Название: Playboy
Автор: Katy Evans
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
Серия: Pecado
isbn: 9788417972202
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Rachel sabría manejar a un semental tan sexy. La rondó el picaflor más famoso de la ciudad, Malcolm Saint, y no se rindió a sus atenciones. Al menos, durante un ratito. En cambio, yo llevo tres minutos y ya he mojado las bragas.
Este tío… Estoy convencida de que tiene a todas las que quiere. Las camareras que deambulan por el almacén no dejan de mirarlo con interés, pero él las ignora. Asimismo, juraría que está muy interesado en jugar a las cartas con mi acompañante, al que parece ponerlo nervioso que toda la atención de Ojos Plateados recaiga sobre él. La tensión ha aumentado de manera considerable.
Algunos jugadores se retiran como si presintieran que la timba consiste en algo más que ganar fichas. Ojos Plateados estudia a Carson y, a continuación, acaricia sus fichas con aire pensativo y las apila. Mi acompañante, que sigue inquieto, tira su pequeña pila.
Me apresuro a mirar hacia otro lado, avergonzada.
—¿Juegas? —me pregunta un señor mayor mientras gira tres fichas cerca del tapete.
—No. —Parezco demasiado esquiva—. Bueno, podría jugar. —Cualquiera tiene derecho a perder dinero aquí, ¿no?
—¿Quieres hacer una apuesta al margen? —Como no contesto, añade—: Tu novio se va a quedar sin blanca en cinco manos o menos.
—No es mi…
—Subo —anuncia por fin Ojos Plateados, que interviene en el momento justo. Reclama atención y la consigue. Los demás jugadores se ponen alerta.
Mi acompañante tartamudea:
—No… No puedo igualar la apuesta… Me he quedado sin fichas.
Ojos Plateados se vuelve hacia mí despacio. Su rostro es un enigma.
—La chica.
Pongo los ojos como platos.
Mi pareja me mira con unos ojos igual de abiertos.
Me da un vuelco el corazón.
Me levanto como puedo, pero Carson me agarra del codo.
—Quiere que te quedes —refunfuña—. Me está obligando a apostarlo todo.
—Pues yo diría que a la que está obligando a jugárselo todo es a mí. —Bajo la voz para añadir—: Mira, me da igual quién…
—Las tengo buenas. Por favor. —Carson me enseña sus cartas con disimulo. Tiene un full. Parece desesperado. Me da pena y me molesta a la vez porque este tío juega en otra liga—. Anda, Wynn.
Ahora sí se acuerda de cómo me llamo, el muy imbécil.
Me siento.
El Tahúr Misterioso y el viejo hablan sin palabras. El segundo hace un gesto de desaprobación con la cabeza y abandona.
—Si tú lo dices…
No oigo que se digan nada más.
El tío de enfrente me pone nerviosa. Ya no me observa a mí, sino a Carson, pero yo no puedo dejar de mirarlo a él, a Ojos Plateados. Tiene esa clase de boca rígida que te hace preguntarte cómo sería probarla, una mandíbula marcada y… ¡Frena, Wynn! Nada de hombres, ¿recuerdas? Salvo para el sexo, ¡y no te vas a acercar a Casanova!
Me muerdo el labio inferior y finjo que el tipo que tengo delante no me estresa tanto como a mi acompañante.
Cuando todos menos Carson se retiran, mi pareja enseña su mano y el tío gira las cartas y se cruza de brazos. Tiene una escalera de color. La más alta es un as.
Parpadeo.
¿Qué demonios acaba de pasar?
¿Mi acompañante ha perdido y me ha vendido a este tío en el proceso?
Le brillan los ojos, triunfantes.
—Trae la silla aquí —me pide mientras señala su lado con la cabeza.
No tengo ni idea del lío en el que me he metido, pero decido que librarme de él es mi mejor baza. Me levanto, me doy la vuelta dispuesta a marcharme y le digo a Carson:
—En serio, no voy a…
Ojos Plateados se pone de pie, rodea la mesa y, de pronto, su pecho es un muro con el que casi choco cuando intento irme.
—Quédate —me ordena en voz baja mientras me toma de la muñeca con calidez y fuerza.
Cada parte de mí nota su contacto.
Me zafo de su agarre. Me escuece la muñeca y me preocupa un poco el efecto que ejerce sobre mí.
Es tan alto que tengo que estirar el cuello hacia atrás para mirarlo.
—Mi acompañante me habrá ofrecido, pero yo no estaba de acuerdo.
—¿Cuál es tu precio? —pregunta.
Qué bien huele, Dios: a jabón, colonia y a aroma de triunfador.
—¿Mi precio para qué?
—Para que aposentes tu precioso culo en la silla, a mi lado, y juegues.
Yo exhalo.
—¿Y ya está?
—De momento. —Vuelve a esbozar una sonrisa tenue y en mi cuerpo se despierta la lujuria. Mierda.
He visto Una proposición indecente. Para ser sincera, hubo un tiempo en que me gustaba mucho Robert Redford. Culpo a Hollywood y a mi subconsciente por hacerme creer que no sería mala idea hacer lo que me pide. Al fin y al cabo, solo accedería a poner mi «precioso» culo en la silla y a jugar. ¿De verdad piensa que tengo un culo precioso?
—Vale —digo sin pensar.
El tío hace un gesto al camarero para que ponga mi silla junto a la suya y luego me lleva allí para que me siente. Se coloca a mi lado. Tiene un cuerpo muy masculino, va vestido de negro y desprende una fragancia muy sensual. Les pide que repartan. En cuanto acaban, empuja el montón de cartas hacia donde estoy yo.
—Juega.
—¿Cómo?
Mis ojos se encuentran con esos infaliblemente directos ojos plateados.
—Ya me has oído.
—Tú estás loco.
Se reclina en el asiento y entrelaza las manos detrás de la cabeza.
—Me han dicho cosas peores.
—Lo siento, Wynn —se disculpa mi acompañante mientras se levanta para irse.
—Wynn —repite con ese timbre grave y engolado.
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