Con el Che por Sudamérica. Alberto Granado
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Название: Con el Che por Sudamérica

Автор: Alberto Granado

Издательство: Bookwire

Жанр: Философия

Серия: Historia Urgente

isbn: 9789871307753

isbn:

СКАЧАТЬ antes poco editados, como: Caldwell, Sinclair Lewis, Faulkner y otros, que ponían al desnudo la hipocresía de la sociedad capitalista yanqui, y la discriminación al latino y al negro.

      También la interpretación de las obras de Sartre y Camus, con sus implicaciones político-filosóficas, fue motivo de debates cuando en alguna excursión campestre, bajo el toldo del cielo estrellado y frente a una acogedora hoguera, intercambiábamos mates, ideas y sueños.

      En esa forma activa y no siempre continua pasaron casi diez años, tiempo que en lugar de frenar nuestros impulsos, nos iba dando más y más argumentos para hacer realidad el tan anhelado viaje por América Latina.

      Alberto Granado Jiménez

      La Habana, octubre de 1978

      Las manos apretadas, en señal de despedida, se niegan a soltarse. Ambos protagonistas de la separación tratan con muy poco éxito de disimular la emoción que los domina. Muchos son los hechos acaecidos, y muchos más aún los sueños por hacer realidad, los que como una fuerza atractiva mantienen unidas esas manos. Juntas han ido desbrozando caminos, eliminando obstáculos opuestos a veces tercamente a la realización de propósitos, uno de los cuales acaba de ser culminado con éxito.

      Al fin, casi al unísono, las manos se separan para dar paso a un rápido abrazo. Luego, la despedida breve que impide la manifestación exagerada de la emoción cierta, pero ruborosamente contenida.

      –Te espero, Fúser.

      Mial se sienta en el muro que separa la pista de aterrizaje de la zona de desembarque de los caballos que serán transportados vía aérea hacia Miami. Observa cómo la figura de Fúser se achica al alejarse hacia la enorme aeronave de cuyo verdadero tamaño, disminuido por la distancia, toma conciencia al compararla con la pequeña figura que resulta ahora su amigo. Este empieza a subir la rampa por donde algunos minutos antes han sido izados los caballos de carrera. A la mitad del trayecto gira la cabeza y agita su mano derecha a guisa de saludo.

      Como respuesta al gesto, Mial da un salto y al mismo tiempo que desaparece su forzada indiferencia mueve sus brazos, y a despecho de que la distancia apague su voz, se despide a grito destemplado:

      –Chao, Fúser...; te espero, Pelao...; estudia mucho, Ernesto..., chao, chao...

      Al ruido producido por el cierre de las escotillas sigue de inmediato el estruendo de los motores. Pocos minutos después el avión pasa por sobre la cabeza de Mial, quien con naturalidad se deja caer sobre el césped que bordea el muro del aeropuerto de Maiquetía. Extrae de una maltrecha mochila un cuaderno cuidadosamente forrado en papel rojo, y recostándose en el muro lo abre y comienza a leer.

      1 Apodo: contracción de “Mi Alberto”.

      Todo empezó y se desarrolló tan rápida y ejecutivamente como llevo a cabo generalmente mis cosas.

      El tiempo ha borrado la fecha exacta, pero la escena se mantiene vívida y fresca.

      Es una soleada tarde de octubre. La parra de la querida casa paterna mostraba sus primeros pámpanos y hojas que trataban de dar sombra a la Poderosa II, la vieja moto, fiel compañera de giras por pampas y montañas. Sobre ella estaba sentado mi hermano Tomás, y rodeándolo, recostados indolentemente a la escasa sombra de un naranjo, sorbíamos el inefable mate Gregorio y yo.

      Abismado en mí mismo casi no atendía la conversación. De pronto, en exabrupto expresé en voz alta mis pensamientos:

      –No estoy satisfecho con mi estado actual. Otra vez siento la voz interior que me urge a tomar mis cosas e irme a recorrer América. Ustedes saben que los años pasados en Chañar, con mis sueños de hacer algo a favor de los leprosos, lograron aplacar mis deseos de buscar nuevos horizontes. Pero ahora, arrancado violenta y caprichosamente de ese medio que quiero y donde soy querido, y trasplantado al hospital en el cual trabajo, donde todo es frío, calculado y trillado, y donde primero se pregunta si el paciente puede pagar los análisis clínicos, y después si le hacen falta o no, siento la necesidad de horizontes más amplios.

      –Eso es muy fácil –me interrumpió Tomás–, poné a Ernesto en la grupa y hacé esto... –e imitó con la boca el ruido de la moto andando a gran velocidad.

      Quedé callado. Recibí el mate de mi hermano Gregorio, sempiterno cebador. Mientras sorbía la fragante infusión, me decía a mí mismo: “¿Y por qué no? ¿Qué mejor oportunidad que esta para hacer realidad mis planes, tantas veces pospuestos? Tengo energías y deseos, con eso me basta”.

      De estos pensamientos me arrancó el rezongar del mate ya vacío, y al tiempo que lo devolvía a Gregorio, exclamé:

      –Pues sí, señores, a fines de este año se cumple el viaje por América.

      Por la noche, durante la cena, comuniqué el plan a mis padres. Estos notaron en la firmeza de mis palabras que ya no era un proyecto más, sino algo que se iba a llevar a cabo inexorablemente, y en lugar de la amena charla que siempre era el corolario del tema, un silencio espeso y extraño siguió a mis palabras.

      Más tarde, mientras daba vueltas y más vueltas en mi cama pensaba: “¿Seré capaz de llevar a cabo mi plan? ¿No lograrán disuadirme de mis propósitos la desaprobación por ahora tácita de mis padres, parientes y amigos? ¿Compensará la satisfacción del viaje la pena que les causo con mi partida?”.

      A todo respondía que sí, que realizaría por fin mi más caro anhelo, y que la felicidad de lograrlo borraría la amargura de la separación.

      “Cuando le propuse el viaje a Ernesto, y después de cagarse en el futuro que yo le vaticinaba al lado de un profesional brillante como el doctor Pisani, pero encerra­do en un estrecho mundo del comercio médico, inició una danza guerrera dando alaridos que firmaban el pacto indisoluble del viaje. Nuestra aliada sería la Poderosa II, una motocicleta Norton de 500 centímetros cúbicos de cilindrada que había comprado algunos años antes”. (Ernesto con La Poderosa II en 1951, antes de salir de viaje).

      De pronto me asaltaba otra duda: “¿Aceptaría el Pelao acompañarme? ¿No sería otra locura hacerlo viajar cuando sólo le faltaban unas pocas asignaturas para graduarse de médico? ¿No era también improcedente alejarlo del doctor Pisani, a cuyo lado Ernesto tenía con toda seguridad un porvenir brillante?”.

      Los días que siguieron a este fueron un torbellino enloquecedor de mapas, repuestos mecánicos, adopción y abandono de decenas de rutas, etcétera. Por fin, y pese a la silenciosa oposición de mis padres y la no tan silenciosa de mis parientes que consideraban la gira como una locura, llegó СКАЧАТЬ