La predicación bíblica transformadora. Jonathan Lamb
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Название: La predicación bíblica transformadora

Автор: Jonathan Lamb

Издательство: Bookwire

Жанр: Религия: прочее

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isbn: 9786124252471

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СКАЧАТЬ clase de predicación que no explique claramente lo que la Biblia dice, lo que Dios está diciendo, no es predicación bíblica. El palpitar de nuestro sermón debe ser el palpitar del pasaje bíblico. El pasaje define el mensaje y da forma a lo que hay que decir. Esto es muy distinto al ejemplo que una vez Haddon Robinson compartió acerca de algunos predicadores que simplemente salpiquen sus sermones con pasajes bíblicos.10

      No me estoy refiriendo a un estilo particular de predicación como tal. Como lo he insinuado anteriormente, la exposición bíblica no es un enfoque cultural específico, con comentarios detallados versículo por versículo, argumentos lineales y tres puntos bien definidos. Eso puede que funcione bien en algunos contextos, pero cada predicador tiene una personalidad única, un contexto cultural y una manera de comunicarse. El compromiso central es universal: deseamos exponer la fuerza y el poder de la Palabra de Dios. Al final de tu predicación (si eres un predicador), sin importar tu estilo cultural, la pregunta más importante es: ¿ha escuchado la congregación el mensaje del texto bíblico y ha comprendido su significado? Ya hemos enfatizado cuán básico e importante es predicar desde un pasaje bíblico, pero es útil en la vida de la iglesia hablar a veces sobre algún tema en particular, entonces tendremos que utilizar más que un pasaje bíblico. Pero incluso entonces, es recomendable anclar el sermón en un pasaje importante, lo cual permite a los oyentes enfocarse con claridad, y los ayuda a entender que no estamos predicando nuestras propias opiniones sobre el tema, sino que estamos descubriendo lo que Dios dice al respecto.

      3. Humildad

      Estar convencido de la autoridad y el carácter central de la Palabra también dará forma al enfoque y la motivación del predicador respecto a la tarea de predicar. Ya hemos visto en 2 Corintios 4 que a Pablo le interesa hablar la Palabra con fidelidad y claridad, y mantenerla en el centro de atención. En el mismo capítulo, asegura a los corintios que él no se dedica al ministerio cristiano con el propósito de impresionar a las multitudes, construir su propia base de poder o alimentar su propio ego.

      Pablo lo expresó con la franqueza que lo caracterizaba: «No nos predicamos a nosotros mismos, sino a Jesucristo como Señor; nosotros no somos más que servidores de ustedes por causa de Jesús» (2Co 4.5).

      A medida que la globalización se arraigaba a finales del siglo veinte, algunos comentaristas cristianos sugirieron que, al menos en algunas partes del mundo occidental, la iglesia empezó a desarrollar una actitud consumista. Se describía este fenómeno como una mentalidad de «McIglesia», que forzaba a dirigentes cristianos y pastores a comercializarse a sí mismos y a su iglesia con una actitud casi competitiva. También sugirieron que las congregaciones comenzaron a elegir sermones de la misa manera en que elegían restaurantes de comida rápida. Hoy, McDonald’s, mañana, Burger King.

      En los días de Pablo había ciertamente un problema con el culto a la personalidad y la presión hacia el espectáculo. Pablo utiliza las palabras de sus críticos en 2 Corintios 10.10: «Sus cartas son duras y fuertes, pero él en persona no impresiona a nadie, y como orador es un fracaso». Y en el siguiente capítulo, él admite, «Quizás yo sea un mal orador» (11.16). Sus rivales en Corinto estaban claramente muy preocupados por la imagen que proyectaban, su elocuencia y sus habilidades retóricas. Y Pablo no tenía miedo de confrontar aquello directamente: «No nos predicamos a nosotros mismos» (4.5). No estamos proyectando nuestro carisma, ni tratando de edificar nuestra propia fuente de autoridad. Pablo dijo esto claramente en su primera carta: «Yo mismo, hermanos, cuando fui a anunciarles el testimonio de Dios, no lo hice con gran elocuencia y sabiduría. Me propuse más bien, estando entre ustedes, no saber de cosa alguna, excepto de Jesucristo, y de este crucificado» (1Co 2.1-2).

