Название: Asfixia
Автор: Álex Mírez
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
Серия: Inmunidad
isbn: 9788416942473
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—No sé a qué se refieren —declaré.
—Gracias.
No entendí, pero después de eso ambas personas se dieron vuelta y se alejaron, desapareciendo. Eso me confundió más. No quería que se fueran, sino que se quedaran, que me hicieran más preguntas y me explicaran en donde habían estado durante todo ese tiempo.
Descubrí entonces que no estaba tan asustada, sino un tanto emocionada. Había entablado una conversación con otro sujeto dando buenos resultados. Había cumplido, después de un año y sin ningún problema, con la estructura básica de la comunicación, de las relaciones sociales, del lenguaje verbal. Adaptarme sería pan comido, acoplarme a la vida que había perdido y que recuperaba, no me costaría trabajo.
Me di vuelta para estudiar mejor el lugar. Me fijé en que mi hombro estaba en recuperación y que tenía una sutura en la barbilla. Debían de ser buenos médicos, pero, ¿por cuánto tiempo había estado inconsciente?
El recuerdo de la grieta, de haber caído en ella, del intenso dolor que había sentido y de la pérdida de toda esperanza de poder escapar, llegó a mi mente y me pareció que tenían que haber pasado días para que alguien me encontrara en lo más recóndito de la ciudad. Recordé que también estaba lejos de casa, aunque quizás tendría que elegir otra en donde habitaban las personas. Fuese donde fuese, ahí iba a estar, cerca de ellos.
La posibilidad de que el mundo volviese a ser lo que había sido antes, me embriagó de calma.
La calma desapareció cuando escuché el sonido de una cerradura. Mi atención recayó en la puerta de color gris situada al lado del cristal. Alguien iba a entrar. ¿Más personas? ¿Los doctores? ¿Me sacarían ya? Estaba ansiosa por hacerles preguntas.
La puerta se deslizó hacia adentro. Vislumbré dos figuras altas, cubiertas por un traje blanco semejante al de un astronauta. Me sentí diminuta ante tan imponentes cuerpos y de manera automática di pasos hacia atrás, alejándome.
«No hay nada que temer —pensé— ellos no me harán daño».
Las figuras avanzaron más rápido cuando intenté tomar distancia. Uno de ellos se situó a mi lado, me tomó los brazos y los juntó tras mi espalda. El dolor que me recorrió la clavícula me obligó a soltar un quejido. El otro hombre se detuvo justo en frente, levantó una bolsa negra y me cubrió la cabeza con ella.
Todo se oscureció.
—¿Qué hacen? ¿Por qué me cubren? —pregunté, confundida.
Al no obtener respuesta, el momento que había creído maravilloso se convirtió en un instante de horror. Sentí que se me templaban las manos y que un miedo ensordecedor recorría cada parte de mi cuerpo. Intenté zafarme, pero ellos me sostuvieron con firmeza, haciéndome entender que no me soltarían ni porque se los rogara.
Me obligaron a caminar.
—¡Suéltenme! —exclamé mientras forcejeaba con sus agarres—. ¿Por qué hacen esto? ¡Oigan! ¡Respóndanme! ¿Quiénes son? ¿En dónde habían estado?
No respondieron. Mientras avanzábamos, escuché el sonido de una puerta abrirse. Temblé. Podía respirar porque la bolsa estaba puesta sobre mi cabeza sin presión alguna, pero temí que en algún momento se adhiriera a mi rostro y mi propia respiración se convirtiera en mi asesina.
Fui impulsada hacia abajo con brusquedad. Me sentaron. Alguien detrás de mí me ató las manos a la silla. El miedo se intensificó y se mezcló con la confusión, la desesperación y la impotencia. Segundos después, también me ataron los pies.
En ningún momento quitaron la bolsa de mi cabeza. Me dejaron amarrada de pies y manos, incapaz de observar quiénes eran mis opresores y cómo era el entorno. Permanecí ahí alrededor de diez minutos a merced de mi oído, respirando frecuente y pesadamente, empujando y atrayendo el plástico a mi cara, temblando y haciéndome cientos de preguntas que no podía responder.
Hasta que, en un momento, una carrasposa y profunda voz masculina llenó el recinto:
—Drey, ¿no?
El tono era duro y un tanto burlón. No me agradó en lo absoluto.
—¿Qué tal si nos conocemos un poco? —continuó—. Soy el especialista en interrogación, Carter. Estoy seguro que has escuchado de mí. Aprovecharé para aclarar que esas terribles historias de tortura en las que se me menciona, son ciertas, así que asumo que no quieres protagonizar alguna de ellas, ¿o sí? —Pude oír el sonido de sus zapatos golpear el suelo—. ¿Sabes? No imaginé que enviarían a una chica, ¿será que pensaron que por eso íbamos a ablandarnos? Siempre he considerado que la igualdad es primordial, y mucho más cuando escorias como tú llegan con objetivos tan sucios como el que tienes. Pero bueno, para dejar a un lado tanta charla, te diré que si cooperas no habrá castigo y podremos considerar llegar a un acuerdo. Eso solo sucederá si te rindes y nos das toda la información que poseas, porque si te pones dura, terca y de repente padeces amnesia, las cosas se pondrán muy pero muy feas, y ninguno de los dos queremos que así sea.
Cada centímetro de mi cuerpo se paralizó. ¿Escoria? ¿Objetivos como el que tenía? ¿Castigos? ¿Torturas? ¿De qué hablaba? ¿Cuál información?
—¿Por qué no me sueltan? —exigí—. Suélteme por favor.
—Repito, no te pongas terca —expresó él. Sonaba tranquilo—. Mejor empecemos. ¿Quién te envió? Ya sabemos que El Imperio, pero, ¿quién? ¿Gregori? ¿Alguien más? Necesito nombres.
—Nadie me envió —respondí con torpeza. Me tiritaron los labios y todo el cuerpo—. Caí en esa grieta por accidente.
—¿Dices que caíste en nuestros terrenos, dentro de nuestra fosa, por accidente? Vamos, ya te dije que no quiero que esto se ponga feo —dijo él con una nota cruel pero divertida.
—Pero le digo la verdad —mascullé. Escuché una risa burlona de su parte—. Hace tres años todos murieron, ustedes lo saben, ¿cierto? Yo sobreviví.
—Ah, claro, muchos sobrevivimos, pero eso no es lo que me interesa saber —soltó con indiferencia—. ¿Quién te envió y para qué? —volvió a preguntar, esa vez, enfatizando las palabras.
—¡Le digo que nadie me envió! ¿A dónde iban a enviarme? ¿Quiénes son? —insistí.
De nuevo escuché sus pasos y moví la cabeza de un lado a otro, tratando de seguirlo con mi oído.
—¿Vamos a jugar a eso? Y yo que hoy estaba de buenas y quería hacer las cosas del mejor modo —dijo con un inquietante regodeo en el tono de voz.
—¡Le juro que le digo la verdad! —aseveré casi como súplica.Tiré de mis manos con fuerza y desespero, pero no podía liberarlas.
—Imagino que debes estar muy bien entrenada para el papel de joven inocente, ¿no?
—No estoy entrenada para nada, quiero que me suelten.
La voz se me quebró, pero tragué saliva para retomarla.
«No seas débil, Drey —me repetí a mí misma— no lo СКАЧАТЬ