Una emigrante bajo la Torre Eiffel. Sectiva Lozano Aguilera
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Название: Una emigrante bajo la Torre Eiffel

Автор: Sectiva Lozano Aguilera

Издательство: Bookwire

Жанр: Зарубежная психология

Серия:

isbn: 9788417845322

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СКАЧАТЬ Fermín, el chico de al lado que nos servía el carbón, y a mí lo único que me importaba de él solo era su moto, que me paseaba por Barcelona. Pero cuando el chico quiso pasar a mayores yo le paré los pies y así se quedó mi futuro posible novio.

      A las diez en punto, forrada en mi bañador y con lápices de colores en mano, estoy en mi pupitre de trabajo. Pero esta vez frente al mediterráneo con Málaga al fondo. Patricia, mi instructora, me dice:

      —Ya verás, es sencillísimo, cuando el jugador del lado azul haga un tanto, lo apuntas en el lado azul; si es un strike, le haces una cruz, y lo mismo para el que juega en el lado rojo. Al final de la partida se cuentan los strikes y se suma todo, y el que haya hecho más tantos es el ganador. A ti solo tienen que entregarte los tiques que habrán comprado en ventanilla para ocupar la bolera.

      Sentada en mi pupitre, lápiz y cuaderno en mano, ceñida en mi bañador (que me hace unas tetas en chuzo de punta), me siento mal. Estoy rara, no es la idea que yo me hacía de un buen trabajo, pero aquí estamos en Andalucía, donde la gente ríe por nada y donde el mar y el sol se abrazan todo el día como en un idilio de amor y donde yo tengo la impresión de que no encajo.

      En la bolera solo juegan hombres (no sé por qué), además tengo la impresión de que, más que a jugar, vienen a lucir palmito porque se contonean como niñas bobas y sus bañadores son más cortos los unos que los otros. Al del taparrabos «Tarzán» tendré que vigilarlo más de cerca porque se toma mucha familiaridad. Al final de la partida viene a ver su hoja y me pone las manos donde no debe, me levanto y le digo:

      —¡Oye, guapo!, ¡las manos se las pones a tu hermana en el culo que en el mío mando yo!

      —¡Pero mira esta cursi!, eso quisieras tú, que yo te toque.

      —¡Yo no quiero nada, yo trabajo aquí!, ¡así que a su juego o a la calle!

      —¡Pero, bueno!, ¿qué te has creído niña tonta? Ahora mismo voy a ver a tu jefa y te vas a enterar. —Patricia viene desencajada a echarme la bronca, lo veo en su cara. Así que me pongo en guardia.

      —¡Pero, niña! ¿A ti qué te pasa? Hay que ser más amable con los clientes. ¿Por qué eres tan arisca con los chicos?

      —¡Pobrecitos! —le digo yo también en plan de burla en vista de que ella se pone de su parte.

      —¡Niña, hay que ser más flexible si quieres conservar el empleo!—¡El empleo, guapa, te lo metes por donde te quepa! Esto ni es un trabajo ni es nada, más bien parece un prostíbulo al aire libre. Y ya me estás pagando mi día que me largo ahora mismo a buscar un trabajo decente. —Así terminó mi primer empleo malagueño, con viento fresco y aire de playa.

      Cuando llego a casa, Pepe Luis me felicita por mi actitud y me da una segunda cita para el día siguiente, pero esta vez él irá conmigo, no fuera a resultar otro chanchullo como el de la bolera. Él me dijo:

      —Mira, Secti, yo reparto mis cartas en Carretería y termino a las dos de la tarde. Tú vas a esperarme en Carretería esquina con calle Ollerías, en frente de un bar que hay allí que se llama Monteblanco, donde yo te recogeré. Y esta vez ya verás como el destino no te juega otra mala pasada. —Allí me fui una hora antes a esperar a Pepe Luis.

