Название: Playboy
Автор: Katy Evans
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
Серия: Pecado
isbn: 9788417972202
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Tiene los ojos plateados como diamantes bañados en platino, fríos como el hielo, relucientes como esquirlas. La mandíbula cuadrada y marcada, los labios inmóviles, pero con aspecto de ser tremendamente suaves. El jersey negro se le ciñe a los hombros, anchos y robustos, y entreveo los músculos que hay debajo; los bíceps le tensan la tela mientras sus manos descansan en la mesa. Por alguna razón, me percato de que tiene los dedos largos y fuertes y las manos bronceadas.
Trago saliva. Me toca con la mirada. Lo noto; hace que me cosquillee la piel. Mira de arriba abajo mi vestido negro de algodón elástico hasta llegar a los muslos. Se fija en mis piernas hasta visualizar los botines. Respira, Wynn. Exhalo nerviosa mientras sigo a mi acompañante y el jugador sexy de los ojos plateados nos observa acercarnos.
Yo soy la que camina, pero es él quien me sigue con la mirada.
Se me seca la boca y, de repente, me siento cohibida al percatarme de lo minúsculo y ajustado que es mi vestido negro de manga larga que me llega a la rodilla.
—Joder, que nos está mirando —exclama Carson.
Eso digo yo. Jóde-me.
Carson me ofrece la silla que tiene el hombre delante y acerco el culo, consciente de que los hombres de la mesa me observan. Sobre todo él.
—Llegas tarde. —Su voz es grave, sonora y muy pero que muy sexy.
—Perdón, lo siento. Mi acompañante ha tardado un rato en bajar…
Detesto notar que se me sonrojan las mejillas cuando Carson me reprocha que no estuviera lista a tiempo. Soy pelirroja, así que odio ruborizarme. ¿No se supone que la chica tiene que llegar cinco minutos tarde en la primera cita, al menos, para no parecer muy necesitada? Pero ahora que lo pienso, tengo treinta años y estoy soltera. Tal vez deba reconsiderar la estrategia.
El tío lo mira, y me da la impresión de que le parece una excusa de mal gusto. Estoy roja como un tomate y siento que debería apartarme del autobús en marcha que el muy capullo pretendía que me arrollase.
Ojos Plateados me echa un vistazo rápido que hace que me hormiguee algo en la entrepierna. Miro hacia otro lado mientras mi acompañante saca unos billetes que cambia por una bandeja para fichas.
—Por cierto, me llamo Carson… —dice al cabo de un rato. Me agarra y me lleva del codo hacia el hombre—. Me llamo Carson —repite—. Y esta es… mi acompañante —nos presenta con torpeza.
—Hola. Yo me llamo… Esto… —¿Carson ha olvidado cómo me llamo? Estoy a punto de decirlo, pero cuando el tipo me mira tan de cerca con esos ojos gris platino, me da la sensación de que he perdido la capacidad de hablar.
Por Dios, ¿de verdad existe ese color de ojos?
Ya lo creo. Metalizados, nítidos e hipnotizantes. Le tiendo la mano. Él me la aprieta con calidez y firmeza.
—¿Qué decías? —pregunta sonriente con esa voz tan grave y varonil.
Retiro la mano y me la restriego en el costado para deshacerme del hormigueo que me ha producido su contacto. Mil ojos se clavan en nosotros mientras volvemos a nuestros asientos. Así que este es el tío del que no dejaba de parlotear mi acompañante…
Ahora entiendo a qué venía tanto rollo.
Esta situación me pone nerviosa. Echo un vistazo a la sala y reparo en que hay muchas mujeres, la mayoría de las cuales mira hacia el que seguramente sea el mejor jugador de póquer de la ciudad.
Creo que no me he puesto así por un hombre en mi vida. El corazón me va tan rápido que me parece que se oye por los altavoces y que resuena por todo el barrio.
Mientras disponen la mesa para la siguiente partida, trato de respirar, relajarme y recordarme que se supone que esto es divertido.
Ojos Plateados me observa sin reparo.
Cuando me obsequia con esa sonrisa lenta y torcida, la parte baja de mi cuerpo comienza a participar demasiado para mi gusto. Jodeeeer, ¿cómo voy a sentarme y fingir que no me pasa nada?
Cierro los ojos y respiro.
—¿Eres primeriza? —me pregunta como si solo estuviéramos nosotros en la mesa.
Hostia puta. ¿Tiene una bola de cristal o qué? Estoy segura de que tiene dos bolas de acero que algunos hombres no tendrán jamás.
—Estaría bien saber a qué te refieres con si soy primeriza —contesto para ganar tiempo.
Levanta la mano y, al instante, tiene a un camarero al lado.
—Un whisky con hielo para la dama y otro para mí.
Hay que ver qué labia tiene.
—Que si es tu primera timba —puntualiza.
—Sí. Soy virgen en esto del póquer. —Soy descarada a propósito.
—Vale. Me gusta ser el primero. —Su expresión todavía es una página en blanco. Por un segundo, creo que me va a arrastrar al rincón oscuro más cercano y me sorprende lo mucho que me gusta la idea—. Empecemos, pues. —Esboza una sonrisa tenue.
Me mira como si supiera lo que estoy pensando.
Ay, madre. Este tío es más ilegal que todo este local de juegos clandestinos.
Se barajan las cartas y se reparten dos a cada jugador. Las miran detenidamente y hacen sus apuestas. Siguen un orden, pero no tengo idea de cuál es. Lo más seguro es que esté relacionado con la insignia blanca de plástico que hay en la mesa. Ya lo averiguaré; eso suponiendo que mi acompañante dure el tiempo suficiente.
Observo cómo Ojos Plateados revisa sus cartas para ver qué tiene. Las desliza por el tapete de fieltro con un suave movimiento, echa la espalda hacia atrás y se cruza de brazos; es imposible leer su expresión mientras estudia a sus rivales hasta que… me mira a los ojos.
Esta vez no sonríe.
Y eso me pone nerviosa.
No aparta la mirada. Intuyo que sabe que me siento violenta pero no le importa. Noto un calorcillo en la boca del estómago cuando le devuelvo la mirada. Me quedo muy quieta y trato de fingir que no me afecta. Pero ¿cómo no me va a afectar? Si le afecta hasta a mi acompañante, que está bastante nervioso a mi lado.
Al fin, Ojos Plateados rebusca entre su montón de fichas y echa la mitad de su dinero al bote.
Algunos se retiran. Uno o dos dicen: «No voy». Mi pareja agrega a regañadientes la mitad de sus fichas y dice: «Voy».
Enseñan las cartas. Mi acompañante pierde y Ojos Plateados gana con un trío de reinas.
No paso por alto la ironía del asunto.
Se vuelven a repartir las cartas.
Intento no mirarlo, pero juega otra mano y, acto seguido, se limita a observarme. Es intimidante. Tiene una mirada penetrante СКАЧАТЬ