Zahorí II. Revelaciones. Camila Valenzuela
Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу Zahorí II. Revelaciones - Camila Valenzuela страница 9

Название: Zahorí II. Revelaciones

Автор: Camila Valenzuela

Издательство: Bookwire

Жанр: Книги для детей: прочее

Серия: Zahorí

isbn: 9789563634037

isbn:

СКАЧАТЬ fueran el medio de las tinieblas para llegar hasta ella. No permitiría que nada malo les sucediera y, para eso, lo más seguro era permanecer alejada de cualquier mortal.

      La puerta de la sala se abrió repentinamente y como si la hubiera invocado, por ella atravesó Vanesa. Habían pasado varios meses desde la última vez que la vio, pero a diferencia de ella, que había cortado su pelo drásticamente hasta los hombros, los cambios de su amiga eran casi imperceptibles. Como siempre, llevaba el uniforme de forma muy prolija; su pelo había crecido porque alcanzaba a tomarlo en una cola firme y ordenada. Ningún mechón podría escapar de ahí. Observó el tono bronceado en la piel y recordó el correo electrónico que le había enviado a mediados de enero para que se fueran de camping con Emilio. Le habría encantado ir, pero ni siquiera alcanzó a imaginarse recostada bajo el sol cuando Damián se le vino a la cabeza. Bloqueó su portátil y nunca contestó el correo. En realidad, no respondió ningún mensaje durante todas las vacaciones.

      Se miraron en silencio y su amiga le dirigió una sonrisa tímida para luego dirigirse hacia el puesto que estaba justo a su lado. Marina arrojó su bolso sobre el banco contiguo.

      —Está ocupado –declaró.

      —Yo no veo a nadie aquí.

      Puso su mochila de género sobre el costado de la mesa y se sentó. “Está distinta”, pensó Marina. La Vanesa del año anterior se habría sentado en otro puesto con los ojos humedecidos, en cambio, esta versión era más segura de sí misma. ¿Qué habría pasado durante esos meses sin verse ni hablar?

      —Oye, sabemos lo que estás haciendo y no te va a servir de nada.

      —¿Qué se supone que estoy haciendo?

      —El Emilio y yo te conocemos. Somos tus amigos, así que aunque hagas como que quieres alejarte de nosotros, vamos a seguir como coliguachos encima de ti.

      —Por algo no les respondí las llamadas, ni los correos, ni los mensajes.

      —Obvio que fue por algo; por varias cosas, en realidad: la Matilde se ganó una beca y ya no está en Chile, Pedro se murió, Damián se fue, quién sabe dónde. Nosotros entendemos todo eso. Pero vamos a seguir aquí mandando mensajes, llamando por teléfono y sentándonos en el banco de al lado. Y lo siento, no hay nada que puedas hacer para evitarlo.

      Una vez más, la nostalgia y la pena la invadieron. Nunca antes había visto a su amiga hablar con tanta determinación y con cierto tono de autoridad, pero logró contener sus ganas de abrazarla, de contarle todo, porque sabía que si lo hacía, su amiga seguiría firme a su lado y eso era demasiado riesgoso.

      —Haz lo que quieras. Me da lo mismo.

      Ni siquiera miró a Vanesa. Buscó el reproductor de mp3 en el bolso, se puso los audífonos y dejó caer la mejilla derecha sobre sus brazos, apoyados en el banco. Ninguna volvió a hablar.

      De modo gradual comenzaron a llegar los demás compañeros. Casi se cayó de la silla cuando vio entrar a Emilio a la sala. Llegó corriendo justo cuando tocaban el timbre para iniciar las clases. Llevaba la camisa afuera y la corbata en la mano, como pasaba siempre que se quedaba dormido. Se la puso alrededor del cuello mientras se acercaba a Vanesa y, cuando estuvo frente a ella, la besó. Vanesa y Emilio estaban juntos. La pareja más extraña de Puerto Frío, sin duda. ¿Cómo alguien tan maniática podía estar con el desastre de Dentón? Marina apagó el mp3 de golpe y se sacó los audífonos, enojada consigo misma. Esos pensamientos provenían de una mala amiga. Después de todo, quién era ella para juzgarlos de ese modo. Qué bueno que se hubieran encontrado, que estuvieran juntos. Le hubiese gustado preguntarles cómo pasó, desde cuándo se gustaban o quién había dado el primer paso, pero se tuvo que conformar con el silencio.

