Con el Che por Sudamérica. Alberto Granado
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Название: Con el Che por Sudamérica

Автор: Alberto Granado

Издательство: Bookwire

Жанр: Философия

Серия: Historia Urgente

isbn: 9789871307753

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СКАЧАТЬ lugareños con que los mechaba, que francamente parecía un personaje salido de una comedia. Lo único serio y peligroso de todo esto es que el deseo de tener una dictadura, representado aquí por el ibañismo, que son los seguidores del general Ibáñez, no solo ha arraigado en mentes como esa, sino que a lo largo de todos los kilómetros que hemos recorrido en Chile existe esa convicción. Solo Ibáñez salvará el país; no saben cómo ni de qué forma. Creen en él como en el hombre providencial, y por supuesto pronto tendremos otro país hermano bajo el peso de un gobierno de fuerza, dirigido por un hombre que ni siquiera posee la inteligencia de Perón.

      El día 17 salimos de Osorno y un accidente casi banal, la pérdida del tornillo del sostén del guardacadenas, nos retrasó varias horas. (A la Poderosa II le están saliendo todos los dolores). Al oscurecer pedimos guarecernos en un fundo. Recitamos el cuento del farol roto y nos permitieron quedarnos, además nos invitaron a cenar. El que nos atendió es un humilde arrendatario, a quien la dueña del campo y de varios fundos le niega una pequeña participación en su cosecha. ¿Quién va a arreglar estas injusticias? ¡Ibáñez! Fúser y yo nos miramos y en mudo acuerdo nos quedamos callados.

      Al otro día, con bastante precaución le comenzamos a hablar de reforma agraria, de que la tierra debe ser para el que la trabaja y no de quien a veces ni la conoce.

      El pobre hombre nos paró en seco. Nos dijo:

      –Yo no quiero que me den nada: “A quien Dios se lo dio... San Pedro se lo bendiga”. Lo que yo quiero es que me paguen lo que trabajo, y eso lo hará cumplir mi general Ibáñez.

      Bastante cariacontecidos le dimos las gracias y nos marchamos.

      Llegamos a Valdivia. Fuimos al consulado argentino. Nos atendieron muy mal. Claro... llegamos con nuestra indumentaria raidística, llenos de grasa y polvo, y el cónsul, todo limpio, pulcrito y tiesito, encontró que no éramos dignos de su atención y se desembarazó lo más pronto posible de nosotros.

      Salimos de allí, recorrimos el muelle que está sobre el río Calle-Calle, pues el puerto marítimo es Corrales, a 16 kilómetros de Valdivia, y solo tiene esa vía pues no se puede llegar por carretera. Caminando sin rumbo pasamos frente al diario Valdivia. Nos dimos a conocer y fue el comienzo de un nuevo período de vida. Inmediatamente nos hicieron un artículo a dos columnas, con una serie de ditirambos e inexactitudes que es para reírse a mandíbula batiente.

      Partimos como a las 17 horas rumbo a Temuco. Al anochecer llegamos a un fundo bastante grande llamado Los Ciruelos. Nuevamente hicimos el cuento del farol... que se nos acababa de romper, y como siempre, también al principio nos trataron fríamente, pero a medida que íbamos conversando y supieron que éramos doctores, la recepción se tornó más cálida, y del rincón de un depósito, donde nos instalaron al comienzo, fuimos a parar a la pieza de los huéspedes, luego de haber ingerido una buena cena, y tras haber narrado todas la peripecias del viaje.

      Salimos el día 18 rumbo a Temuco. A los 40 kilómetros, aproximadamente, se nos pinchó una goma. El día era bastante desagradable; caía una fina llovizna que paulatinamente nos iba empapando. Mientras sacábamos los bártulos para cambiar la cámara averiada apareció el sol bajo la forma de una camioneta cuyo conductor nos ofreció llevarnos hasta Temuco. Una vez colocada la Poderosa II (que está a punto de transformarse en la “Debilucha II”) en la caja de la camioneta, entablamos relación con el chofer. Resultó ser un estudiante de Veterinaria, de muy buenas ideas y carácter. Quedamos de acuerdo en que esa noche íbamos a salir de parranda.

