Название: Escritos desobedientes
Автор: Colectivo Historias desobedientes
Издательство: Bookwire
Жанр: Философия
Серия: Historia Urgente
isbn: 9789873783906
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Mis hijos ya no escuchan la historia de Conejín. Me encargo, casi obsesivamente, de contarles historias en las cuales los protagonistas siempre dicen lo que piensan y nunca hacen algo por ser obedientes, o por quedar bien con otros. Están creciendo, e indefectiblemente seguirán su propio camino. No son ajenos ni inmunes al Pokémon Go, ni a tantas otras cosas que se filtran sigilosamente entre sus amigos y sus juegos. Yo les advierto que estén atentos, ellos me escuchan, un poco se ríen y lo descargan en el celular. No dejo de estar atenta y de advertirles. Tendrán que sacar sus propias conclusiones.
Escribo esto pensando en tantas “verdades absolutas” que, disfrazadas de noticias, de comentarios al pasar o de ingenuos cuentos o juegos infantiles, se filtran y se instalan en nuestras percepciones y nos condicionan en el momento de interpretar la realidad.
Soy maestra y tengo faltas de ortografía
20 de agosto de 2016
Después de “Colita de Algodón…”, palabras de cariño, encuentros y reencuentros inesperados me invitan a seguir escribiendo en voz alta en este nuevo mundo (nuevo para mí) del Facebook.
No escapa a mi conciencia el saberme una persona con muchas faltas de ortografía (el escrito original de “Colita” tiene varias). Padecí desde muy pequeña esta incapacidad de incorporar la normativa que establece las convenciones del sistema de escritura. Me recuerdo de niña, sentada en la mesa de la cocina, escribiendo una y otra vez renglones y renglones de palabras que, indefectiblemente, vuelven a ponerme en duda cada vez que las escribo. Soy capaz de dudar si “jirafa” se escribe con “g” o con “j”.
Con los años, asumí mi falencia e incorporé métodos alternativos para subsanarla: memoricé reglas ortográficas, sumé el hábito de modificar la oración, o de emplear sinónimos, ante el temor de escribir con faltas ortográficas. Siempre tengo a mano un diccionario, o pregunto ante la duda. Igualmente, no dejo de sorprenderme cada vez que releo algún apunte o nota escrita apurada y al paso, y descubro que mi capacidad para escribir mal (fuera de las convenciones preestablecidas) sigue intacta.
Mucho sobre faltas estudié en la facultad. Entre el “tener o no tener” de Freud y el “ser o no ser” de Lacan, fui armando mis propias hipótesis que me vuelven sumamente empática, aunque no permisiva, con mis alumnos en este aspecto. A veces pienso que puede ser algo sintomático y que debería trabajarlo en terapia. Por el momento, convivo con estas y muchas otras faltas.
En el imaginario social, sigo descubriendo aún esta idea de que el maestro tiene que saberlo todo, que no se equivoca. En esta lógica subyace la idea de alguien que sabe y habla mientras otro no sabe, escucha y aprende. Alevosamente, y en un ejercicio constante, repito a mis alumnos –y a mis hijos también– que no sé o que no me acuerdo, proponiendo recorridos compartidos en búsqueda de respuestas. “Tenés que saber porque sos maestra”, me han llegado a responder, perplejos, mis alumnos. “No podés tener faltas de ortografía, sos maestra”, me recriminaba mi mamá o alguna de mis hermanas, ante mi recurrente estigma. Y yo seguía, a veces con vergüenza, a veces con disimulo. Hoy, asumiendo mi condición de “persona con faltas ortográficas”.