      Lo que yo ignoraba era que el «destino» (como decía mi hermana) me estaba mirando desde hacía ya media hora desde el bar de enfrente. La entrevista era en la acera de la Marina. En la cafetería Solymar buscaban una camarera, justo lo que yo necesitaba, así que me quedé a trabajar allí. Mi puesto estaba no de cara al cliente, sino, y sobre todo, de «oído» a los camareros que servían las terrazas de la calle. Todos me mandaban sus voces al aire. Eran cuatro haciendo pedidos que yo debía retener en memoria, todo era muy rápido. Por ejemplo, Paquito (que también hacía de enlace sindical) pedía:

      —¡Tres Coca Colas, cuatro cervezas, un batido de chocolate con pajita! —Y yo respondía:

      —¡Marchando!

      Ahora, José María:

      —¡Dos cafés con leche, dos tartas de moca, un helado de fresa y un batido de vainilla!

      Andrés:

      —¡Cuatro Fantas de naranja, una Pepsi-Cola y un granizado de limón!

      Y luego estaba Frasquito, mi preferido que llegaba contoneando sus caderas sin esconder para nada su homosexualidad y que gritaba:

      —¡Secti, mi vida, tres ginger—ales, un granizado de menta y cuatro vasos con mucho hielo, que el día está que arde. ¡Ay Jesusín, qué calores! Secti, ¿oído?

      —¡Si, Frasquito, oído! —En los tres metros que yo tenía de mostrador, los camareros iban poniendo sus bandejas y yo llenándolas a una velocidad de vértigo, era increíble cómo podía retener los cuatro pedidos sin equivocarme.

      Más allá en la barra trabajaban Sole, Conchi y Antonio el cafetero, un chico buenazo y mejor compañero. Un día llega eufórico y dice:

      —¡Que me caso, que me caso! He reservado una habitación en el quinto piso del Hotel Roma.

      —¡Pero, Antonio!, ¿por qué tan alto?

      —¡Ah! ¿Que tú no escuchas al hombre de tiempo? Ha dicho que la semana que viene va a llover a cantaros y yo no quiero que la lluvia me estropee mi noche de bodas, que llevo esperando cuatro años. —Así es Antonio, el cafetero, dulce, inocentón y más que bueno con todas las compañeras. Un día lo veo acodado en la barra con la cabeza entre las manos y mirando fijamente a un niño de unos tres años que cenaba con sus padres en el salón de la cafetería. Intrigada, le pregunto:

      —Antonio, ¿qué miras tan fijamente?

      —Los palos que da a uno la vida, chiquilla, llevo yo dos años estudiando inglés y no doy una y mira a ese niño tan chico, lo habla perfectamente.

      —Pero, Antonio, ¿no ves que ese bebé es inglés?

      Otra faceta de Antonio es que siempre nos contaba chistes macabros que, la verdad, no tenían ninguna gracia. Yo le decía:

      —Antonio, con tus chistes no nos reímos.

      —¿Ah, no? ¿Pero a que os habéis llevado un gran susto? —Así era Antonio de transparente.

      Mi empleo me gusta, el ambiente también y no veo el momento de volver a Barcelona.

      UN RUBIO CON CARA DE ÁNGEL

      Le he escrito a la señora Anita, mi antigua patrona de la Ciudad Condal, contándole que la familia me tira mucho y que Málaga también me gusta, con lo que ella me ha contestado:

      «¡Consuelito, Pirulín! Tómate tu tiempo y si algo no va bien, vuélvete a Barcelona con los tuyos, ya sabes que aquí todos te queremos. La maña, tu pinche de cocina se ha metido la faena en el bolsillo y ya trabaja igual que tú, así que cuando vuelvas te harás cargo del salón con Joaquina porque Matilde se casa dentro de un mes. Y te diré más, hasta Matea, con quien no te llevabas bien, te echa de menos. Y sobre todo yo, los guisantes con jamón como tú no los hace nadie, por favor, no nos olvides y vuelve».

      Lloré cuando leí su carta tan cariñosa. En Cataluña había vivido siete años de mi vida, los cinco últimos con ella. Pero СКАЧАТЬ