Название: Deseo en la toscana - Sin piedad - Un magnate despiadado
Автор: Susanne James
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
Серия: Omnibus Bianca
isbn: 9788413486130
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–¡Claro que no! ¡No me refería a eso! –era el turno de Fabian de mostrarse ofendido–. De acuerdo –continuó impacientemente–, volvamos al tema de tu amiga. Es una suerte que podamos contar con ella. ¿Ha estado antes en la Toscana?
–No. La he invitado en varias ocasiones, pero estos últimos años han sido difíciles para ella y las circunstancias no le han permitido hacer el viaje. Pero me ha dicho que esta vez necesita urgentemente algo de sol, y sé que se quedará prendada de este lugar y de Villa Rosa… ¿y quién no? Eso me recuerda que debo hablar con María para cerciorarme de que las habitaciones de Laura están listas. Ése es otro aspecto positivo de la situación que debería ayudarte a ver las cosas con más calma, Fabian. La tendrás a tu disposición cada vez que la necesites. ¿Quieres que te traiga otro café? Ése tiene pinta de haberse quedado frío.
–Sí, gracias –Fabian empujó su taza de café hacia Carmela–. Y tráeme también un vaso de agua y algún analgésico para el dolor de cabeza, por favor.
–Tal vez no deberías tomar café si te duele la cabeza.
–¿Ahora vas a hacer de madre además de secretaria?
–Sólo trataba de…
–¡Ya deberías saber a estas alturas que soy imposible sin mi café de la mañana! Pero no me lo tengas en cuenta, Carmela. En uno o dos días ya no tendrás que pensar en mis necesidades. ¡Será tu afortunado marido el que obtendrá toda tu atención!
Carmela perdonó de inmediato el mal humor de su jefe. Sabía que tenía mucho entre manos, y que probablemente lo estaba manejando mucho mejor de lo que lo habría hecho la mayoría en su situación.
–Enseguida te traigo lo que necesitas, y me aseguraré de que nadie te moleste en al menos una hora… ¿te parece bien?
–Si puedes lograrlo, es que eres una secretaria milagrosa.
–¡Hace un momento era tu madre! –dijo Carmela con expresión exasperada antes de alejarse.
Fabian observó cómo se alejaba y se encontró pensando de nuevo en el complicado tema de una esposa y un heredero. Complicado porque en aquellos momentos no mantenía ninguna relación seria ni tenía intención de hacerlo. Cuando un hombre se había quemado una vez en la vida se volvía prudente ante el peligro y aprendía a no acercarse más al fuego. Pero él ya había cumplido los treinta y siete y el tiempo no se detenía.
Debido a su considerable riqueza, y las responsabilidades que conllevaba ser dueño de Villa Rosa, la casa que había pertenecido a su familia durante siglos, necesitaba un hijo o una hija que lo heredaran todo. No… tenía que haber alguna otra forma de conseguir lo que quería sin embarcarse en una relación amorosa. Debía plantearse seriamente encontrar una solución.
–¡Cuánto me alegro de tenerte aquí por fin! Ha pasado tanto tiempo… ¡demasiado! Estoy deseando irme de luna de miel, por supuesto, pero sería estupendo poder pasar algo de tiempo contigo. Prométeme que no saldrás corriendo en cuanto regrese, dentro de dos semanas, ¿de acuerdo?
Contemplando a la curvilínea morena perfectamente arreglada que había sido su mejor amiga en el instituto, Laura se preguntó cómo podía haber pasado con tanta rapidez el tiempo desde la última vez que se vieron. Hacía al menos diez años que no se veían. Se habían mantenido en contacto por carta y por correo electrónico, por supuesto, y a veces habían hablado por teléfono, pero no era lo mismo que verse regularmente y tener la oportunidad de profundizar en su amistad. Pero ahora que estaba allí, en la Toscana, tenía intención de aprovechar al máximo la oportunidad que había surgido.
Aunque temporal, lo cierto era que la oferta de empleo que le había hecho Carmela había sido providencial. Ni siquiera le importaba que no se tratara de unas vacaciones, porque la música era una pasión absoluta para ella. Estaba segura de que el mero hecho de estar por allí sería un bálsamo para su espíritu y su moral.
–No tengo un trabajo esperándome, Carmela –contestó–, así que no tengo prisa por volver a Inglaterra.
–Me alegra oír eso. No que no tengas trabajo, por supuesto, ¡pero sí que puedas quedarte aquí una temporada!
–Hace tiempo que estaba deseando renovar nuestra amistad.
Laura sonrió y cruzó los brazos sobre la bonita blusa de encaje blanco que vestía con una falda azul pastel. Luego, con un suspiro, volvió sus ojos grises hacia los jardines que se divisaban a través de los amplios ventanales de la casa.
Los tejados de las elegantes marquesinas que brillaban bajo el sol de la tarde le recordaron una justa medieval. Sólo faltaba que aparecieran las damas y los caballeros elegantemente vestidos para asistir al acontecimiento. El mar blanco de los toldos contrastaba con el verde del césped, perfectamente cortado. A lo lejos había una balaustrada de mármol blanco con unas escaleras que llevaban a una sección más privada de los jardines. El olor a madreselva y glicinias entraba por las ventanas abiertas, llenando el aire de una soporífera fusión de excepcional deleite. Era como entrar en un sueño…
–¿Y qué piensas de tus habitaciones? –preguntó Carmela–. Te he puesto cerca del fondo de la casa para que cuentes con un poco más de intimidad si Fabian tiene invitados que vayan a quedarse a dormir. ¡Las vistas desde tus ventanas son espectaculares!
–Son una auténtica maravilla, Carmela. Voy a sentirme como una princesa en esas habitaciones, ¡y sobre todo durmiendo en esa cama con dosel!
–¿Has hablado ya con la prensa, Carmela? Esta mañana han… Oh, disculpa. No sabía que tenías compañía.
Laura se volvió al escuchar aquella profunda voz italiana y vio que el hombre dueño de ella la miraba de arriba abajo con evidente sorpresa desde el umbral de la puerta. Sintió que una extraña tensión la paralizaba y que su proceso mental se ralentizaba. ¿Sería aquél el jefe de Carmela? Si era así, era la antítesis de lo que esperaba.
Rubio, de ojos azules, alto y con una fuerte mandíbula, podría haber sido fácilmente confundido con un danés, un suizo o un alemán. Pero la confianza y ligera arrogancia que proyectaba, así como la forma en que llevaba la ropa, como si ésta y él formaran un todo, la convencieron de que era un auténtico hijo de Italia.
Repentinamente acalorada, apartó la mirada.
–¡Fabian! Llegas justo a tiempo para conocer a Laura. Ha llegado hace una hora y estaba a punto de ir a buscarte para presentártela –Carmela apoyó una mano en la espalda de Laura y la empujó con firme delicadeza hacia su jefe–. Laura, te presento al señor Fabian Moritzzoni, dueño de Villa Rosa y mi jefe. Fabian, ésta es mi querida amiga Laura Greenwood.
Laura alargó automáticamente su mano y Fabian la estrechó, sin excesiva fuerza pero con evidente autoridad.
–Es un placer, señorita Greenwood. Al parecer estoy en deuda con usted por haber aceptado ocupar el puesto de Carmela durante su ausencia. Espero que haya tenido un buen viaje desde Inglaterra.
–El viaje ha sido muy agradable, gracias.
–Tengo entendido que es la primera vez que viene a la Toscana, ¿no?
–Así es, pero no porque no haya querido venir antes. Carmela lleva años pidiéndome que venga, СКАЧАТЬ