Con el Che por Sudamérica. Alberto Granado
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Название: Con el Che por Sudamérica

Автор: Alberto Granado

Издательство: Bookwire

Жанр: Философия

Серия: Historia Urgente

isbn: 9789871307753

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СКАЧАТЬ un rato nos reunimos con el grupo de veraneantes que están pasando las vacaciones con la tía de Ernesto y Chichina. Varios son estudiantes universitarios. Pronto se suscitó una discusión sobre temas políticos y sociales. Se discutió sobre la socialización de la medicina, llevada a cabo en esos días por el gobierno laborista en Inglaterra. Ernesto tomó la palabra y durante casi una hora defendió con calor la socialización, la abolición de la medicina como comercio, la desigualdad en la distribución de médicos entre la ciudad y el campo, el abandono científico en que se deja a los médicos rurales, los cuales en definitiva caen en la comercialización, y muchos temas más.

      “La ruta que habíamos elegido era la siguiente: iríamos a Buenos Aires, para que el Furibundo Serna se despidiera de sus padres; lue­go recorreríamos la zona atlántica hasta Bahía Blanca; cruzaríamos La Pampa para visitar los lagos del Sur y allí atravesaríamos la Cor­dillera de los Andes; una vez en Chile enfilaríamos hacia el Norte, hasta Caracas”. (Mi carnet de conducir con el que salí de Buenos Aires).

      Yo estaba a unos metros del grupo que discutía y no podía dejar de sentir el cariño y la admiración que siempre le he profesado al Pelao.

      En primer lugar, él ha nacido y se ha criado en el mismo medio social de sus interlocutores, y sin embargo su sensibilidad no ha sido embotada por los conceptos de su clase. Y no solo eso, sino que además combate todo lo aceptado como natural por ellos. Oyendo sus sólidos argumentos y las mordaces frases con que desbarataba las débiles réplicas que le hacían, no pude menos que pensar: “Este Pelao cada día me muestra una faceta nueva. Hay que ver con qué calidad y profundidad presenta hoy estos mismos temas que tantas veces hemos tocado”.

      Cuando todos los contrincantes fueron vencidos en la discusión, Fúser se dirigió a mí, y agarrando a Come Back, me dijo:

      –Vamos, Petiso; dejemos a estos pitucos y vamos a bañar al perro. Y corriendo por la arena nos alejamos del grupo, que se quedó comentando, tal vez admirado de la profundidad dialéctica del Pelao.

      Es así, yo siempre lo digo: a Ernesto hay que odiarlo o admirarlo, pero es imposible ignorarlo.

      Hoy continuamos camino. Estamos en la casa de Tamargo, con quien estudié la carrera. Han sido cinco años de compañía. Ambos estuvimos en la lucha estudiantil de 1943. Alquilamos, con otros estudiantes, una casa en el Barrio Clínica. Juntos hicimos deportes, peleamos con los esbirros de la Policía, ayudamos a la organización y democratización de la Federación Universitaria de Córdoba. Nos separamos hace apenas cuatro años y ¡cómo hemos cambiado! Ya no nos entendemos. No se puede negar que nos ha tratado muy bien, una vez que se repuso del shock que le produjo verme llegar a su casa lleno de grasa y polvo, caballero en una ruidosa moto.

      Me desespera que un hombre joven, hasta hace unos pocos años progresista, esté completamente absorbido por la asquerosa sociedad que lo rodea. Sabe que todo eso está mal; que cobra por los análisis lo que no valen, pero lo hace y hasta parece que encontrara un morboso placer en ir contra lo que su conciencia le dicta. Es ya un fósil con su linda casa y su señora esposa: una burguesa de pueblo chico, quien solo piensa en que cada cosa esté en su lugar, no haya una mota de polvo sobre nada, y realmente todo está libre de suciedad, pero también de ideas y deseos abiertos y desinteresados.

      Llegamos a Bahía Blanca, a la casa de unos amigos de Ernesto: la familia Saravia, quienes nos trataron espléndidamente. El viaje desde Necochea lo hicimos de un tirón, con una sola parada en río Quequén Salado, donde a la sombra de dos sauces llorones hicimos un pequeño asado de tira que nos sirvió de almuerzo y desayuno. Como había un viento muy fuerte que hacía pistonear la moto, tuvimos que regular las válvulas. Es el primer cariñito que le hacemos a la Poderosa II, después de casi 1.800 kilómetros de recorrido.