El mismo imaginario me encuentra actualmente hablando sobre política o militancia en el interior de la escuela donde trabajo. “Los políticos son todos corruptos” o “no hay que meterse en política”, son algunas de las frases que se escuchaban ayer en el submundo que aflora cada tanto en “la sala de maestros”. Y una compañera se jacta: “Yo soy apolítica”. Y yo, que desde no hace mucho empecé a no callarme nada (¿callarme con “y” o con “ll”?), le respondo que ser “apolítica” –es decir elegir no participar, no opinar o no informarse– es también una decisión política. Y que, según mi opinión, ese posicionamiento (ingenuo, cómodo, egoísta) en el momento de votar perjudica a todos... Y que al fin y al cabo son decisiones políticas las que determinan cuántos impuestos vamos a pagar, cuánto vamos a cobrar y en qué condiciones vamos a trabajar, o si vamos o no a llegar a fin de mes.
El infalible timbre que sigue imponiendo los ritmos escolares puso fin abruptamente a esta interesante discusión que –a buena hora– comenzó a generarse en
el interior de la escuela. Seguramente, continuará
en otros momentos. Bienvenido sea el debate y el intercambio de ideas.
Crecí pensando que la política era un mundo aparte, lejano, corrupto, ajeno a mí y a mi vida. Nunca me metí, ni me interesó la política… hasta que un día, en la voz de mi mamá, la política me llamó por teléfono para decirme que mi papá estaba preso “por cuestiones políticas”. Con los años, entendí que no fue la política, sino la Justicia quien llamó; que tarde, pero seguro, comenzaba a actuar gracias a las decisiones políticas impulsadas por el presidente electo que tenía un claro posicionamiento político al respecto.
Me preocupa enormemente la postura del actual presidente y sus declaraciones sobre el terrorismo de Estado, los desaparecidos y el accionar de las fuerzas armadas en la década de los setenta. Me preocupa la posibilidad de que cuando conmemoremos el próximo 24 de marzo –el Día de la Memoria, la Verdad y la Justicia– algún alumno o alumna –que nunca falta– me pregunte por el destino de las personas que se han “llevado” a los hijos de las Madres y a los bebés que las Abuelas siguen buscando. Me preocupa no poder darles la tranquilidad de saber que existe la justicia y que están presos por haber hecho lo que hicieron.
Entonces, pienso que tal vez no se trata de que sea buena o mala la política, sino, más bien, del uso bueno o malo que hagamos de ella. Yo, por lo pronto, no tendré faltas en el momento de participar, de opinar, de estar, de marchar, ¿de militar?, cuando de política se trate.
Represores reprimidos reprimiendo
27 de agosto de 2016
No dejo de estar atenta, y de sentirme interpelada, ante tanta noticia acerca de lo que va sucediendo en nuestro país en relación con las políticas de memoria, verdad y justicia.
El otorgamiento de la prisión domiciliaria a un personaje tan nefasto para nuestra historia, y para nuestro presente, como es Miguel Etchecolatz, resulta muy preocupante, por no decir aterrador. Me pregunto cómo serán los diálogos de este hombre con sus hijos –si es que los tiene–, con sus hermanos, con su mujer, con sus parientes. Me pregunto si tendrán inquietud por lo que hizo y la osadía de cuestionarlo.
No puedo hacer generalizaciones, pero puedo hablar desde mi propia experiencia y desde la de algunas otras hijas que también lograron posicionarse fuera de los mandatos familiares y de las lógicas de obediencia debida, y con quienes la vida me fue reuniendo. Es muy probable que tengan la inquietud, pero es más probable aún que no tengan la osadía –o los recursos– para interpelarlo. De hacerlo, seguramente sufrirán el “exilio familiar” (como en mi caso) o serán relegadas a la categoría de “locas” o de “traidoras” dentro de la familia.
Me pregunto si este hombre podrá repensarse a sí mismo y reflexionar sobre lo que hizo cuarenta años después. Llego a la triste conclusión de que no, no puede. Y, entonces, me viene a la mente Tótem y tabú de Freud, el pacto al que esa horda primitiva se somete ante el horror y el trauma. Me pregunto si dicha horda acata ese pacto por obediencia y respeto СКАЧАТЬ