Zahorí II. Revelaciones. Camila Valenzuela
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Название: Zahorí II. Revelaciones

Автор: Camila Valenzuela

Издательство: Bookwire

Жанр: Книги для детей: прочее

Серия: Zahorí

isbn: 9789563634037

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СКАЧАТЬ al frente tuyo.

      Marina caminó hacia la puerta con paso firme y los dientes apretados. Sus cejas eran una sola línea recta.

      —Trato, Manuela, te juro que trato, pero contigo no se puede.

      Portazo. Le daba rabia que, después de todo lo que había pasado, Manuela no fuera capaz de confiar en ella. Podía disminuir su ironía, cambiar su forma de tratar a las personas e incluso a veces contener su malhumor, pero siempre sería incapaz de trabajar en equipo.

      Pasó como un rayo por la galería hasta llegar a las escaleras y subir al segundo piso. No había visto a su abuela en todo el día, pero aun así no tenía ganas de ir a saludarla; lo haría en la noche, cuando estuviera con mejor ánimo. Fue hasta su pieza, entró y tiró con fuerza su bolso al piso, que se deslizó hasta chocar con el ropero. Voló para caer sobre la cama. “Apágate, apágate”, le dijo a su mente, a su cuerpo entero. Bajó sus párpados con una inhalación profunda y dejó que el sueño llegara a ella.

      El vibrador de su celular hizo que volviera a abrirlos. Mensaje de Magdalena que, a esas alturas, seguro ya sabía sobre la existencia de León: “Supe lo que pasó. Pronto conversamos con calma. Fuerza”. Dejó el celular sobre el velador y volvió a cerrar los párpados. Había descansado tan poco los últimos meses, que no tardó en quedarse dormida.

      Aun así, su mente no se apagó.

      Cuando abrió los ojos, supo que no estaba dentro de su cuerpo. Seguía siendo ella; su conciencia dentro de otro cuerpo, otra mente. Sentía como si hubiese viajado astralmente al interior de alguien, pero sin saber quién. ¿Podría tener ese poder?

      El cuerpo que habitaba se escondía de alguien o, por lo menos, no quería ser visto por nadie. Marina no era capaz de acceder a los pensamientos de ese cuerpo, pero sí a las sensaciones. Sentía la adrenalina, el latir del corazón que tronaba en el pecho. Uno, dos. Uno, dos. ¿Dónde estaba?

      Aprovechó de ver lo que veían los ojos ajenos: el tronco y ramaje del árbol que la ocultaba; cinco autos, entre ellos, la camioneta de Pedro; más bosque alrededor; el sonido de las olas romper cerca de ella. Conocía ese lugar, pero le era difícil concentrarse, pensar con claridad, usar toda su energía estando en otro cuerpo. Dónde estoy, dónde estoy. Quién tenía la camioneta de Pedro. Gabriel. No, Gabriel se había bajado cuando llegaron al colegio. Magdalena. Sí, su hermana. ¡Estaba en el estacionamiento del hospital! ¿Qué hacía ahí? ¿Quién estaba ahí? ¿Acaso estaba dentro del cuerpo de Magdalena, que se estaba escondiendo de alguien? La respuesta que buscaba no tardó en llegar. El cuerpo que habitaba se movió entre las sombras de los árboles y, de la nada, una energía desbordante e invisible la arrastró desde el bosque hasta el centro del estacionamiento. Nada de volutas de humo negro, nada de niebla. Quien la atacaba, no era un oscuro. Estaba tirada sobre el suelo luego de haber sido jalada más de tres metros. El cuerpo, de todos modos, no se sentía ni siquiera un poco debilitado o herido. Apoyó ambas manos en el pavimento para levantarse. La mirada se posó en ella. A pesar de la mugre, el olor a sangre y suciedad, Marina reconocía muy bien ese dorso ancho y rugoso, con dedos largos y robustos. No tuvo la necesidad de concentrarse para saber a quién pertenecían.

      No lo veía ni lo sentía, pero sabía que era él o, por lo menos, su cuerpo.

      Damián en Puerto Frío.