      2 María del Carmen Ferreyra pertenecía a una de las familias más ricas de Córdoba. En ese momento tenía solo dieciséis años de edad.

      Después de siete días me enfrento con mi pobre diario, a quien tengo abandonado.

      Pasamos tres días acondicionando la moto. Recorrimos Bahía Blanca y Puerto White, tratando de cambiar los pocos pesos que tenemos por moneda chilena o peruana, sin mucho éxito, aunque conseguimos unos 200 pesos chilenos y 100 dólares por 1.100 pesos argentinos. Nos quedan cerca de 2.000 que debemos cambiar en la zona turística de Bariloche. Entre los hechos más interesantes a destacar, debo mencionar la buena acogida de la familia Saravia; y lo más pintoresco, una amistad ocasional de un fulano, un pinche de oficina con quien nos aburrimos a trío una noche que nos invitó a conocer la vida “nocturnal” de la ciudad. Escuchando sus autoelogios, sus aventuras donjuanescas, sus presuntos negocios en un futuro cercano, viendo cómo hacía girar su vida en un círculo estrecho y mezquino, sin que le penetrara ninguna de las réplicas irónicas y a veces francamente burlonas que le hicimos. No pudimos menos que comentar luego, Fúser y yo, que ese era más o menos el futuro que nos hubiera esperado: a mí, ser boticario de pueblo, y a él, médico de alérgicas ricas, sin ese algo que nos rebela contra todo esto.

      El 21, antes de salir de Bahía Blanca, gente baqueana nos había advertido que atravesar los médanos era una empresa difícil, que había que salir de madrugada, cuando la arena se encontrara apelmazada por el rocío.

      Por supuesto, salimos, a mediodía, cuando estuvo a punto la moto. Ante la perspectiva de tener que esperar el otro día, nos lanzamos al camino. La arena parecía arder. Sufrimos doce caídas, cual de todas más espectacular.

      Luego de pasado el pueblo de Médanos, tomó el volante Fúser y en otro pequeño medanal volvimos a rodar aparatosamente, pues nos sorprendió a bastante velocidad, sin embargo el golpe no tuvo mayores consecuencias.

      Al anochecer llovió bastante y tuvimos que pedir asilo en un rancho. Nos quedamos hasta el amanecer. El día 22 seguimos rumbo a Choele Choel. El camino se hizo semejante al que une Simbolar con Rayo Cortado, en el monte cordobés. Esto lo recuerdo por mis viajes al leprosorio de Córdoba y viceversa. Al mediodía, completamente adoloridos por los kilómetros y kilómetros recorridos sobre el serrucho que es la carretera, nos detuvimos en un pintoresco pueblito: Pichi Mahuida, situado a orillas del río Colorado.

      Hicimos un asado a la sombra de un bosquecito de pinos que llega casi a la orilla del río cubierta de una arena rojiza. Es el lugar más bonito en que hemos acampado hasta hoy. Después de churrasquear, salimos rumbo a Choele Choel, pero la moto empezó a fallar por problemas de carburación, y se nos agotó el combustible. Tuvimos que esperar que pasara un vehículo y pedirle unos litros de nafta. Así llegamos a la estación ferroviaria de Zorrilla. Solicitamos permiso para dormir en un galpón donde se guarda el trigo. Ahora estamos mateando en compañía del auxiliar de guardia, y preparándonos para partir hacia el Fuerte General Roca...

      Hoy hemos tenido el contratiempo más serio en lo que va del viaje. Al poco rato de haber terminado de escribir lo anterior, Fúser, que había amanecido con cierto malestar asmático, empezó a tiritar como con un acceso de fiebre; se acostó, tuvo náuseas y vómitos de tipo bilioso; se quedó todo el día a dieta. En este momento nos preparamos para salir hacia Choele Choel, donde hay una sala de primeros auxilios.

      En estos instantes echo una mirada retrospectiva hacia el día 23 y todo me parece un СКАЧАТЬ