Su alma gemela - Mi novio y otros enemigos. Nikki Logan
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Название: Su alma gemela - Mi novio y otros enemigos

Автор: Nikki Logan

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Omnibus Jazmin

isbn: 9788413489414

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СКАЧАТЬ terminado. Aunque Dan no hubiera coincidido en ello, algo que sí había hecho una vez que se había calmado lo suficiente como para volver a hablar con ella, no habría podido pasar otro momento en una relación que solo daba vueltas en un lento e interminable círculo vicioso. Lo positivo era que también significaba que no tenía que explicar algo que ella misma apenas entendía… al menos no durante una temporada. Con el tiempo vería a Dan, se disculparía en persona y recogería las pocas cosas que tenía en la casa de él. Pero de ese modo los dos acababan con la tristeza del momento.

      Una eutanasia afectiva.

      Salvo por el intenso interés público.

      En ese momento era sábado por la tarde. Y el trabajo era un sitio tan bueno como cualquiera para esconderse de todos esos mensajes y correos electrónicos de amigos y familiares asombrados. Quizá mejor, ya que apenas había personal y ella trabajaba sola en su laboratorio, detrás de dos barreras de seguridad. Aunque no tenía una jauría de paparazzi detrás de ella, unos días después aún había el suficiente interés como para que se hablara del tema. No se atrevía a comprobar sus cuentas sociales, ni a escuchar la radio ni leer el periódico por si la Chica de San Valentín seguía siendo el tema principal.

      Muchos se preguntaban si no se había dado cuenta de la estupidez que había cometido.

      Se hacía una buena idea. Pero había creído que él diría que sí, de lo contrario no se lo habría pedido. Resultó que la información privilegiada de la que disponía había sido tan fiable como la de un jugador arruinado para un caballo ganador en el hipódromo.

      «¿Por qué hacerlo en público?», habían clamado sus detractores.

      Porque había despertado la mañana después de la sorprendente declaración de Kelly de que su hermano estaba listo para más y en la emisora de radio que había puesto mientras se lavaba los dientes únicamente se hablaba de la promoción del año bisiesto. Y así había seguido durante todo el día en el trabajo.

      Era como si el universo le gritara que metiera su nombre en el sombrero.

      Se frotó las sienes palpitantes.

      «El nombre de los dos».

      También Dan estaba metido hasta el cuello, pero como no pensaba delatar a su mejor amiga, por el bien de él y de la única hermana que tenía, seguía debatiéndose con la respuesta que les daría a esos ojos penetrantes cuando estuvieran cara a cara y Dan le preguntara: «¿Por qué, George?».

      Después de escribir el informe en el ordenador, retiró la pequeña muestra del irradiador, volvió a sellarla según los patrones de cuarentena y lo depositó en la unidad de almacenamiento. Luego sacó la siguiente.

      En el banco había veinticinco mil especies de semillas y alguien tenía que probarlas en busca de viabilidad. Por fortuna para el National Trust ella disponía de semanas, incluso meses, en los que tendría que ocultarse. Parecían los beneficiarios inmediatos de sus fines de semana y noches en el exilio.

      Al otro lado de su mesa, sonó el teléfono.

      –Georgia Stone –contestó antes de recordar qué día era. ¿Por qué alguien la llamaba un fin de semana?

      –Señorita Stone, soy Tyrone, de seguridad. Tiene una visita.

      –No espero a nadie. Si no le habría dejado su nombre.

      –Es lo que le dije, pero insiste.

      Se preguntó si sería Daniel. De inmediato la invadió la culpabilidad de no haber tenido el valor de verlo todavía en persona.

      –¿Quién… quién es? –aventuró.

      Hubo una pausa.

      –Alekzander Rush. Dice que con K y con Z.

      Como si eso aclarara algo; aunque algunas neuronas enterradas en su cerebro comenzaron a activarse.

      –Afirma que no es un periodista –Tyrone sonó irritado por verse obligado a desempeñar el papel de intérprete.

      –Muy bien, déjelo pasar. Lo veré en el centro de visitantes. Gracias, Tyrone –añadió antes de colgar.

      Tardó unos siete minutos en terminar lo que estaba haciendo, desinfectarse y atravesar tres edificios hacia el centro de visitantes. Se hallaba lleno de turistas de Wakehurst que comprobaban el trabajo realizado por su departamento mientras recorrían el edificio principal y los jardines.

      Miró alrededor y lo vio. Alto, moreno y vestido con estilo informal, con algo doblado sobre el brazo. El hombre del ascensor de la emisora de radio. Posiblemente, la última persona del mundo a la que esperaba ver. Sintió curiosidad por el motivo que lo habría llevado a buscarla. Se acercó a su lado mientras inspeccionaba uno de los expositores públicos y leía las etiquetas.

      –Alekzander con K y Z, supongo.

      Él se volvió y mostró cierta sorpresa al verla con la bata blanca del laboratorio y unos vaqueros.

      –Zander –dijo, alargando la mano libre–. Zander Rush. Director de emisora para Radio EROS.

      La mano que estrechó era cálida, fuerte y segura, todo lo opuesto a la suya.

      Él alzó el otro brazo con algo familiar y de color beige.

      –Te dejaste el abrigo en el estudio.

      ¿El director de una de las principales emisoras de radio de Londres conducía cincuenta kilómetros para llevarle el abrigo? No se lo creía.

      –Me pareció un precio pequeño que pagar por largarme de allí –comentó. No se había permitido pensar en el documento firmado con el membrete de la emisora que en ese momento estaba en el escritorio de su casa, pero era evidente que en ese instante ambos lo hacían.

      –¿Hay algún lugar más privado en el que podamos hablar?

      –¿Tienes más que decir? –preguntó ella, pensando que valía la pena intentarlo.

      –Sí –Zander miró a la gente que los rodeaba–. No tardaré mucho.

      –Estamos en un edificio con medidas de seguridad. No puedo llevarte dentro. Demos un paseo.

      Se puso el abrigo y juntos atravesaron las enormes puertas del centro de visitas.

      –A la parte de atrás –indicó ella de forma escueta.

      Con su tarjeta de identificación obtuvo acceso a la entrada trasera que daba al bosque Bethlehem. Lo más privado que conseguirían un sábado. Cualquier otra persona podría haberse mostrado aprensiva por entrar en un bosque aislado con un desconocido, pero lo único que veía Georgia era la forma fuerte y firme de la espalda de él cuando la protegió en el ascensor de los ojos curiosos en el momento en que su mundo se había desmoronado.

      No había ido a hacerle daño.

      –¿Cómo me has encontrado? –le preguntó.

      –El teléfono de tu trabajo figuraba entre los otros contactos en nuestros archivos. Llamé ayer y supe dónde estaba.

      –Te has arriesgado СКАЧАТЬ