      Damián en el estacionamiento del hospital, frente a su hermana.

      Damián, después de cinco meses de ausencia, tan cerca y tan lejos.

      Se incorporó de a poco hasta quedar arrodillado. Sintió una mano sobre su hombro y, muy despacio, giró su cabeza. Primero vio el resplandor verde del talismán de tierra; luego, la boca de botón, los ojos transparentes. Cuando supo que era Magdalena quien estaba frente a Damián, no sintió la paz que siempre le inspiraba, al contrario, una rabia profunda y excesiva, que no provenía de ella, la invadió. Damián agarró y apretó la muñeca de Magdalena. Marina pudo sentir la calidez de su hermana hacer contraste con el cuerpo gélido del oscuro. Él le dobló el brazo. Magdalena no alcanzó a gritar cuando fue lanzada por los aires hasta azotarse contra uno de los muros externos del hospital.

      Sin embargo, el grito de pánico de Marina se escuchó por toda la casona.

      Ataque

      Justo el día que Marina y Gabriel empezaban el año escolar, a Magdalena le tocaba recibir el turno de la mañana. La semana anterior le habían asignado todos los turnos de noche, así que esta, por fin, podría descansar. La verdad era que no tenía muchas opciones porque las enfermeras en Puerto Frío se contaban con los dedos de las manos –también los médicos, técnicos paramédicos y auxiliares–, así que, una vez repartido el horario, se acataba sin posibilidad de cambio.

      Gabriel manejó hasta el colegio. Marina se despidió y bajó de la camioneta. Ellos se quedaron un rato más en el auto. Aún faltaban unos minutos para que entrara al turno y, como el hospital quedaba a cinco cuadras de ahí, no demoraría en llegar. Gabriel tomó su mano y, aunque no se lo dijo, ella supo lo que estaba pensando: siempre que las tenía heladas, algo malo pasaba. Ambos sabían por qué sucedía eso; el calor de la tierra estaba en su cuerpo y, cuando su elemento intuía el peligro, la tierra prevenía.

      —Algo va a pasar hoy día.

      No dijo “algo malo”, pero Gabriel lo supo. Apretó más fuerte su mano como si con ello aliviara la tensión que habitaba en ella desde la muerte de sus padres. Sabía que jamás le diría frases complacientes como que se quedara tranquila porque todo estaría bien; nunca le había gustado que fueran condescendiente con ella y él lo tenía claro.

      —Lo único que podemos hacer es estar alertas y defendernos cuando sea necesario.

      —Hay algo más que podemos hacer.

      Magdalena tomó su bolso, abrió un bolsillo lateral y de él sacó dos sacos pequeños de color azul marino. Una mezcla de aromas llenó cada rincón de la camioneta.

      —Yo me quedo con uno, tú con otro –le dijo, y puso la bolsita en la mano de Gabriel–. Es una mezcla que hice ayer en la noche; tiene ruda, lavanda y albahaca.

      —Transmutar malas energías, buena suerte, protección contra la magia oscura... ¿Tan segura estás de que va a pasar algo?

      —La tierra me lo dice a gritos.

      —Entonces, quizás es mejor que le pase esta mezcla a la chica.

      —No hace falta, puse uno en el bolsillo interior de su falda sin que se diera cuenta.

      —Ella también siente el cambio energético de los últimos días.

      —Si sé, por eso no quiero preocuparla más. Ya tiene suficiente. ¿Qué crees que vaya a pasar?

      —Oscuros, traidores de fuego, cuarta elegida... Tenemos varias opciones.

      Magdalena abrazó a Gabriel. Últimamente, siempre que hablaban sobre los posibles ataques le daban ganas de abrazarlo. De algún modo recordaba lo que había vivido Marina con Damián y el temor a que algo así le pasara a Gabriel, le recorría todo el cuerpo. Sabía que era imposible que él se transformara en un oscuro, pero sí podía morir. También podían morir sus hermanas y su abuela. Era en esos momentos cuando se alegraba de no haber hecho amigos de verdad en Puerto Frío. Menos personas por las cuales preocuparse. Menos pérdidas, СКАЧАТЬ