Zahorí II. Revelaciones. Camila Valenzuela
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Название: Zahorí II. Revelaciones

Автор: Camila Valenzuela

Издательство: Bookwire

Жанр: Книги для детей: прочее

Серия: Zahorí

isbn: 9789563634037

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СКАЧАТЬ le dio un beso en la mejilla y se perdió por el pasillo. Marina siguió su camino hacia la cocina. Puso el agua a hervir para tomar un té y, mientras, lavó el plato que le había pasado su hermana. Luego, tomó la bolsita, la metió en el tazón y dejó que el agua se tiñera de un tono rojizo. El vapor transportó su olor hasta ella y la llevó a otro tiempo, uno cuando su padre le preparaba limonadas y té cada vez que se resfriaba. Antes de poder probarlo, entró Manuela a la cocina, se acercó a ella, le quitó el tazón de las manos y bebió de él. El pelo negro caía lacio y mojado a lo largo de su espalda haciendo contraste con sus ojos verdes.

      —Le falta azúcar.

      —Sí, porque lo había hecho para mí.

      Manuela fue hasta el mueble donde guardaban los aliños y vertió dos cucharaditas de azúcar dentro del tazón. Antes le habría dicho que era una falta de respeto lo que acababa de hacer y Manuela le hubiera respondido que no fuera exagerada, que se hiciera otro. A partir de ahí, habría surgido una discusión que terminaría con las dos peleadas y un té recién hecho sobre el mesón de la cocina. Hoy, ese tipo de situaciones ya no le importaban. Había aprendido a lidiar con Manuela.

      —Siento que algo va a pasar hoy. O ya pasó. No sé, me siento rara.

      —Bueno, el verano estuvo tan tranquilo, que de seguro lo vamos a saber pronto. No nos queda otra que esperar.

      —Quizás los oscuros están de luto, después de todo, se les murió el último rastro de Ciara.

      —Sí, claro, también le prendieron velas y le hicieron un funeral a Cayla. No seas pava, lo más probable es que estén planeando un ataque, así que ten cuidado hoy. Hace tiempo que no bajas al pueblo y...

      —Y no es tan seguro como la casona, si sé. Estás hablando como la Maida.

      Manuela dio un trago largo, apretó los párpados y llevó una mano a su pecho como si eso le aliviara el ardor. Marina sonrió.

      —Me deberías dar las gracias.

      Piel roja, ojos llorosos.

      —¿Ah, sí? ¿Por qué?

      —Si no me hubiera quedado con el té, tu lengua se habría quemado, no la mía.

      —Siempre tan considerada, Manu.

      Dejó el tazón sobre el mesón y apoyó una mano mientras, con la otra, revolvía el té.

      —Yo también me siento distinta. Hace una semana, más o menos, que algo cambió.

      —Sí, pero, ¿qué?

      —Hay más elementales en Puerto Frío.

      —¿Cómo puedes estar tan segura de que son elementales y no oscuros o traidores de fuego?

      —No dije que estuviera segura.

      —Es por tu tono...

      —Estoy casi segura. Las puedo sentir, pero no como tú que lo sientes acá –puso una mano en el corazón–. Yo lo siento aquí –su mano se fue a la cabeza.

      —Eso es pensar, no sentir. Uno no siente con la cabeza.

      —Yo no me equivoco, mucho menos en el uso de un verbo. Ya vas a ver que sí se puede sentir con la cabeza.

      —Bueno, da lo mismo, si esto fuera un tema de verbos hablaría con mi profe de Lenguaje, no contigo. Quiero saber qué piensas sobre esta sensación que tenemos. Por qué estás casi segura de que son elementales, así, en general.

      —Porque las escucho.

      Marina cruzó la cocina y se acercó a Manuela. No tuvo necesidad de preguntarle nada.

      —Empezó hace una semana. No les había dicho porque todavía no sé bien qué significa y no quería agregar otra preocupación. Creo que soy telépata.

      Manuela dejó el tazón vacío dentro del lavaplatos.

      —Lávalo –dijo Magdalena, que justo entró a la cocina. Señaló con su índice la loza sucia–. Ahora sí que tienes que ponerte las pilas con lo que ensucias porque la Marina entra al colegio y no va a tener tiempo para recoger los vasos que dejas tirados por toda la casa.

      —Chuta, parece que alguien se despertó con el pie izquierdo.

      —No, Manu, te lo digo en buena onda.

      —Yo también te digo en buena onda que, si no me dedico a lavar platos, es porque he estado devanándome los sesos para encontrar a la elegida de fuego.

      —Y está claro que no quiere que la encontremos, al menos no todavía. Así que, mientras, lava tus platos –puso la esponja en su mano y luego se dirigió a Marina–. ¿Nos vamos? Gabriel ya está afuera.

      —Espérate, la Manuela tiene algo que decirnos.

      Magdalena miró a su hermana mientras se hacía un moño; tenía el pelo ordenado, así que solo lo hacía para mantener las manos ocupadas en algo.

      —Sí. Hay una posibilidad de que sea telépata, pero no estoy segura. Ustedes, mejor que yo, saben que nuestros poderes dependen de nuestras emociones; como no hemos tenido ataques de los oscuros, no he estado bajo presión como para manifestarlo.

      —Entonces, ¿cómo sabes que es tu poder y no cansancio? –preguntó Magdalena, que dejó su bolso sobre el mesón de la cocina–. Te quedas toda la noche leyendo, apenas duermes... quizás dormitas y, en ese intertanto, sueñas que escuchas voces.

      —No, Maida, no es un sueño y no escucho voces como esquizofrénica. Hace una semana atrás, cuando estaba leyendo los Anales y pensaba en la elegida de fuego, escuché una voz dentro de mi cabeza, pero la voz no era mía. No era tuya, ni de la Marina, ni de nadie conocido.

      —¿Y qué escuchaste?

      —“De vuelta a Puerto Frío”.

      —¿Eso no más?

      —Sí, eso no más.

      —Ya... –dijo Magdalena y volvió a tomar su bolso.

      —No es solo lo que dijo...

      —¿Solo?

      —... sino cómo lo dijo. Eso le explicaba a la Marina recién: las siento dentro de mi cabeza. Escucho sus pensamientos y, al mismo tiempo, soy capaz de percibir sus sensaciones.

      —Yo le creo. Es la elegida de aire y elemental de agua: pensamiento y sentimiento juntos.

      —No he dicho que no le crea, pero pienso que es muy pronto para asegurarlo. Por eso, por favor, ándate con calma, Manu. Eres experta para obsesionarte con un tema y dejar todo lo demás atrás y, en estos momentos, te necesitamos acá con nosotras, no en tus libros.

      —Tranquila. Si sé que mis poderes van a llegar cuando de verdad sea el momento, así que no estoy urgida en encontrarlos.

      Ninguna de las dos le creyó.

      “¿Vamos?”, СКАЧАТЬ