Con el Che por Sudamérica. Alberto Granado
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Название: Con el Che por Sudamérica

Автор: Alberto Granado

Издательство: Bookwire

Жанр: Философия

Серия: Historia Urgente

isbn: 9789871307753

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СКАЧАТЬ style="font-size:15px;">      Esta noche cenamos con el grupo de guardia. Con ellos también lo hacía un marinero que desertó en Calcuta y que vuelve preso vía Chile rumbo a Buenos Aires. Nos hizo una descripción muy vívida de sus andanzas en un barco corsario de bandera panameña por las costas del Caribe y la larga monotonía del viaje desde el Canal de Panamá hasta las costas de China. Describió la sórdida vida del puerto de Hong Kong, con sus famélicos habitantes que desde sus juncos esperan los restos de basura que arrojan de los barcos visitantes, para lanzarse como gaviotas, riñendo por un trozo de bazofia.

      Esta tarde hemos conocido a un par de sexagenarios norteamericanos que han hecho un viaje desde New Jersey, manejando una furgoneta. A pesar de que esta se encuentra muy bien acondicionada, no deja de ser admirable que a esa edad tengan espíritu y energía para emprender una aventura de esa naturaleza. Quedamos en vernos por la noche para cenar juntos, cuando volvieran de un recorrido por las orillas del lago.

      Los esperamos largo rato, y como se pasó en mucho la hora fijada, nos volvimos tristes y hambrientos a la gendarmería, donde estaban dando de comer a los detenidos. Cenamos, pues, en la más pintoresca y selecta compañía que imaginarse pueda.

      Estábamos de pie, rodeando la mesa y royendo un pedazo de carne fría. Compartían nuestro ágape, frente a mí el marino desertor, quien, sin dejar de masticar, contaba jactanciosamente que aunque ahora comía esa porquería, en otras épocas, en Japón, se había comprado una criatura de catorce años para su uso personal y luego la había regalado; a mi izquierda estaba un preso consuetudinario que comía silenciosa y ceremoniosamente; un borracho, al que el exceso de alcohol le impedía comer, farfullaba algo ininteligible; y al frente, dando la nota delicada con femineidad, una pobre loca barbotaba palabras soeces mientras se alimentaba. Comimos rápidamente y abandonamos ese cuadro dantesco, fiel reflejo del destrozo que hace del ser humano el sistema corrupto y vil que nos gobierna, cuando no se le enfrenta.

      Ayer cruzamos la línea imaginaria, pero real, que separa Argentina de Chile. No puedo decir como el del pasodoble: “Volví los ojos llorando”, pues si bien dejaba mi patria y mis seres queridos, otros seres por querer, y otros países por conocer, se presentaban delante de la brújula que nos marcaba hacia el Norte, hacia el resto de América Latina.

      Si algo nos entristecía era el haber comprobado palmariamente, una vez más, y en muchas partes de nuestra querida Argentina, la necesidad de un cambio radical político-social que acabe con la explotación del hombre por el hombre y del país por los trust internacionales.

      Por la mañana subimos la Poderosa II al lanchón que cruza el lago Nahuel Huapi. Pronto estuvimos rodeados de la curiosa admiración de turistas yanquis, alemanes, chilenos y argentinos, quienes nos acosaron a preguntas y se admiraban de nuestra audacia; por supuesto, ninguno cree que seamos capaces de pasar de Santiago de Chile, con o sin moto. Dije para mis adentros: “¡Veremos, dijo Lemos!”.

      Antes de salir, habíamos cambiado los pesos que nos quedaban por dólares, ya sabremos hasta dónde llegan.

