Con el Che por Sudamérica. Alberto Granado
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Название: Con el Che por Sudamérica

Автор: Alberto Granado

Издательство: Bookwire

Жанр: Философия

Серия: Historia Urgente

isbn: 9789871307753

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СКАЧАТЬ impermeable y en la parte posterior un portaequipaje donde llevábamos desde la parrilla del churrasco hasta la tienda y catres de campaña.

      La ruta que habíamos elegido era la siguiente: iríamos a Buenos Aires, para que el Furibundo Serna se despidiera de sus padres; luego recorreríamos la zona atlántica hasta Bahía Blanca; cruzaríamos La Pampa para visitar los lagos del Sur y allí atravesaríamos la Cordillera de los Andes; una vez en Chile enfilaríamos hacia el Norte, hasta Caracas.

      Llegó el día de la partida. Una nerviosa emoción nos invadió a todos. Rodeados de una ruidosa multitud de chiquillos atraídos por el aspecto de la moto y nuestra inusual indumentaria, empezó la despedida. Luego de sacarnos algunas fotos “para la posteridad”, abracé a mis padres a quienes ahogaba la emoción, y a mis hermanos que nos miraban con un dejo de cariñosa envidia. Besé una vez más a mi madre, agradeciéndole su esfuerzo por contener las lágrimas que pugnaban por brotar de sus ojos. Sin más, arranqué la moto. Ernesto se montó en el sillín posterior, y bamboleantes por el exceso de equipaje se inició la marcha. El Pelao se volvió para saludar a los que se quedaban. El movimiento brusco hizo que yo perdiera momentáneamente el dominio de la máquina y casi nos estrellamos contra un tranvía que en esos instantes doblaba la curva de la esquina de mi casa. El grito de alarma que partió del grupo me dio la pauta del peligro corrido, y para evitar dilaciones y pese a las protestas y golpes en la espalda por parte del Pelao, aceleré la moto y sin mirar atrás me perdí en el tráfico de la calle, dejando tras de mí la inquietud cariñosa de los míos, y teniendo al frente el largo camino pleno de nuevos cielos y emociones.

      ¡Por fin conocí el mar! Y tal como quería verlo: de noche y a la luz de la luna.

      Estoy frente al inmenso Atlántico, recostado en las dunas, mirando la playa y las olas. Rememoro lo acaecido en estos días. Solo han pasado nueve días y ya lo recorrido, conocido y padecido me dan una base material para decirme a mí mismo lo maravilloso e importante que va a ser para nosotros, en nuestra formación futura, este –hasta hace poco hipotético– viaje.

      Pero volvamos al día 29. Después de evitar el choque con el tranvía, aceleré con todas mis ganas, y luego de correr vertiginosamente veinte o treinta cuadras, arrimé la moto a la acera y frené. Ernesto estaba furioso.

      –¡Mial de mierda –me dijo en cuanto pudo hablar–, me he tenido que agarrar como un pulpo para que no me dejaras tirado en la calle!

      La cómica furia de Fúser hizo que mi tensión se transformara en una hilaridad nerviosa, y luego de reírnos ambos a dúo expresé lo que era claro en ambas mentes:

      –Mirá, Pelao, si después de ese percance al salir me detengo cerca de mi casa, las súplicas y advertencias nos hubieran soldado como con cemento a nuestros lares maternos. Por eso no paré hasta estar bien lejos.

      Luego de reacondicionarnos seguimos la marcha. Tras algunos problemas producidos siempre por el exceso de equipaje, entre ellos una caída en la que se rompió el acumulador, llegamos casi a ciegas a una pequeña ciudad: Ballesteros. Ahí, en el alero de un humilde rancho, acomodamos la moto. Luego de saborear unos mates, nos metimos en nuestras bolsas de dormir. Mientras gustaba la dicha de mi primera noche de raidista, el sueño y el cansancio interrumpieron mis divagaciones.

      El trayecto de Ballesteros a Rosario fue rápido, y sin nada de particular. En esta ciudad pasamos un buen rato con mis sobrinas, a quien Fúser no dejó de impresionar tanto por su inteligencia como por su presencia física. Aunque las aspiraciones del Pelao, como las mías, están lejos de sueños nutridos de novelas radiales y de revista Vosotras.

