Название: La predicación bíblica transformadora
Автор: Jonathan Lamb
Издательство: Bookwire
Жанр: Религия: прочее
isbn: 9786124252471
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Este libro mantuvo su lugar central hasta finales de aquel mes. «Y asumieron así su responsabilidad. Durante tres horas leyeron el libro de la ley del Señor su Dios, y en las tres horas siguientes le confesaron sus pecados y lo adoraron» (Neh 9.3). La Palabra de Dios representaba los estatutos de fundación, la nueva constitución del pueblo de Dios. Esta Palabra definió la identidad del pueblo y fue ubicada en el mismísimo centro de su programa de restauración, al cual Esdras y Nehemías los invocaban. Para una nación que buscaba su identidad y formaba su programa de restauración, la Palabra de Dios era muy importante. Hay incluso algo simbólico en el hecho que no fue leída en el templo, sino en la ciudad: «y la leyó en presencia de ellos desde el alba hasta el mediodía en la plaza que está frente a la puerta del Agua» (v. 3).
Lo mismo es cierto para la predicación hoy en día. Nuestra tarea no consiste en pararnos frente al texto bíblico, sino detrás de este, y asegurarnos que sea el texto el que hable. En demasiadas ocasiones, pareciera que a la Biblia se la coloca en la periferia en lugar de ocupar el centro de atención. Y también, cuando el predicador intenta ser pertinente, el texto se convierte en la plataforma de lanzamiento desde la cual el resto del sermón despega. Entonces, uno de los desafíos que enfrentamos en nuestras iglesias alrededor del mundo es este: ¿cómo restauramos el lugar dinámico de la Biblia? Y la razón por la cual esto es primordial está vinculada a un segundo aspecto de la Palabra de Dios, que nuevamente veremos en Nehemías 8.
La autoridad de la Palabra
Aquí simplemente mencionamos el énfasis del versículo 1: «Entonces todo el pueblo, como un solo hombre, se reunió en la plaza que está frente a la puerta del Agua y le pidió al maestro Esdras traer el libro de la ley que el Señor le había dado a Israel por medio de Moisés». Se reconoce en varias ocasiones que el pasaje proviene de autor humano: la lectura provino de los libros de Moisés. Pero se enfatiza su autoridad divina: la ley que proviene de Dios. La ley era «instrucción» de parte de Dios mismo. Sin este sentido de autoridad divina, sería simplemente una cuestión de veneración de un libro. Hay una magnífica explicación de esto en el Nuevo Testamento, cuando Pablo describe la manera en que los creyentes recibieron el Evangelio: «Así que no dejamos de dar gracias a Dios, porque al oír ustedes la palabra de Dios que les predicamos, la aceptaron no como palabra humana, sino como lo que realmente es, palabra de Dios, la cual actúa en ustedes los creyentes» (1Ts 2.13).
Hay varias conclusiones acerca de la Biblia que pueden inferirse a partir de la afirmación de Pablo:
* Su autoridad: es la Palabra «de Dios». Se trata de una afirmación enfática según la manera en que Pablo lo escribe. El mensaje de los apóstoles posee autoridad porque se origina en Dios mismo.
* Su poder: «la cual actúa en ustedes los creyentes». Es poderosa porque precisamente es la Palabra de Dios. Nunca debemos separar la Palabra escrita y el Dios viviente que habla esa Palabra. Por el Espíritu de Dios, es poderosa, da vida y la transforma. Sigue operando en los que siguen creyendo.
* Su recepción: Pablo agradece a Dios porque los creyentes de Tesalónica «la aceptaron» como la Palabra de Dios. Usa dos palabras en el versículo 13: al «oír» la Palabra, y luego la «aceptaron». La Palabra se convirtió en parte de ellos mismos y siguió operando en sus vidas.
* Su impacto: Pablo ya ha descrito los efectos de la Palabra de Dios en Tesalonicenses 1.9, y la manera en que dejaron «los ídolos para servir al Dios vivo y verdadero». De manera similar, Pablo describe el impacto de la Palabra en el versículo 8: «Partiendo de ustedes, el mensaje del Señor se ha proclamado no solo en Macedonia y en Acaya, sino en todo lugar; a tal punto se ha divulgado su fe en Dios que ya no es necesario que nosotros digamos nada».
