Ravensong. La canción del cuervo. TJ Klune
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Читать онлайн книгу Ravensong. La canción del cuervo - TJ Klune страница 31

Название: Ravensong. La canción del cuervo

Автор: TJ Klune

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия:

isbn: 9789877476613

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СКАЧАТЬ yo pensara, no podía obligarla a hacer nada que ella no quisiera. Y yo sabía eso, por supuesto. Porque pensar otra cosa era espantoso. Así que me convertí en su amigo. Hasta que, un día, me sonrió y… eso fue todo. Nunca nadie me había sonreído así. Era mi…

      –Compañera –completé.

      –Nunca me gustó esa palabra –continuó Thomas, encogiéndose de hombros–. No abarca todo lo que ella es. Es lo mejor de mí, Gordo. Me ama tal y como soy. Es intensa e inteligente y no deja que me salga con la mía jamás. Me sostiene. Me señala mis fallas. Y, sinceramente, si el mundo fuera justo, ella sería la próxima Alfa, no yo. Sería mejor que yo. Mejor que mi padre. Mejor que cualquiera. Tengo mucha suerte de tenerla. El día en que le di mi lobo de piedra fue el día más estresante de mi vida.

      –¿Porque pensabas que te diría que no?

      –Porque pensaba que me diría que sí –me corrigió con amabilidad–. Y si aceptaba, eso quería decir que tendría a alguien conmigo hasta el fin de mis días. No sabía si me lo merecía. Y Mark se siente igual. Ha estado esperando por este momento durante mucho tiempo. Tiene… miedo.

      Parpadeé.

      –¿De qué? ¿Qué tiene que ver con Elizabeth y tú…?

      De pronto, caí en la cuenta.

      –Espera –dije.

      »¿Estás diciendo lo que creo que estás diciendo…? –dije.

      »¿Qué? –dije.

      Ignoré a Mark por tres días.

      Aparecieron animales muertos en el porche delantero.

      Elizabeth se reía de mí mientras acunaba a Carter en sus brazos.

      –¿Por qué no me lo dijiste? –le grité.

      –Tienes trece –me gruñó–. Tengo tres años más que tú. Es ilegal.

      –Eso es… Está bien, es un motivo bastante bueno.

      Se lo veía confiado.

      Entrecerré los ojos.

      Parecía menos presumido.

      –No soy un niño –añadí.

      –No es el mejor contraargumento dado que sí, lo eres.

      –Está bien. Entonces me iré a besar a otro.

      Gruñó.

      –Necesito encontrar a alguien a quien besar –exigí.

      Rico y Tanner y Chris me miraron con los ojos muy abiertos.

      –No me mires a mí –replicó Tanner.

      –A mí tampoco –dijo Chris.

      –A mí menos... maldición –suspiró Rico–. Siempre soy lento. Bueno. ¿Sabes qué? No me importa. A ver esos labios, machote.

      Contemplé a Rico horrorizado mientras avanzaba hacia mí con los brazos abiertos.

      –¡A ti no!

      –Guau. ¡Pero qué puto racista!

      –No soy racista, tú eres mi… Maldición, ¡odio tanto esto!

      –¿Mark? –preguntó Tanner, comprensivo.

      –Mark –asintió Chris.

      –Si fuera blanco, seguro que me hubieras besado –dijo Rico.

      Le sujeté la cara y apreté mis labios contra los suyos.

      Tanner y Chris hicieron el mismo sonido de disgusto.

      Me aparté de Rico con un ruido húmedo.

      Estaba perplejo.

      Me sentí mejor.

      Se lo conté a Mark.

      Se transformó. Su ropa se rasgó a medida que escapaba al bosque.

      –Eres un poco imbécil, Gordo –me dijo Abel con suavidad–. Cuando tengas la edad suficiente, quiero que sepas que cuentan con mi aprobación incondicional.

      Estaba a cargo de la recepción cuando una joven entró al taller.

      Me sonrió.

      Era bonita. Tenía el pelo negro azabache y los ojos verdes como el bosque. Tenía puestos vaqueros y una camiseta escotada. Parecía apenas mayor que Mark.

      Los muchachos del taller silbaron.

      Marty les dijo que cierren el pico, maldición, aunque él también la contempló con admiración.

      –Hola –dijo la chica.

      –¿Puedo ayudarte? –le pregunté, sintiéndome nervioso por razones que no comprendía.

      –Espero que sí. Mi coche está haciendo un ruido raro. Acabo de cruzar el país. Estoy tratando de llegar a Portland para ir a la universidad, pero no sé si llegaré.

      –Es probable que podamos hacerte un lugar pronto –asentí. Hice clic en la vieja computadora para abrir la agenda.

      –¿No eres un poco joven para trabajar aquí? –preguntó, divertida.

      –Sé lo que hago –me encogí de hombros.

      –¿En serio? Qué tierno –sonrió aún más. Se inclinó hacia adelante y puso los codos sobre el mostrador. Tenía las uñas pintadas de azul. Se le había saltado el esmalte. Golpeteó el mostrador con los dedos. Del cuello le colgaba una cadena delgada con una pequeña cruz de plata–. Gordo, ¿verdad?

      –¿Cómo sabes eso? –la miré fijo.

      Rio. Sonaba dulce.

      –Tu nombre está bordado en la camisa.

      –Ah, cierto –me sonrojé.

      –Eres tierno.

      –¿Gracias? Eh, parece que tenemos un turno en una hora. Podría hacerte lugar, si no te molesta esperar.

      –No СКАЧАТЬ