      En el capítulo 11, nos enfocaremos directamente en el llamado de predicar a Cristo. El punto a subrayar aquí es, si las Escrituras ocupan el lugar central, la predicación no se enfocará en nosotros. Pablo deseaba que nada impidiera la predicación del Evangelio. Lo que realmente importaba era que se predicara con autoridad. En estos tiempos que vivimos, donde la gente está consciente de los medios de comunicación, no nos debe sorprender que nuestras iglesias se conviertan en teatros, donde el espectáculo es más importante que el contenido, donde rendimos honor a nuestros «héroes» evangélicos y exaltamos sus ministerios. Cristo y su Palabra deben ser el centro de atención.

      4. Comunidad

      Uno de los beneficios más importantes de la exposición bíblica es que anima a la congregación a enfocarse en el pasaje bíblico, a explorar y comprender su significado, y a verificar lo que el predicador está diciendo a partir de lo que ellos mismos están leyendo. La predicación, como veremos en el capítulo 8, es un evento de la comunidad. El interés del predicador es compartir la Biblia con la congregación, no simplemente emitir sus propias conclusiones, sino animar a cada persona a encontrarse con la Palabra de Dios, y con el Dios de la Palabra. La explicación esmerada de un pasaje bíblico no solamente tiene la intención de proveer comida, sino que también sirve para demostrar cómo cocinar, para que así cada cristiano pueda descubrir maneras en la cuales un pasaje bíblico puede ser comprendido. Tomemos en cuenta el buen ejemplo de los de Berea, que «recibieron el mensaje con toda avidez y todos los días examinaban las Escrituras para ver si era verdad lo que se les anunciaba» (Hch 17.11).

      Podemos también asegurarnos que la Biblia juegue un papel central en la vida de nuestra iglesia si tomamos seriamente los consejos de Pablo a Timoteo: «En tanto que llego, dedícate a la lectura pública de las Escrituras, y a enseñar y animar a los hermanos» (1Ti 4.13). La pérdida del carácter central de la Palabra en las iglesias se manifiesta de muchas maneras, incluyendo cuando se la margina por no leerla en público, y también en el tiempo cada vez menor que se dedica a su enseñanza. Se estima que la duración promedio de los sermones en las iglesias del Reino Unido ha bajado a quince minutos, lo que llevó a un periodista a comentar irónicamente que «este es un tributo notable al poder de la oración intercesora» (es decir, ¡la oración por sermones más cortos!). Las congregaciones deben asumir su responsabilidad de asegurarse que la Palabra ocupe el lugar central: en su lectura pública cada vez que la iglesia se reúne, en enfoques adecuados y creativos para las actividades de los niños, en la vida familiar y en la práctica de disciplinas espirituales personales. La alentadora guía de Deuteronomio 6 todavía es válida: «Grábate en el corazón estas palabras que hoy te mando. Incúlcaselas continuamente a tus hijos. Háblales de ellas cuando estés en tu casa y cuando vayas por el camino, cuando te acuestes y cuando te levantes» (Dt 6.6-7).

      Encontrarse con el Señor de la Palabra

      Cuando el pueblo se reunió en Jerusalén y se leyeron las Escrituras (Neh 8.1-2), no solamente escucharon las palabras de la ley, sino que se encontraron con Dios que les hablaba. El dramático encuentro en el camino a Emaús, que vimos en la introducción, comunica el mismo punto. Luego de haber conocido a Cristo mediante las páginas del Antiguo Testamento, los discípulos declararon: «¿No ardía nuestro corazón mientras conversaba con nosotros en el camino y nos explicaba las Escrituras?» (Lc 24.32). Aunque parezca asombroso, la misma experiencia es posible hoy, cuando la Palabra de Dios se comparte fielmente en nuestras congregaciones. De hecho, ¿no debería ser esa nuestra oración y expectativa? ¿No deberíamos anhelar tener corazones ardientes mientras nos encontramos con el Dios vivo?