Playboy. Katy Evans
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Название: Playboy

Автор: Katy Evans

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Pecado

isbn: 9788417972202

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      A continuación, estira el brazo para que me levante y me pone la mano en la parte baja de la espalda mientras me conduce a otro sitio. Voy a perder el juicio y los nervios. No lo entiendo.

      —¿Por qué no? —murmuro jadeante.

      —Eres Wynn Watson, ¿no? La galerista aficionada a las citas.

      —¿Cómo que aficionada a…? —¿Cómo sabe mi apellido? Y entonces caigo en la cuenta.

      Estoy estupefacta y he perdido el juicio; a mi cerebro le hace falta un momento para reorganizarse.

      —Eres Cullen Carmichael. El tahúr que sigue el mismo modus operandi para acostarse con todas, antimonógamo y hermano del prometido de mi mejor amiga Livvy.

      —La vida te da sorpresas. —Me observa, me abre la mano y me pone una ficha de diez mil dólares en la palma—. Para ti, princesa. No te lo gastes todo de una vez. Guárdatelo para nuestra próxima partida.

      —No, gracias. A lo mejor lo invierto. Puede. Le diré a tu hermano que me aconseje sobre cómo invertir propinas.

      —De nada.

      —Eso digo yo: de nada.

      Se le escapa una risa sorprendentemente suave cuando ladea la cabeza y me estudia.

      —Gracias —dice en tono serio, y me besa en los labios—. Anda, sé buena y vete a casa —añade a la vez que me da un cachete en el culo.

      —¿A qué ha…? ¿Me estabas cortejando?

      —Yo no cortejo.

      —¿Estabas jugando…?

      —Ya te avisaré cuando empiece el juego. Ahora vete a casa.

      Abre la puerta de un Uber que parece salido de la nada. Y como ya son las tres de la mañana, no se lo discuto y me tambaleo un poco cuando entro para volver a casa.

      Maldito Cullen Carmichael. Es obvio que ha venido por la boda y yo no he sabido sumar dos y dos. Seré tonta. Madre mía, si ni siquiera podía juntar las piernas con él delante.

      No doy crédito a cómo me ha comprado. Como… a un coche. Como si me mereciera, como si pudiera conseguir lo que le diese la gana. Tiraba las fichas a la mesa como si no valieran nada y se desprendía del sueldo de toda mi vida en una sola jugada.

      Le doy la vuelta a la ficha y enciendo la luz del móvil para examinarla.

      ¡Diez mil dólares!

      Me pregunto qué pasaría si me enseñase a jugar con mi dinero. Por fin acabaría de pagar mi préstamo comercial tras años y años renegociando prórrogas.

      Qué va. Lo perdería todo, y entonces ¿qué? No me gusta el juego. Es una frivolidad como la copa de un pino. Creo en el trabajo, no en la suerte.

      Tampoco creo en el amor… O eso me digo a mí misma.

      Incluso ahora estoy tentada de fantasear con cómo sería hacer el amor con Cullen Carmichael; pensarlo me deja sin aire. Basta, Wynn. Deja ya de idealizar a cada hombre que conoces. No valen la pena. Ni uno, y menos si lo llaman Playboy.

      * * *

      La euforia de la noche y mi sonrisa se desvanecen en cuanto pongo un pie en mi piso (el que alquilé después de mudarme de casa de Emmett). En ocasiones, el dolor me agobia tanto que me retuerzo mientras duermo. Las noches son horribles. La soledad y el vacío están por todas partes. En la almohada sin dueño que tengo al lado. En las sábanas, que solo están calientes bajo mi cuerpo En el ominoso silencio de mierda que reina en el piso.

      Pero las mañanas no son mucho mejores. Por alguna razón, bajo la guardia de noche. Me relajo (a veces). Me despierto en la comodidad de mi cama y miro el ventilador blanco que hay en el techo y que tan bien conozco. Y, por un momento, estoy bien. Hasta que recuerdo que ya no me desea. Y la tortura empieza de nuevo. Me obligo a salir de la cama, a vivir, pero a duras penas. Me obligo a comer; a comer, no a saborear. Me obligo a ducharme, a mojarme para luego secarme. A vestirme, a fingir que soy normal. Que soy persona. Me obligo a seguir adelante cuando una parte de mí todavía está atascada en el día que se me vino el mundo encima cuando me dijo que ya no estaba enamorado de mí. Amor. Amor verdadero. Felicidad. Un futuro, la sensación de que nos completábamos. De eso ya no queda nada.

      Los fines de semana son lo peor. Al no trabajar, no me distraigo y pienso en ello. Le doy vueltas en la cabeza, tal y como haría alguien que ha sufrido una conmoción, con el objetivo de encontrar una nueva pista. Alguna señal de que se mascaba la tragedia.

      No duermo bien. Al día siguiente me relajo mientras me tomo un café al mediodía y ojeo las noticias en el portátil. Me da miedo la boda de esta noche. Ni siquiera es la ceremonia en sí. No del todo. Es el recordatorio de lo que tengo aquí y ahora. En el presente. Y de lo que no tengo. El hecho de no prever ningún futuro (no uno romántico, al menos) es deprimente hasta decir basta.

      No estoy sola. Sin duda, hay un millón de mujeres más en el mismo barco. Despertaron esta mañana solo para darse cuenta de que el resto de sus vidas no será como esperaban. Hoy es diferente porque su final feliz se ha fundido en negro.

      Hoy es un día en negativo.

      Estoy exasperada, como si ya hubiera estado aquí y hubiera hecho esto tantas veces que ya ni siquiera va de promesas rotas y esperanzas truncadas. Va del tiempo perdido y de los sueños desbaratados.

      Por suerte, todavía me queda la galería; la Galería de la Quinta Avenida.

      Me gusta cómo suena. Se le ocurrió a Pepper, también conocida como la ayudante más increíble del mundo.

      Le doy un sorbo a mi café cuando oigo un ruido de llaves y aparto la taza al tiempo que dos de mis mejores amigas, Gina y Rachel, irrumpen en mi casa.

      —¡Si es que lo sabíamos! Sabíamos que no te estarías arreglando. —Rachel y Gina, una rubia y la otra morena, ambas felizmente casadas, cierran de un portazo y entran como un huracán.

      —Os dije que os llamaría si necesitaba ayuda —protesto mientras bajan la pantalla del portátil y me ponen en pie.

      —No habrías llamado.

      —¿Y tú cómo lo sabes? —le pregunto a Gina.

      —Porque nunca llamas. Vamos a peinarnos.

      Rachel se dirige a mi armario, toma un jersey y un pantalón de chándal y me los trae.

      —Venga, que te van a dejar guapísima. Así, cuando veas a Emmett esta noche, le restriegas por toda la cara lo que se pierde.

      —¡Que anoche volví tarde y no he dormido casi nada! ¿No podemos dejarlo para luego? ¡No estoy depre, lo juro!

      —Ya veremos —dice Rachel, incrédula, mientras me pone ropa encima.

      —Uf, os odio.

      —Nos amas.

      Gruño y me cambio de ropa.

      —Pues sí —admito—. СКАЧАТЬ