Название: Peces y dragones
Автор: Undinė Radzevičiūtė
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
Серия: La principal
isbn: 9788417617400
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La comisión dice: el emperador tampoco tiene que ir a ver nada, porque esos caballos no tienen huesos.
Él intenta convencer a los expertos de que los huesos de los caballos no tienen ninguna importancia, y oye los gallos de su propia voz.
Sería mejor que el quinto emperador fuera a verlos él mismo, porque el padre Castiglione está empezando a desconfiar de sus caballos, de Iberia y de su misión en esta tierra.
La comisión expresa sus dudas sobre los huesos de los caballos en voz alta, luego en silencio, y después pasa a los huesos del paisaje.
Sobre los huesos del paisaje no tiene ninguna duda.
No están.
Los miembros de la comisión exigen que esos «huesos» se vean en el paisaje tanto como sea posible.
Y aseguran: lo mejor sería que el paisaje en torno a los caballos lo pinte un chino.
Tal vez Leng Mei o algún otro.
Chinos allí no faltan.
En momentos como este, el padre Castiglione deja de entender chino de repente y duda de lo que ocurra de ahí en adelante.
La comisión aún no se decide, como si se dijera: no solo es que no queramos confiarle al padre Castiglione los árboles que hay detrás de los caballos, sino tampoco los que hay delante.
Le piden que pinte solo un boceto de la perspectiva. Luego Leng Mei o algún otro pintará el paisaje con todos los árboles y sus «huesos».
Los chinos llaman «huesos» al contorno de las cosas, animales y personas.
Al contrario que los europeos, los chinos valoran más el contorno que el espacio.
Lo único que valoran más que el contorno es el vacío.
La comisión imperial de expertos en arte no necesita ningún tipo de perspectiva italiana.
Les basta con que descienda una neblina china.
De las montañas.
O con que se eleve del lago y cubra todos los errores de espacio del paisaje.
La perspectiva le importa al emperador.
Aunque no está claro por cuánto tiempo.
Además, sobre sus deseos de perspectiva el emperador solo informa a través de la comisión.
La comisión también dice al padre Castiglione: los árboles y los montes del paisajeno tienen que parecerse a los árboles y los montes de verdad que uno ve por ahí;
de qué le sirve al emperador la imagen de un árbol o de un monte concreto;
el árbol o el monte ha de contener todos los árboles
o montes que se hayan visto jamás;
pintar un árbol concreto es un trabajo artesanal;
si a algo ha de parecerse el paisaje es, en todo caso, a las obras de los antiguos maestros paisajísticos chinos.
La comisión recita la lista entera de exigencias en un aburrido unísono.
Castiglione comprende: los chinos quieren que el árbol no se parezca a un árbol.
Piensa: no hay nada más indigno e insignificante que pintar caballos, excepto pintar naturalezas muertas.
Un melón atravesado por un cuchillo junto a unas langostas.
Y limones.
Con su cáscara.
En espiral.
Lo mejor que se puede hacer con esas naturalezas muertas no es pintarlas, sino comerlas. Que las pinten los holandeses.
Castiglione escucha a la comisión con la cabeza un poco adelantada.
Castiglione hace esfuerzos para que no le venza la cabeza.
Ni hacia la izquierda, ni hacia la derecha.
Se esfuerza por mantener la vista baja y no mirar a la comisión a los ojos.
Solo en oblicuo.
Los miembros de la comisión hablan entre sí.
Castiglione se esfuerza por no torcer el gesto.
Ni arrugar la nariz.
Y conservar la calma interior.
Y no mostrar desánimo.
Pero poner buena cara sería mucho pedir, no acaba de salirle del todo.
Castiglione tiene ganas de bostezar, pero se esfuerza.
Por no bostezar.
Ni morderse el labio.
Recorre su taller dos veces de un lado a otro.
Comedido.
Con dignidad y solidez.
Castiglione lo hace todo siguiendo a rajatabla los preceptos de Ignacio de Loyola.
Dicen que antes de formular estas normas de comportamiento, Ignacio de Loyola reflexionó mucho.
Lloró, incluso.
Y en siete ocasiones dirigió sus oraciones a...
Si se juntan los bocetos de los caballos en uno, resulta evidente: en todos falta el anfitrión, dice la comisión.
Cien caballos y seis pastores en el cuadro, y todos son invitados.
Castiglione propone a la comisión que elija un caballo, y él lo pintará más grande que los demás.
Los chinos se ríen.
Castiglione pregunta si la comisión desea que pinte al emperador.
Los chinos no se ríen.
Castiglione nunca ha visto pasar de la risa al silencio a tal velocidad.
El silencio lo rompe el presidente de la comisión, Sima Zhao.
Se coloca el saquito de seda azul que le cuelga del cinturón. Está bordado con montes triangulares dorados y ríos caudalosos.
Sima Zhao es más alto que la mayoría de los chinos y va más engalanado que los otros miembros de la comisión.
Se lo distingue de lejos por el gorro de leopardo.
Si no conocieras su historia ni lo hubieras oído hablar, pensarías: es demasiado arrogante, demasiado orgulloso, y lo tienen en demasiada consideración.
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