Издательство: Bookwire

Жанр: Зарубежная психология

Серия:

isbn: 9788417845322

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СКАЧАТЬ se ha confabulado con el diablo para buscarme novios con la idea de que no me vaya de Málaga y, en efecto, su conjuro da resultado. «Mi destino» se materializa en forma de chico rubio con bonitos ojos azules que desde hacía ya varias noches venía a la cafetería. Antonio me dice:

      —Secti, ese gringo está aquí por ti.

      —¡Sí, hombre! La cosa es que su cara me suena.

      —¡Qué sí, que te lo digo yo! Que ayer me preguntó que a qué hora salías, pero tú te fuiste por la puerta de atrás y el pobre estuvo aquí hasta las doce de la noche.

      —¡Ya me parecía a mí que me miraba todo el tiempo, pero nunca me hablaba! Claro, que a mí con el vocerío de los camareros nadie podía hablarme.

      —El rubio se bebía un café y hablaba con Antonio el cafetero, así pudo enterarse de quién era yo, de cómo me llamaba y del horario de mi turno de trabajo. Una noche, a mi salida, me esperaba fuera.

      —Hola, Secti, buenas noches.

      —Hola… ¿Nos conocemos?

      —Yo a ti sí. Llevo ya muchos días viéndote aquí en la cafetería y en la zapatería de calle Carretería.

      —¡Oye, tú sabes muchas cosas de mí! ¿No serás un sádico que me está siguiendo?

      —No, para nada. ¡Además, conozco a Pepe Luis, tu cuñado!

      —¿Cómo sabes tú todo eso?

      —Porque también es mi cartero. ¡Yo trabajo en el bar Monteblanco en la calle Ollerías y te veo pasar todos los días cuando vas a tu trabajo. Me gustas mucho, ¿sabes? Y quisiera ser tu amigo.

      —¡Mi amigo!

      —Bueno, tu amigo por el momento, y después lo que tú quieras.

      —Lo que yo quiero es que te vuelvas ya… Porque estoy llegando a mi casa y no quiero que mi familia me vea acompañada.

      Muy correcto, él no insistió y me dijo:

      —Bueno, hasta mañana. —Casi sin interés le respondí:

      —¡Eso, hasta mañana!

      La verdad, no pensaba que volvería, pero sí volvió, al día siguiente, pasado, al otro y al otro, y de amigos pasamos a ser casi novios. Cada noche venía a buscarme a la salida del trabajo. Yo lo veía bastante formal y muy entusiasmado conmigo. Sin embargo, un hecho vendrá a perturbar mis ilusiones y mi confianza en él. Pepe Luis, mi cuñado, me dijo que le parecía que no era trigo limpio.

      —¿Y eso por qué? Que yo sepa, conmigo no se ha propasado lo más mínimo.

      —El pinche que tienen de camarero me dijo el otro día: «Dile a tu cuñada que tenga cuidado, que se van a reír de ella». Entonces yo le pregunté: «¿Y tú como sabes eso?», a lo que él me contestó: «Porque he oído hablar a los dos camareros y se partían de risa cuando hablaban de ella».

      —¡Con que esas tenemos! ¿Así que los malagueños del bar Monteblanco piensan reírse de esta catalana? Pues eso no me cuadra, ya que el domingo me dijo que me va a llevar a Torremolinos a la inauguración de un gran hotel que han hecho en la costa que se llama Pez Espada.

      —¡Ahí, ahí es donde está el truco! —dice Pepe Luis.

      —¿Qué truco?

      —Consuelito, mi niña, ¿tú no sabes lo que se cuece en Torremolinos? Ese es un lugar poco recomendable para las chicas decentes como tú. A Torremolinos solo van las suecas y las prostitutas, no es lugar para ti.

      Yo todo se lo contaba a Pepe Luis, para mí era como un padre, por eso yo le escuchaba y seguía siempre sus consejos al pie de la letra.

      —Tu novio lo que quiere es llevarte allí y aprovecharse de ti, aunque la verdad es que no es el estilo de ese chico, comportarse así, pero… ¿Quién sabe lo que puede pasar? Tú no vayas a ese sitio. ¡No y no!

      Al otro día se lo comento a Antonio, el cafetero:

      —¿Qué te parece? El rubio me quiere llevar a Torremolinos. —Y Antonio me contesta:

      —Como hacen los andaluces: ¡Uy, yuyuy…! Eso no me gusta nada para ti, Sectiva.

      Cuando mi compañero me llama Sectiva es que pasa algo serio, sin embargo, yo no me creo todas estas patrañas y decido averiguarlo por mí misma, así que le digo al rubio que sí, que iré con él a Torremolinos a pesar de que en mi fuero interno lo que sentía no era que se fuera a reír de mí, sino una rabia inmensa por haberme dejado embaucar por este don juan de pacotilla. Pero ya le haría yo ver lo que es una catalana furiosa.

      El domingo, a las cuatro en punto, cogimos el autobús en la calle Córdoba para ir «al Torremolinos ese» y cuando me senté a su lado llevaba la escopeta bien cargada por lo que pudiera pasar. Yo no dejaba de mirarlo y, como una psicóloga, trataba de averiguar su pensamiento.

      ¿Cómo es posible que un rubito tan mono tenga tan malos pensamientos hacia a mí? ¿Por quién me ha tomado este imbécil?

      Ese día me arreglé lo más guapa que pude, me puse mi mejor vestido que me ceñía todo el cuerpo y, como era muy delgada, me hacía una silueta preciosa. Con mis zapatos blancos de tacón alto y mi bolso a juego no me pasaron desapercibidas las miradas que le echaba a mi cuerpo serrano y a mi cola de caballo ondeando al viento.

      Yo sabía ya por algunos compañeros que en los años sesenta Torremolinos no era recomendable, pero me arriesgué pensando: «No va a ser este rubio imbécil con cara de ángel el que me las dé con queso a mí».

      Al llegar a Torremolinos dejamos el autobús y emprendimos el resto de camino a pie por un descampado (aún no había ninguna casa entre Torremolinos y el Pez Espada; todo era campo). Yo pensaba: «Pepe Luis está en lo cierto, este me lleva a un descampado, pero se va a enterar de quién soy yo». Y de pronto me dice:

      —¿Qué te pasa? Te noto nerviosa.

      —¿Quién, yo? Para nada, lo único que veo aquí es campo, y según tú debería haber un hotel…

      —Y lo hay, lo hay, ya verás…

      Y tal como había dicho «mi Rubio», de pronto, de en medio de la nada surgió un edificio majestuoso para la época, con su playa privada (en ese tiempo, hotel que se hacía, hotel que cercaba su playa; allí nadie se bañaba, nada más que sus clientes).

      Al ver el gran edificio, me quedé un poco más tranquila y casi me culpabilicé de haber pensado mal de aquel niño con cara de ángel, aunque todavía no había terminado la tarde y yo no sabía lo que aquel chulito podía dar de sí. Por el momento tuve que admitir que no me había mentido, aunque yo seguía con la pulga detrás de la oreja. Allí estábamos los dos, copa de champán en mano, y su correspondiente y bien roja cerecita.

      Víctor, que así se llamaba mi rubio, me presentó a unos amigos como su novia, y yo pensé: «Sí, tú échame flores para meterme en confianza, pero si te crees que me fío de ti, estás muy equivocado». En su honor debo decir que me pasé una feliz tarde. Había anochecido cuando atravesamos de nuevo el descampado hasta llegar a Torremolinos y me preguntó:

      —¿Qué СКАЧАТЬ