      Llegamos a Buenos Aires. Allí tuvimos que escuchar, al igual que en mi casa, las sátiras sobre el famoso viaje, su posible fracaso, o la tediosa monserga de que debíamos abandonar nuestros proyectos y seguir el trillado camino que ellos habían seguido. Solo la mamá de Fúser no opinó nada negativo, y se limitó a decirme:

      –A vos, Alberto, que sos el mayor, te lo digo: trata de que Ernesto vuelva a recibirse de médico. Un título nunca estorba.

      “Por fin, y pese a la silenciosa oposición de mis padres, llegó el día de la partida. La moto parecía un enorme animal prehistórico, flanqueada por dos bolsos de lona impermeable y en la parte posterior un portae­quipaje donde llevábamos desde la parrilla del churrasco hasta la tienda y catres de campaña”. (Ernesto, en el centro con casco, yo y un grupo de amigos que nos despedían).

      El día 4 de enero salimos rumbo a la costa del Atlántico. Pasamos por el Parque Palermo. Como siempre en la ruta había un grupo de personas vendiendo perros de las más diversas castas y razas. El Pelao, que le quería dejar un regalo a Chichina, a la que veríamos en Miramar, en donde estaba veraneando, se enamoró de un cachorro de policía y lo compró. Le puso por nombre “Come Back”. Creo que es una promesa indirecta a la Chichina.

      Luego de algunos kilómetros por la carretera que va a Mar del Plata se desencadenó un torrencial aguacero. Tuvimos que desviarnos hacia un tambo que se divisaba a unos 800 metros de la carretera. Cuando escampó seguimos rumbo al Este. Pero el trecho que recorrimos por el fango nos puso en alerta sobre las dificultades de transitar este tipo de camino tan diferente del terreno serrano, o de las salinas que estamos acostumbrados a recorrer. Esa noche la pasamos en una garita de la policía. Al otro día, tras esperar el desayuno de Come Back (solo puede tomar leche), seguimos rumbo a esta villa poco conocida por los “turistas standard”. Es muy bonita: con sus casitas sencillas, playas amplias, olas enormes que llegan suavemente a la orilla.

      Hace siete días llegamos a esta hermosa playa. Ha sido muy beneficiosa la estadía. He conocido a mucha gente de un nivel social que no he tratado antes, y francamente me hace sentir orgulloso de mi origen de clase. Nunca en mi vida me había tropezado, ni mucho menos alternado, con este tipo de gente. Es increíble cómo piensan, cómo razonan. Son seres que creen que por derecho divino o algo semejante merecen vivir despreocupados de todo lo que no sea pensar en su posición social, o en la manera más estúpida de aburrirse en grupo. Afortunadamente, Chichina en particular, los Guevara en general, y Ana María, la hermana de Fúser, en especial, no se parecen en nada al grupo con el que comparten.

      Comentaba con el Pelao.

      –Viejo, estos tipos me reconcilian conmigo mismo; por lo menos hemos sido capaces de crear algo, desde un equipo de rugby hasta un laboratorio de investigación. Hemos nutrido nuestro intelecto, mientras que estos personajes con todas las posibilidades abiertas, con todas las ventajas de hacer algo útil sin nada más que un mínimo esfuerzo, desperdician todas sus fuerzas con frivolidades sin sentido, solo para su propio deleite y utilidad. ¡Cómo no van a poner cara de asombro y susto cuando se habla delante de ellos de un poco de igualdad! O cuando se les trata de hacer ver que todos esos seres que giran a su alrededor, que les sirven, que recogen todo lo que ellos dejan tirado, necesitan también vivir. Que son seres humanos a quienes también les gusta tomar baños de mar, o sentirse acariciados por el sol.

      El día 11 por la noche estuve en la orilla del mar. El espectáculo fue inolvidable. Eran en realidad dos paisajes diferentes. Por el lado del mar las dunas iban descendiendo suavemente hasta la playa, donde las olas al romper formaban una muralla de blanca espuma. El lado opuesto parecía exactamente un paisaje lunar, formado de pequeñas colinas semejantes a cráteres, rodeando lagunillas donde se reflejaban algunos arbustos plateados por la luna. ¡Algo digno de admirarse!

      Lo que me extraña es cómo toda esa gente que nos acompañaba, y que decía sentir profundamente la belleza de la noche y del lugar, no sentían, como yo, un deseo enorme de que todo СКАЧАТЬ