      Littin llegó junto con el término del timbre. Saludó a sus alumnos y les preguntó sobre las vacaciones. Preguntas de rutina, pensó Marina. “Gabriel tiene demasiadas preocupaciones como para importarle, de verdad, qué hicieron unos cabros de diecisiete años durante el verano”. Como ningún compañero entregó mayor detalle acerca de su vida personal, Littin empezó a hablar sobre el último año de colegio. Que cuarto medio, que la prueba de selección, que los horarios de clases, que hay que estudiar mucho para que puedan ser profesionales, que deben programar los tiempos. ¿Qué diablos hacía ahí? Una guerra le pisaba los talones y ella estaba sentada en una sala de clases, escuchando consejos sobre la prueba de ingreso a la universidad. No había ninguna opción de que a fin de año pudiera responderla. Jamás tendría tiempo de estudiar para esa prueba, era una utopía pensar en ello. Era un sueño, también, imaginar que el próximo año entraría a la universidad. Primero, porque la educación superior era un lujo que, con sus padres muertos y los ingresos que tenían, jamás podría costear a menos que se endeudara de por vida con un crédito; segundo, porque no sabía si estaría viva de aquí a mañana.

      Estaba pensando cómo le explicaría a su familia lo ilógica que era su presencia en esa sala de clases, cuando la Rueda del Ser volvió a girar al abrirse la puerta de golpe: era Eva Millán, con sus ojos fuera de órbita. El curso completo se levantó para quedar detrás de sus respectivos puestos, Marina hizo lo mismo, aunque con unos segundos de retraso.

      —Buenos días, profesor Littin –su voz aguda fue una bomba en los oídos de Marina.

      —Buen día, señorita directora. ¿La puedo ayudar en algo?

      Eva Millán lo observó como miraba a todo el mundo: con desprecio.

      —Disculpe que interrumpa su clase de esta manera, pero quería presentarle a la nueva contratación de la Escuela Elemental de Puerto Frío: León Guevara, profesor de Educación Física.

      La directora volvió a la puerta y la abrió de par en par, haciendo un ademán con su brazo para exhibir al nuevo profesor como si estuviera en un zoológico. Entonces, entró un hombre que bien podría haber sido hermano de Littin: tenía los ojos color miel y el pelo muy corto, tanto, que Marina no logró descifrar si sería castaño claro u oscuro. Sin embargo, su parecido con Gabriel era tal, que dedujo debía ser claro. Saludó a Littin con un apretón de manos; eran de la misma estatura, aunque él tenía la musculatura más definida, sin ser robusto o demasiado fornido. Gabriel sonrió, pero el nuevo profesor no le devolvió ese gesto. Tenía el aspecto de quien no sonríe nunca, así que el rictus de seriedad se materializaba en sus labios de forma permanente. “Hay caras que uno mira y sabe a quién se tiene enfrente, o por lo menos, a qué se dedica”, pensó Marina. Por ejemplo, para cualquier persona que viera los ojos de Magdalena, sería evidente que tendría una profesión ligada al ámbito social; Manuela, por otro lado, derrocha en cada una de sus expresiones, intelectualidad; Gabriel es pura luz y calma.

      En cambio, lo único que se podía decir de él es que venía de un lugar oscuro, triste y solitario. La noche estaba en sus ojos.

      Fue capaz de verse reflejada en su soledad y lo supo: era un enviado.

      Su enviado.

      Vínculos

      Quería correr, salir rápido de ahí. Le hubiera gustado ser práctica como Magdalena para mantener la mente fría o resuelta como Manuela para no darle tanta importancia. Incluso podría haber sido osada, como se suponía que era Matilde, para encararlo; pero no, el agua dentro de ella era más fuerte y los sentimientos la nublaban. Quería arrancar. No sabía qué podía implicar conocerlo y esa incertidumbre en medio de la tormenta solo alimentaba sus miedos. Además, ¿cómo era posible que fuera tanto mayor que ella, si se suponía que los enviados nacían al mismo tiempo que su elemental? Por otro СКАЧАТЬ