Condenando la Esperanza. Dr. Luis María Viale
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Название: Condenando la Esperanza

Автор: Dr. Luis María Viale

Издательство: Bookwire

Жанр: Документальная литература

Серия: Grito hoy al cielo

isbn: 9789877620641

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СКАЧАТЬ lector, le reconozco que estas fueron las últimas cárceles que descubrí y me ha costado mucho esfuerzo asumirlas. Mi primera cárcel fue la de creer que yo no tenía cárceles, lo cual es un signo evidente de soberbia, pero también una oportunidad de cambio y acción: hacer el esfuerzo por descubrir y romper mis cárceles interiores y exteriores.

      La utopía tan necesaria para trabajar en geografías muy hostiles al ser humano como lo son los escenarios donde viven los sectores más vulnerables de la sociedad también genera una cárcel, y una con consecuencias que pueden ser muy contraproducentes: la de idealizar. Esta fue la cárcel que viví cuando fui director del correccional; esta cárcel que sufrí me llevó a cometer un gravísimo error: fui demasiado blando con los jóvenes, hasta permisivo en algunos aspectos, sin tener en cuenta que el afuera para estos jóvenes es tremendamente hostil. A esta la denomino la cárcel de la utopía.

      Diariamente lucho contra las cárceles de mi corazón, ya que si bien he querido mucho, siempre se puede dar más. Tal como dijo la Madre Teresa de Calcuta: “hay que dar hasta que duela” y reconozco que no he dado hasta llegar al dolor, muchas veces he dado lo que me sobra.

      Otra cárcel de mis cárceles es la autocomplacencia: creer que con mi voluntad y mis ideas yo podría cambiar el mundo. Debería haber escuchado a todos aquellos que se han acercado con críticas, consejos y conocimientos.

      Y la cárcel más dura, creo, ha sido, a pesar del gran esfuerzo que he hecho, el de seguir viendo/leyendo/interpretando a estos jóvenes como si fueran de la clase social a la que pertenezco, lo cual me ha llevado muchas veces a exigirles cosas que no podían hacer y obturar soluciones que su propia cultura les pone a su disposición. Esta cárcel es muy común entre el personal que interactúa con estos niños. La distinción y complementariedad entre los conceptos juventud y adolescencia muchas veces no se concreta en la realidad y esto es muy grave.

      Antes que nada, decidí escribir este libro porque no quiero ser cómplice de las cárceles que como sociedad construimos alrededor de los jóvenes y quiero fomentar la creación y fortalecimiento de espacios de libertad, tanto interior como exterior. Me aterra ser testigo de tanto dolor y no haber hecho nada para mitigarlo. Hago este libro con la intención de dar voz a los que habitualmente no la tienen: los jóvenes infractores de la ley penal. Darles voz para combatir los prejuicios que se tejen alrededor de ellos y así excluirlos aún más de la sociedad. Para que la voz de los que no tienen voz sea más fuerte. En el capítulo La voz de los que habitualmente no tienen voz transcribo fragmentos de charlas que mantuve con estos jóvenes, en particular con los que trabajé en mi último año en el Complejo Esperanza. Espero así mostrarles una cara de estos jóvenes muchas veces oculta para que los puedan conocer mejor, comprender cuáles son sus necesidades y percibir los efectos negativos de los actuales centros de detención de menores.

      Asimismo estoy firmemente convencido de que los jóvenes que cometen delitos tienen que asumir la responsabilidad de sus actos y para ello tenemos que ayudarlos en ese proceso de responsabilización, asumir que son victimarios. También creo que la sociedad tiene que asumir que a muchos de estos jóvenes no les ofrece los elementos mínimos para una adecuada socialización/integración social, lo que los transforma en víctimas sociales.

      Finalmente me mueve el firme convencimiento de que estos queridos jóvenes se merecen un presente y un futuro mejor al que hoy les ofrecemos, convicción que se ha mantenido a lo largo de mis treinta y siete años de trabajo con jóvenes vulnerables, desde mis inicios con chicos de la calle, pasando por ser Director de un Correccional de Menores —dirección que abandoné cuando percibí que el interés de mis superiores no era una mejor reinserción social de los jóvenes sino solamente que “fabricara futuros presos dóciles, que los jóvenes no generaran problemas mientras estaban privados de su libertad” y que para lograr ese objetivo “los mantuviera ocupados”— hasta mi jubilación en el Complejo Esperanza, lugar que para mi gran tristeza, continuaba el objetivo real de toda política de minoridad: “que no jodan mientras los tenemos encerrados”.