      Una vez que llegamos a Puerto Blest seguimos en la moto hasta Puerto Alegre. En otro lanchón llegamos a Puerto Frías, el último puesto aduanero argentino en esa zona, y 25 kilómetros después estábamos ya en esta pequeña pero hermosa ciudad, vecina al lago Esmeralda o de Todos los Santos, de un color que no envidia en nada a la piedra preciosa que le da nombre. Y otra vez aparece la cara o cruz de la realidad. La cara constituida por la belleza del paisaje y la bondad de su gente, y la cruz, por el hecho de que toda esta belleza está explotada por la compañía que es dueña del hotel, de los ómnibus que transportan a los pasajeros, de los yates que cruzan el lago, en fin: de todo el lugar y de sus habitantes, pues es la única fuente de trabajo que existe. Nadie pasa por aquí sin dejar algunos pesos en los bolsillos de la compañía. Lógicamente, nosotros rompimos la tradición, y en lugar de ir al hotel nos fuimos hacia el muelle. Allí, después de conversar con el cuidador, dormimos en un galpón, entre velas rotas de yates y sogas alquitranadas.

      Siguiendo nuestra política de no pagar nada que pueda evitarse, después de varias intentonas fallidas, conseguimos “pega” en un lanchón que va a cruzar el lago con una carga de maderas y un automóvil. Como pago nos permiten cruzar con la moto.

      Esta mañana cargamos el lanchón, que está bastante desvencijado y en pésimas condiciones para la navegación, y que es a su vez remolcado por el vaporcito Esmeralda, transporte de los turistas.

      A poco de andar, el lanchón empezó a inclinarse hacia adelante. Tuvimos que redistribuir la carga y parte de ella pasarla al Esmeralda. Como nadie se quería tirar al agua para recoger el cabo enviado, y no quería que lo hiciera Fúser pues tiene un principio bastante fuerte de asma, me tuve que tirar yo; lo recogí y con una grúa me izaron al otro barco. Ahí trabé amistad con dos turistas brasileñas, una de ellas estudia Bioquímica; se asombró de encontrar a un colega en esos trajines.

      Desde aquí veo las olas del lago; debido a un cambio de viento se está mojando la moto. Voy a ver si consigo una lona para protegerla...

      Estamos en esta pequeña ciudad chilena completamente varados. Tuvimos un grave percance mecánico que una vez más nos da la pauta de las pocas posibilidades de seguir el viaje en la Poderosa II.

      Francamente, el percance era de esperarse, así o de otra manera, pues hemos venido andando en las condiciones más precarias imaginables: el acumulador se nos rompió en Ballesteros, a solo 80 kilómetros de la partida; el freno trasero apenas frena desde Bahía Blanca, y prácticamente hemos venido frenando con las marchas. Es decir, que hemos tenido el lujo y corrido el riesgo de atravesar la cordillera más alta del globo casi sin frenos, pues de Junín de los Andes para acá el delantero tampoco frena mucho. Voy a seguir el relato de lo acontecido desde el día 15 hasta hoy.

      Luego de tapar la moto para protegerla del oleaje, seguí achicando agua hasta que llegamos a Petrohué. Allí nos pusimos nuestras mejores galas en el propio barco. Hasta el Pelao se bañó. Después fuimos a ver a las brasileñas. A la colega la llevé a la orilla del lago; luego de hablar de bioquímica pasamos de mutuo acuerdo a la anatomía topográfica... espero no haber llegado a la embriología.

      Por la mañana del día 16 nos propusieron que lleváramos una camioneta hasta Osorno. Ernesto la conduciría y yo lo seguiría con la moto. El camino hacia la ciudad bordea el lago Llanquihue, al pie del volcán Osorno. La lava de antiguas erupciones cubre parte del camino haciéndolo áspero y difícil de transitar.

      El paisaje es muy bello en los primeros kilómetros. El camino, a veces estrecho, está bordeado de árboles, que lo sombrean por completo. Una vez pasado el lago, el panorama cambia totalmente.

      Aparecen los fundos (pequeñas chacras o fincas) cultivados de trigo, por supuesto sembrado y cuidado por explotados arrendatarios, mientras los propietarios usufructuadores están en Osorno o en Santiago, parasitando.

      Llegamos a Osorno. Después de deambular sin resultados por el cuartel de Carabineros, fuimos a parar a una clínica –aquí se llama así al pensionado– de una casa de seguros. Nos recibió СКАЧАТЬ