Ravensong. La canción del cuervo. TJ Klune
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Читать онлайн книгу Ravensong. La canción del cuervo - TJ Klune страница 32

Название: Ravensong. La canción del cuervo

Автор: TJ Klune

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия:

isbn: 9789877476613

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      Mark vino a traerme el almuerzo.

      Ella estaba sentada en la sala de espera, hojeando una revista antiquísima.

      La campana sonó cuando entró.

      –Hola –dijo Mark, tímidamente. Era la primera vez que venía desde todo el asunto ese de me-besaste-y-salí-corriendo-por-culpa-de-sentimientos-lobunos-tales-como-que-eres-mi-compañero-y-me-olvidé-de-mencionarlo.

      –Mira quién decidió aparecer –exclamé.

      Casi no me acordaba que la mujer seguía allí.

      –Cállate –masculló Mark, y apoyó una bolsa de papel madera sobre el mostrador.

      –No es un conejo muerto, ¿verdad? –le pregunté con recelo–. Porque te juro, Mark, si es otro…

      –Es jamón y queso suizo.

      –Ah. Bueno, eso está mejor.

      –¿Un conejo muerto? –preguntó la mujer.

      Mark se estremeció. La miré.

      Alzó una ceja.

      –Chiste interno –aclaré.

      –Ah –dijo ella.

      Las fosas nasales de Mark aletearon.

      Le pellizqué el brazo para recordarle que estábamos en público, por todos los cielos. No podía andar por ahí olfateando a todo el mundo.

      La contempló por un momento más antes de volver su atención a mí.

      –Gracias –le dije.

      Se pavoneó un poquito.

      Era tan predecible.

      –Me llevará un par de días conseguir los repuestos –le dijo Marty–. No llevará mucho hacer la reparación una vez que lleguen, pero tu coche es de manufactura alemana. No se ven muchos como ese por aquí. Puedes seguir conduciéndolo, pero te garantizo que el problema empeorará y terminará rompiéndose en el medio de la nada. Estás en el campo, niña.

      –Me he dado cuenta –dijo, lentamente–. Es… una pena. Vi un motel cuando entré al pueblo.

      Marty asintió.

      –Está limpio. Dile a Beth que te mando yo. Te hará un descuento. Green Creek es pequeño, pero somos buena gente. Te trataremos bien.

      Ella rio y sus ojos centellearon. Me miró una vez más antes de volver la vista hacia Marty.

      –Supongo que lo veremos.

      Esa noche Abel se sentó en el porche para saludar a los miembros de su manada que llegaban para la luna llena de la noche siguiente. Se lo veía satisfecho.

      –Gordo –me dijo cuando salí a avisarle que la cena estaba casi lista–, ven aquí un momento.

      Fui.

      Me puso la mano sobre el hombro.

      Y, por un rato, simplemente… existimos.

      La última cena.

      No lo sabíamos.

      Nos reunimos y reímos y gritamos y nos atiborramos de comida.

      Mark presionó su pie contra el mío.

      Pensé en muchas cosas. Mi padre. Mi madre. Los lobos. La manada. Mark y Mark y Mark. Era una elección, lo sabía. Había nacido en esta vida, en este mundo, pero tenía elección. Y nadie podía quitarme eso.

      Me pregunté cuándo me ofrecería Mark su lobo.

      Me pregunté qué le diría.

      Me sentí presente y real y enlazado.

      Thomas me guiñó un ojo.

      Elizabeth arrullaba al niño que tenía en brazos.

      Abel sonreía.

      –Esto somos. Esta es nuestra manada –me susurró Mark, inclinándose hacia mí–. Esta es nuestra felicidad. Quiero esto. Contigo. Algún día, cuando seamos mayores.

      Ella estaba en el restaurante al día siguiente, cuando me tocó ir a buscar el café para los muchachos. Estaba sola en una cabina, la cabeza inclinada mientras rezaba, las manos juntas frente a ella. Alzó la vista en el instante en el que entré al lugar.

      –Gordo –me saludó–. Qué temprano.

      –Hola –le respondí –¿Cómo estás…?

      No recordaba su nombre

      –Elli.

      –Elli. ¿Cómo estás?

      –Bien –contestó, encogiéndose de hombros–. Este lugar… es muy tranquilo. Lleva un tiempo acostumbrarse.

      –Sí –no sabía muy bien qué decirle–. Siempre es así.

      –¿Siempre? No sé cómo lo aguantas.

      –He vivido aquí toda la vida.

      –¿En serio? Qué curioso.

      Una camarera me hizo un gesto desde el mostrador, para que me acercara a buscar los cafés que ya estaban listos.

      Empecé a moverme en su dirección pero una mano me sujetó la muñeca.

      Bajé la vista. Las uñas habían sido pintadas de nuevo. De rojo.

      –Gordo –dijo Elli–. ¿Puedes hacerme un favor?

      Inhalé y exhalé.

      –Claro.

      Me sonrió, pero no con la mirada.

      –¿Puedes rezar conmigo? He estado intentándolo toda la mañana y, por más que lo intento, no me sale bien. Creo que necesito ayuda.

      –No soy la mejor persona para…

      –Por favor –aflojó su agarre.

      –Eh, claro.

      –Gracias СКАЧАТЬ