Ravensong. La canción del cuervo. TJ Klune
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Читать онлайн книгу Ravensong. La canción del cuervo - TJ Klune страница 26

Название: Ravensong. La canción del cuervo

Автор: TJ Klune

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия:

isbn: 9789877476613

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СКАЧАТЬ No ahora. No querría eso.

      El rojo se desvaneció de los ojos del Alfa.

      El Omega se desplomó contra la pared y se dejó caer, llorando.

      Carter y Kelly alejaron a su hermano del callejón.

      Me agaché frente al Omega. Su cuello estaba sanando lentamente. La sangre goteaba sobre su chaqueta.

      Diluviaba.

      –¿Había lobos? ¿Con el humano? –pregunté. El Omega asintió con lentitud–. Un lobo castaño. Grande.

      –Sí –confirmó–. Sí, sí.

      –¿Fue herido?

      –No creo… no. Me parece que no. Todo sucedió tan rápido, fue…

      –Richard Collins. ¿Dónde está?

      –No puedo…

      –Puedes –dije y me subí la manga derecha de la chaqueta. La lluvia se sentía helada contra la piel–. Y lo harás.

      –Tioga –contestó, boquiabierto–. Ha estado en Tioga. Los Omegas fueron a verlo y les dijo que esperaran. Que su hora llegaría.

      –Está bien. Ey, cálmate. Necesito que me escuches, ¿entendido?

      Tenía los ojos abiertos como platos.

      –¿Lo sigues oyendo? ¿Sigues oyendo su llamado? En tu mente. Como un Alfa.

      –Sí, sí, no puedo, es demasiado fuerte, es como si hubiera algo más, y él me está llamando, nos está llamando a todos nosotros a que…

      –Bien. Gracias. Eso es lo que necesitaba escuchar. ¿Sabías que hay minas debajo de este pueblo?

      Su pecho se agitó.

      –Por favor, por favor, no iré a verlo por más fuerte que me llame. No importa lo que haga, no…

      –Eres un Omega. No importará. Vive lo suficiente y perderás la cabeza. Lo has dicho tú mismo.

      –No, no, nonono, no

      Chasqueé los dedos frente a su cara.

      –Concéntrate. Te hice una pregunta. ¿Sabías que hay minas debajo del pueblo?

      Movió la cabeza de un lado a otro. Parecía estar sufriendo mucho.

      –No son más que grava y arena. Pero si cavas profundo, si te hundes en la tierra, encontrarás cosas que estaban perdidas.

      –¿Qué demonios eres…?

      Presioné la mano contra el suelo. Las alas del cuervo se estremecieron. Dos líneas onduladas en mi brazo se encendieron. Inspiré. Exhalé. Estaba allí. Nada más tenía que encontrarlo. No era igual que en casa. Aquí era más difícil. Green Creek era diferente. No me había dado cuenta de cuánto.

      –Brujo –siseó el Omega.

      –Sí –reconocí en voz baja–. Y tú acabas de tener las garras de un Alfa en la garganta y has sobrevivido para contar el cuento. Fuiste a mi hogar y se te mostró misericordia. Pero yo no soy un lobo, ni soy precisamente un humano. Hay vetas en lo profundo de la tierra. A veces, tan profundo que jamás serán descubiertas. Hasta que alguien como yo llega. Y es a mí a quien deberías tenerle miedo, porque yo soy el peor de todos.

      Sus ojos se pusieron violetas.

      Empezó a transformarse, la cara se alargó, las garras rasparon el ladrillo del callejón.

      Pero yo había encontrado plata en la tierra, enterrada muy lejos de la superficie.

      La traje arriba, y arriba, y arriba hasta que una bolita de plata tocó mi palma, aún líquida y caliente. Las garras del cuervo se clavaron en las rosas y estrellé la mano contra la sien del Omega cuando se lanzó para atacarme. La plata entró por un lado y salió por el otro.

      La transformación se deshizo.

      El violeta se desvaneció.

      Se desplomó contra el ladrillo.

      Tenía los ojos ciegos y húmedos. Una gota corrió por su mejilla. Me dije que era la lluvia.

      Me levanté, las rodillas crujieron. Me estaba volviendo muy viejo para esta mierda.

      Giré y dejé al Omega atrás mientras me bajaba la manga de la chaqueta. Sentí la proximidad de un dolor de cabeza.

      Los demás me esperaban en el todoterreno.

      –¿Qué dijo? –quiso saber Carter–. ¿Sabía…?

      –Tioga. La vi más temprano en el mapa. Está a una hora de distancia. Richard estuvo allí. Quizás siga allí.

      –¿Qué hiciste con el Omega? –preguntó Kelly, nervioso–. Está bien, ¿verdad? Está…

      –Está bien –les dije. Hacía mucho tiempo que había aprendido a mentirles a los lobos. Y la lluvia amortiguaba el latido de su corazón–. No volverá a molestarnos. Probablemente ya haya cruzado la frontera.

      Joe me miró fijo.

      No parpadeé.

      –Kelly, te toca conducir –anunció.

      Y no se dijo más.

      En Tioga, Joe perdió el control.

      Porque Richard había estado allí. Su rastro se sentía por todos lados en un motel a las afueras del pueblo y aunque tenue, estaba allí, escondido debajo del hedor de los Omegas.

      Habíamos estado tan cerca. Tan cerca, maldición.

      Joe aulló hasta quedarse sin voz.

      Destruyó las paredes con sus garras.

      Destrozó la cama a dentelladas.

      Kelly se mantuvo a mi lado.

      Carter tenía el rostro enterrado en las manos y los hombros le temblaban.

      Joe guardó al lobo solo cuando se oyeron sirenas a lo lejos.

      Dejamos atrás Tioga.

      Después de ese día, Joe habló cada vez menos.

      Un día hacia el final del segundo año, cuando pensaba que no podía dar un paso más, abrí el bolsillo secreto de mi bolso marinero.

      Adentro había un cuervo de madera.

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