      Bajamos la moto en una calle apartada. Mientras yo sacaba la rueda, Ernesto fue a una casa vecina a pedir agua caliente para matear. Lo atendió una criada, y no solo le facilitó el agua, sino que lo invitó a que entráramos la moto. Apenas instalados, llegó el “caballero” dueño de la casa. Un hombre de edad, que, según Fúser, debido a su indumentaria y sobre todo a su melena sin recortar, debía ser un artista algo bohemio, casi seguro un hombre de ideas izquierdistas. ¿Cuál no sería la desilusión que sufrió sobre sus dotes detectivescas cuando a poco de estar descubrimos que su desaliñada melena era una peluca?

      Lago Nahuel Huapi, Río Negro, Argentina, febrero 13, 1952. “Siguiendo nuestra política de no pagar nada que pueda evitarse, después de varias intentonas fallidas, conseguimos ‘pega’ en un lan­chón que iba a cruzar el lago Nahuel Huapi con una carga de maderas y un automóvil. Frente al lago fabricamos en sueños el Pelao y yo un Laboratorio Clínico de Investigación y Servicio, con un helicóptero para salir todas las mañanas a buscar el material de los dispensarios situados en la zona”. (Foto tomada por Ernesto mientras cruzábamos el Nahuel Huapi).

      Poco después, a solas con la empleada, la sometimos a un hábil interrogatorio; nos contó que el “caballero”, nombre con que lo bautizamos, y que en Chile se usa para designar al dueño de la casa, tiene doce pelucas y que había hecho un viaje a Buenos Aires para confeccionarse otras. Por supuesto, la información dio amplio campo a nuestro humorismo barato, mientras sudábamos tratando de sacar la maldita cubierta; tarea que como siempre que se trata de cambiar las gomas recayó en gran parte en el pobre Pelao, que es mucho más fuerte y hábil para esos menesteres.

      Terminado el arreglo, salimos a conocer la ciudad. Nos encontramos accidentalmente con un redactor del diario Austral de Temuco. Nos hizo un reportaje con foto y todo, donde por supuesto hicimos hincapié en nuestro deseo de ir a la Isla de Pascua.

      Después nos fuimos a dormir a la casa del caballero de las pelucas.

      Al otro día salimos rumbo al Norte, y vuelta a romper otra cámara. Como me parecía injusto que el Pelao fuera siempre quien sacara la cubierta, me emperré en hacerlo y eso nos atrasó más de la cuenta, y a pesar de que era ya casi de noche, con el afán de avanzar un poco más, seguimos prácticamente a oscuras. El camino se hacía cada vez más intransitable, y por desgracia los fundos que antes se sucedían casi sin intervalos habían desaparecido. Por fin, ya casi cerrada la noche, llegamos a un paso a nivel donde hay una casilla de guardabarreras. Pedimos hospedaje y nos brindaron un rincón en una habitación. El aspecto de la casilla y de sus habitantes era bastante mísero, así que no nos extrañó que solamente nos ofrecieran unos mates y un poco de pan. Bastante hambrientos nos fuimos a dormir. Apenas amaneció, como a las 7 horas, salimos hacia Lautaro.

      A unos cien metros de marcha sentí que era lanzado hacia adelante como una catapulta. Apenas toqué el suelo me incorporé, completamente extrañado por el suceso. Fúser también se incorporó y fue corriendo a cerrar el paso de la nafta. Revisamos la máquina y nos encontramos con que la horquilla que une la moto con el tren delantero se había desprendido; además, al chocar contra la carretera, el chasis de aluminio que protegía la caja de velocidades se rompió en cuatro pedazos...

      5 La parte más baja de barco, diseñada para colectar el agua que entra en el interior.

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