Tenemos un excelente ejemplo del poder transformador de la Palabra de Dios, que opera en los tesalonicenses de la misma manera que lo hizo con el pueblo de Dios que estuvo parado en la plaza de Jerusalén en los días de Nehemías. La Palabra de Dios no consiste sencillamente de enunciados distantes y fríos, sino que es una Palabra dinámica que por el poder del Espíritu de Dios nos hace cambiar de rumbo para servir a Dios y da forma a la manera en la que debemos vivir.
¿Qué lecciones podemos sacar sobre la predicación bíblica para hoy en día? Voy a resaltar tres principios en los siguientes capítulos: La predicación bíblica debe centrarse en la Palabra de Dios, debe orar la Palabra de Dios y debe entender la Palabra de Dios.
Capítulo 1
La predicación bíblica debe centrarse en la Palabra de Dios
El autor y predicador mundial John Stott, una vez comentó que «el secreto de la predicación no es tanto dominar ciertas técnicas, sino ser dominado por ciertas convicciones». Y no hay una convicción más importante por la que debemos estar dominados que esta: la Palabra de Dios tiene poder y autoridad porque es la revelación de Dios para todos los pueblos, culturas y generaciones. Tal como hemos visto a partir del relato de Nehemías, las Escrituras provienen de Dios, «que el Señor le había dado a Israel» (Neh 8.1), y debe por tanto establecer la agenda para toda predicación. Nuestra labor consiste en asegurarnos que las Escrituras jueguen un papel central, en esforzarnos por entender su significado y propósito, y en dedicar nuestras energías a proclamar su verdad.
Someternos a la Palabra de Dios
1. Autoridad
En algunas culturas, se le da autoridad al predicador porque tiene las credenciales teológicas adecuadas. O tal vez, tiene el título eclesiástico o rango correcto. O a veces pensamos que su autoridad proviene de la indumentaria que lleva o por el púlpito elevado desde donde predica.
Pero no es así. La autoridad proviene de una fuente primaria. Cuando entendemos lo que el Nuevo Testamento dice acerca de la predicación, un asunto queda claro: predicar no es anunciar nuestras propias palabras desde nuestra propia autoridad, sino proclamar la Palabra de Dios con su autoridad. Hace muchos años, Edmund Clowney resaltó cuatro palabras que nos ayudan a entender la naturaleza de la predicación.3
El grupo de palabras más común significa proclamar en calidad de heraldo. Predicar es proclamar el mensaje que nos ha sido dado con la autoridad de Dios y que él mismo nos ha enviado a proclamarlo. El mensajero no genera el mensaje, pero Dios sí. La segunda palabra se relaciona con anunciar las buenas nuevas. No se la utiliza exclusivamente en la tarea de evangelizar, aunque la incluye. De nuevo, son las buenas nuevas de Dios, no las nuestras. El tercer grupo de palabras se relaciona con testificar de los hechos. Y el cuarto grupo, que comúnmente se traduce como «instruir», significa dar a conocer los hechos tal como Dios los ha revelado. Lo importante que debemos notar no solo es el hecho que estas palabras por lo general aparecen juntas (lo cual significa que la predicación contiene todos estos elementos y no debería limitarse a un solo significado), sino que el énfasis recae en la noción de «dar a conocer» el mensaje. Nuestra obligación es proclamar la Palabra de Dios.
Además, si analizamos las instrucciones de Pablo a Timoteo, veremos cuán insistente fue en explicar que la tarea pastoral debería involucrar la proclamación y lectura de la Palabra de manera fiel, urgente y constante (1Ti 4.11-16; 2Ti 4.1-5). «Predica la Palabra» o «proclama el mensaje» (2Ti 4.2). Aquí, Pablo enfatiza la función del heraldo que proclama lo que Dios nos ha relevado en las Escrituras. Y los verbos adicionales: «corrige, reprende y anima», indican que esta tarea tiene un propósito: exponemos la Palabra de Dios para dar lugar al cambio (como veremos en los capítulos 8-10).
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