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СКАЧАТЬ Algunos ancianos, otros no tanto. Todos guardan el silencio atroz. Ninguno se mostró arrepentido, como señalan lxs autorxs del libro.

      En esta diversidad de situaciones, es posible observar no solo los procesos actuales de memoria, sino también las formas en que el aparato represor operó. Así también, este mapa de relaciones familiares indica los distintos modos en que lxs autorxs –y los integrantes de HD– transitan por sus desobediencias. Como señala Bibiana Reibaldi, los matices del afecto se hibridan con los territorios de la verdad. En estos escritos se pone al descubierto la importancia sustancial que tuvo la reapertura de los juicios por los crímenes de lesa humanidad en 2006 –luego de la anulación de

      las leyes de Punto Final y Obediencia Debida y del estatuto de inconstitucionalidad de los indultos– para la sociedad, pero también para las historias pequeñas e intrafamiliares. Analía Kalinec lo sintetiza: “Fue, también, a partir de ese momento que pude conocer, a nivel personal, aquella parte de la historia familiar que estaba cuidadosamente oculta”.

      Las imágenes insisten por salir y convertirse en otras, nuevas, en formas afectivas, en gestos éticos y en acciones concretas. La edición de este volumen ha sido un desafío intenso por varios motivos. La rapidez con la que lo gestamos, organizamos, corregimos y materializamos (una velocidad que sentimos como urgente en estos tiempos) se encauzó con la impronta vitalista y afectiva de los escritos desobedientes. Esta calidez humana acompañó los días de trabajo en los que las imágenes coparon el recuerdo y lo volvieron más claro, más concreto y más real.

      Me pregunté varias veces durante este tiempo de lectura acerca de la posibilidad de encontrar, en las imágenes de otrxs, la imagen propia; sobre la capacidad de las imágenes para superponerse e imaginarse como vividas. La transferencia, la empatía, el sentido afectivo que tiene el testimonio para afectar el cuerpo y la imaginación hablan de un futuro. Advertí que es en la comunidad de recuerdos donde radica esta sensación de repetición con variaciones.

      Una mirada no es una imagen. Una imagen es un diseño de posicionamientos en el espacio, una visualidad. La imagen habla, y dice mucho. Las miradas también hablan, pero en otros órdenes de significación. Reponer de sentidos a la sensación vivida es parte de la narrativa testimonial. Recuperar esa dispersión que es

      la vivencia y ordenarla en una imagen, que diga lo que

      es preciso decir, es el primer movimiento de estos escritos. Luego, la organización, la ubicación de las imágenes en un collage plural que permita leerlas, su exposición.

      31 de agosto de 2018

      1 Pilar Calveiro: Poder y desaparición. Los campos de concentración en Argentina, Buenos Aires, Colihue, 1998.

      2 Hannah Arendt: Eichmann en Jerusalén. Un estudio sobre la banalidad del mal (1963), traducido por Carlos Ribalta, Barcelona, Lumen, 2003.

      3 Walter Benjamin: Infancia en Berlín hacia 1900 (1932), traducido por Ariel Magnus y Griselda Mársico, Buenos Aires, El Cuenco de Plata, 2016.

      4 Hannah Arendt: ¿Qué es la política? (١٩٩٧), traducido por Rosa Sala Carbó, Buenos Aires, Paidós, 2009.

      5 Joan Scott: “Experiencia” (1991), La Ventana, núm. 13, 2001.

      PARTE UNO

      Historias de vida

      ANALÍA KALINEC

      De Colita de Algodón, Obediencia Debida

      14 de agosto de 2016

      En estos momentos, se esboza la posibilidad de otorgar el beneficio de la prisión domiciliaria a alguien capaz de cometer las peores atrocidades contra otros seres humanos. Paralelamente, se priva de libertad, de derechos y se incomunica a quien fuera capaz de generar lazos solidarios entre semejantes.

      En estos momentos, una parte importante de la sociedad argentina manifiesta indignada su preocupación en las redes sociales ante el “atentado” que sufrieron el presidente y la gobernadora de la provincia de Buenos Aires en Mar del Plata. Se habla de “violencia” e “intento de asesinato”, ignorando que el propio jefe de la Policía desmiente semejantes afirmaciones. Así también, se ignora que la agrupación acusada de cometer estos “actos violentos” solicita derecho a réplica en los medios hegemónicos que siguen colonizando el “sentido común” de esa importante parte de la sociedad que, obediente y obscenamente, repite y repite lo que se impone, e ignora lo que se oculta; mensajes mafiosos, amenazas, robos y destrozos a periodistas, dirigentes políticos o particulares que expresan libremente –aunque no gratuitamente– sus ideas, contrarias a las del discurso totalizador. No hay peor ciego que el que no quiere ver.

      Paradójicamente, en estos momentos, se cumple un nuevo aniversario de la anulación de las leyes de Punto Final y Obediencia Debida. El cambio en las condiciones históricas y políticas, y la determinación del entonces presidente Néstor Kirchner de avanzar en la lucha contra los crímenes de la dictadura, permitieron poner fin a las mal llamadas “leyes del perdón” (¿de qué sirve el perdón si no hay arrepentimiento?). Fue a partir de ese momento que cientos de represores –incluido mi papá–, civiles y militares, cuyos enjuiciamientos se interrumpieron en 1986, pudieron ser debida y necesariamente juzgados. Fue a partir de ese momento que pudimos como país comenzar a conocer parte de esa historia que, infructuosamente, quisieron hacer “desaparecer”. Fue también a partir de ese momento que pude conocer, a nivel personal, aquella parte de la historia familiar que estaba cuidadosamente oculta.

      Cuando era chica, mi papá solía recitarnos la historia de “Colita de Algodón”. Seguramente, su mamá –mi abuela– se la recitaba de niño. Con ternura yo lo miraba, años atrás, recitar la misma historia a sus nietos. Con signos de entonación y suspensos propios del relato, repetía: “Colita de Algodón era un conejito muy picarón”, esta parte del relato venía acompañada por una sonrisa. Luego, frunciendo el ceño, continuaba: “Su mamá le dijo: ‘Oye, Conejín, ¡no vayas muy fuerte en monopatín!’”. En esta parte, el tono de alarma y sorpresa generaba expectación en los jóvenes oyentes que escuchaban el triste desenlace: “Por desobediente pronto se cayó y su cola blanca… ¡Ay, se lastimó!”.

      Mamé de muy pequeña –incluso transgeneracionalmente, supongo– esta idea de “ser obediente”. Que hay que hacer caso, que no hay que contestar, que es mejor callarse, que “por algo será”, que “mejor no te

      metas”. Pasé muchos años repitiendo el discurso obedientemente aprendido en el seno familiar. Cuando mi papá es interpelado por la Justicia, ya que debía dar cuenta de su accionar durante СКАЧАТЬ