      Durante los últimos cinco años que trabajé en el Complejo Esperanza puse en marcha una serie de talleres de sensibilización con los menores del Complejo. En estos talleres llevé a la práctica un concepto que había aprendido de una gran profesora del postgrado que realicé en la Universidad de Buenos Aries, la Dra. Ana Lía Kornblit: “la drogadicción es la forma nueva de hablar de los temas viejos, o sea, el consumo de drogas en este grupo etario es grave pero es solo la punta de iceberg: el problema de fondo es la falta de un proyecto de vida, en la poca o nula capacidad de razonamiento lo cual los lleva a actuar sin pensar sus actos, lo pequeño de su mundo que en muchos casos se limita a la casa, la esquina, la comisaría, el baile y no mucho más allá”.

      Ya en el final de mi trayectoria y próximo a jubilarme como empleado de minoridad, decidí hacer el Doctorado en Comunicación Social en la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Nacional de Córdoba. Como una forma de homenajear y agradecer a los queridos jóvenes el inmenso afecto y gran respeto que me brindaron, y con la intención de aportar alguna luz a un camino en el que creo prevalecen las penumbras, decidí realizar mi tesis de doctorado sobre “El derecho a la comunicación en contexto de encierro: el caso de los niños y adolescentes del Complejo Esperanza”. En mi investigación, dentro de lo que permite un reglamento tan estricto como lo es una tesis doctoral, intenté de cuestionar los aspectos más importantes de lo que se está haciendo con el joven infractor para así animarnos a pensar lo no pensado, para aportar algunas ideas que faciliten nuevas líneas de acción.

      Le cuento, estimado lector, que me costó más esfuerzo terminar mis primeros años de estudio cuando era niño que terminar el doctorado en comunicación. Me imagino cuántos certificados de defunción anticipados me habrán firmado con mis pésimos antecedentes escolares los gurúes de la conducta humana juvenil y hoy, con mucho orgullo, puedo decir que he alcanzado el máximo título que otorgan las universidades en Argentina.

      Hago mención a esto por la enorme cantidad de certificados de defunción que estos gurúes de la conducta humana firman por anticipado a los jóvenes infractores de la ley penal: “van a terminar todos en las cárceles de adultos”, “no se merecen vivir”, “es necesario bajar la edad de imputabilidad” y muchos etcéteras más. ¿Dónde quedaron los certificados de defunción que le firmaron al niño/joven Luis (yo) que hoy tiene el máximo título que dan las universidades argentinas? En el mismo lugar en el que quedarán los pronósticos pesimistas que hoy se hacen con respecto a los niños/jóvenes infractores de la ley penal: “son irrecuperables”, “todos terminan en la cárcel”.

      En uno de nuestros primeros encuentros con el querido padre Pepe Di Paola, él hizo mención a las vocaciones sacerdotales que han existido y existen en las villas de emergencia y pasan desatendidas/desapercibidas. Esto me llamó mucho la atención y me llevó a pensar cuánta inteligencia y sabiduría que hay en estos queridos niños/jóvenes estamos desperdiciando; y lo mismo podríamos decir de otras cualidades que pasan desapercibidas como la lealtad, la honestidad, y el amor.

      Edgar Morin solía hacer el siguiente juego: entre el pesimismo de la inteligencia y el optimismo de la voluntad, ¿cuál eliges? A lo que el mismo Morin respondía que a ninguna de las dos, sino al ¡optimismo de lo improbable! A este juego lo hice con muchos profesionales que trabajan en el Complejo Esperanza y es muy común que al comienzo todos se dejen llevar por el optimismo de la voluntad, todo se puede cambiar. Sin embargo, con el transcurrir de los años el sistema los va llevando cada vez más hacia el pesimismo de la inteligencia, todo está perdido, no hay nada que se pueda hacer, los chicos no tienen futuro por la realidad que les toca vivir y por el sistema carcelario en el que prevalece la gobernabilidad penitenciaria.

      En mis treinta y siete años de trabajo con jóvenes siempre mantuve el optimismo de lo improbable СКАЧАТЬ