Название: Ravensong. La canción del cuervo
Автор: TJ Klune
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
isbn: 9789877476613
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Los lobos dormían y soñaban sus sueños de lunas y sangre.
Y cuando por fin cerré los ojos, no vi más que azul.
ABOMINACIONES
Seis meses después de cumplir trece años, besé a Mark Bennett por primera vez.
Siete meses después de cumplir trece años, los cazadores llegaron y mataron a todos.
Pero antes de eso:
–Está embarazada –me susurró Thomas.
Lo contemplé, estupefacto.
Su sonrisa era cegadora.
–¿Qué?
Asintió.
–Quería que lo supieras antes que nadie.
–¿Por qué?
–Porque eres mi brujo, Gordo. Y mi amigo.
–Pero… Richard, y…
–Ah, ya se lo diré. Pero eres tú, ¿entiendes? Seremos tú y yo para siempre. Seremos nuestra propia manada. Yo seré tu Alfa y tú serás mi brujo. Eres familia, y espero que mi hijo sea familia para ti también.
De alguna manera, mi corazón se estaba curando.
Me preocupaba un poco lo que sucedería conmigo cuando atravesara la superficie de mi pena. Tenía solo doce años y mi madre estaba muerta, mi padre encarcelado en un lugar del que nunca podría escapar, y yo estaba solo.
Había salido en las noticias durante semanas: un pueblito insignificante donde había ocurrido un escape de gas importante que había arrasado con un vecindario entero. Dieciséis personas habían perdido la vida, cuarenta y siete habían resultado heridas. Un accidente extraño. Uno en un millón. No debería haber sucedido. Reconstruiremos, dijo el gobernador. No los abandonaremos. Lloraremos a los que hemos perdido, pero nos recuperaremos.
Mi madre y mi padre se contaban entre los fallecidos. Mi madre había sido identificada por sus dientes. No se habían hallado vestigios de mi padre, pero el fuego había ardido con tanta intensidad que era de esperarse. Lo sentimos, me dijeron. Nos gustaría poder decirte algo más.
Asentí pero no dije nada. La mano de Abel era un peso pesado sobre mi hombro. Y, bajo la siguiente luna llena, me convertí en el brujo de la manada más poderosa de Norteamérica.
Hubo oposición, por supuesto. Yo era demasiado joven. Acababa de sufrir un trauma importante. Necesitaba tiempo para sanar.
Elizabeth fue la más vocal de todos ellos.
Abel escuchó. Era el Alfa. Era su deber escuchar.
Pero se opuso a quienes querían protegerme.
–Tiene a la manada –dijo–. Lo ayudaremos a sanar. Todos nosotros. ¿No es así, Gordo?
No dije una palabra.
No me dolió. Pensé que lo haría, no sé por qué. Quizás porque los tatuajes me habían dolido, o porque lo único que sentía desde el momento en que abría los ojos era dolor, y esperaba más.
Pero, bajo la luna, con una docena de lobos de pie frente a mí con los ojos brillando, me convertí en su brujo.
Y fue algo más.
Podía oírlos, más fuerte que antes.
NiñoHermanoManada, decían.
NuestroAmorNuestroBrujo, decían.
Te mantendremos a salvo te quedarás con nosotros eres nuestro eres manada eres HijoAmorHermanoHogar, decían.
Mío, decían.
–Amigo –dijo Rico, vestido con un traje que le quedaba mal y una corbata de segunda mano–, esto es una porquería.
Me contemplé las manos.
–Es una porquería, en serio.
Alcé la cabeza para mirarlo con furia.
–Qué chingados.
Yo no tenía idea de qué significaba eso.
Tanner y Chris volvieron con nosotros, los brazos cargados con comida. Estábamos en la casa de los Bennett. Habíamos enterrado a mi madre, junto a un ataúd vacío para mi padre.
Elizabeth me dijo que los funerales eran otra tradición. Las personas traían comida y comían hasta que no podían más.
Yo quería irme a la cama.
Tanner tenía la boca llena.
–Amigo, hay de esos emparedaditos con huevo.
–Los huelo –apuntó Rico.
–No sé qué es esto –dijo Chris ofreciéndome alguna clase de pan–. Pero tiene coco. Y mamá dice que el coco te quita la tristeza.
–Eso no es cierto –replicó Rico.
–Suena a que estás del coco –se mofó Tanner–. ¿Entienden? Por lo del… Bueno, ya entienden.
Nos lo quedamos mirando con la boca abierta. Se encogió de hombros y siguió comiendo emparedado de huevo.
–¿Dónde está el mío? –preguntó Rico.
–Te traje un taquito –contestó Chris.
–Eso es racista.
–¡Pero te gustan los taquitos!
–¡Quizás deseaba comer de ese pan de coco del coco! ¡Yo también estoy triste!
–Son todos tan estúpidos –dije, me sonrieron de oreja a oreja.
–Ah, miren –exclamó Rico–. Puede hablar.
Entonces, me eché a llorar. Por primera vez en el día. Con la mano llena de pan de coco y rodeado de mis mejores amigos, lloré.