Название: Relatos de un hombre casado
Автор: Gonzalo Alcaide Narvreón
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
Серия: Relatos de un hombre casado
isbn: 9788468668536
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Diego quedó apoyado contra la pared; noté sus muslos claramente marcados y sus piernas temblando por la tensión. Su chota comenzó a distenderse y girando nuevamente, seguí mamándosela, mientras que me miraba en el espejo. Por la punta de su glande salieron unas gotas más.
Diego repetía:
–Uf, uf, listo, me exprimiste, no me queda más nada; sos una fiera man, me limaste la pija con la boca; no sé dónde aprendiste a laburar con la lengua y con los labios de esa manera, pero te voy a mandar a mi mujer para que le des unas clases.
Yo no podía desprenderme de su pene, que continué mamándoselo y refregándomelo por la cara, con absoluta fascinación y con mucho morbo.
–Tu mujer debe adorar que le chupes la concha de esta manera; la debes volver loquita.
Y la verdad, es que Diego no estaba equivocado. Antes de metérsela a mi mujer, generalmente la hago llegar a varios orgasmos trabajándola con la lengua.
Dejé su chota en paz, viendo como colgaba entre sus piernas, bien mojada, por la mezcla de mi saliva y de su propio semen. Me resultaba muy tentador y quería seguir dándole, pero me incorporé y dije:
–Vamos a la pile.
–Vamos, dejá que me lavo la chota y me cambio –respondió.
Nos preparamos para ir a la piscina y hacia allí fuimos. Permanecimos dentro del agua, hasta que nuestras bolas quedaron arrugadas.
Regresamos al cuarto y nos tiramos cada uno en su cama, quedándonos absolutamente dormidos.
Nos despertamos cerca de las nueve y nos vestimos para ir a cenar. Decidimos ir a un restaurante fuera del hotel, por lo que pedí un remise.
Cenamos pastas, que acompañamos con un rico Malbec de Bodegas del Fin del Mundo; resultó una cena increíble, como si fuésemos amigos; cero trabajo. Nos contamos un poco de nuestras vidas, ya que mucho no nos conocíamos.
Regresamos al hotel y vi que Diego apoyó su cabeza contra el respaldo del asiento y cerró sus ojos. Respiraba relajado y profundamente. Los efectos del vino se estaban haciendo sentir.
Sin mediar palabra y seguro de que el remisero no podía ver, apoyé mi mano izquierda sobre su bulto. Diego no dijo nada, solo abrió sus ojos y volvió a cerrarlos, por lo que me di cuenta de que tenía vía libre.
Continué franeleándole el paquete durante todo el camino.
Diego solo se movía, intentando dar lugar para que su chota atrapada dentro de su pantalón pudiese seguir creciendo.
Llegamos al hotel y fuimos directamente a la habitación. Nos cepillamos los dientes y fuimos hacia las camas. Diego se sentó y se quitó los zapatos, luego el jean.
–No doy más –dijo, mientras que luchaba con los botones de su camisa, que no podía desabrochar.
Me acerqué hacia él y dije:
–Veo que el vino hizo su efecto; dejame que te ayudo.
Los dos primeros botones estaban desabrochados, por lo que fui directo al tercero. El roce de mis manos sobre su pecho me puso en llamas. Jugándome a todo o nada, tomé su cara con ambas manos y acerqué mis labios a los suyos.
Diego se alejó hacia atrás.
–Pará, pará... –dijo.
Quedó tendido boca arriba sobre su cama. Me tiré a su lado, nuestras caras se rozaron; giré y nuestros labios se apoyaron.
Diego giró su cabeza para evitarlo; me quedé quieto para no presionarlo. Sorpresivamente, volvió a girar hacia mí; mirándome fijamente a los ojos, pude leer en su mirada que me decía “Ok, adelante, me entrego, quiero experimentar, enseñame.”
Diego quedó inmóvil, dejando que mis labios se apoyaran sobre los suyos, permitiendo que mi lengua comenzara a recorrer su boca lentamente y que mis dientes mordiesen tiernamente sus labios.
–Uyyy nene, las ganas de besarte que tenía –dije, mientras que continuaba besándolo, cada vez con más pasión.
Terminé de sacarle la camisa y lo mismo hice con su bóxer.
Recordé el día que me lo habían presentado en la oficina hacía más de tres meses y la atracción que me había provocado desde ese primer encuentro. Ahora lo tenía allí, tirado en una cama, en pelotas y entregadísimo.
Comencé a recorrer su pecho con mi lengua, a jugar con mis dedos entre sus pelos, a morderle las tetillas. Me acosté sobre él y llevé sus manos hacia mis glúteos; abrí mis piernas para que quedaran por fuera de las suyas. Continué recorriendo su abdomen, el perímetro de su ombligo, bajé hacia su pene, seguí con su escroto, su perineo, lamí muy hábilmente sus entrepiernas, mientras que Diego comenzaba a retorcerse.
Continué bajando por sus muslos, sus tibias; llegué a sus pies y lamí uno a uno sus dedos, para luego continuar con los de sus manos.
La chota de Diego estaba nuevamente durísima, como si hubiese trascurrido mucho tiempo sin que largase leche y solo tres horas atrás había sido exprimida por mi boca.
Diego continuaba con los ojos cerrados, como no queriendo saber lo que sucedía y entregado a ser envuelto por todo el placer que pudiese recibir.
Alcancé mi mochila y agarré una caja de preservativos y un frasco de lubricante que siempre llevaba conmigo. Volví hacia su chota y mientras que se la mamaba, con una mano comencé a llenar mi ano de gel, metiéndome un par de dedos para lubricármelo bien y dilatarlo un poco.
Calcé un preservativo en su pene y muy lentamente, sentándome de cuclillas frente a él, comencé a descender, para que su glande comenzara a puertear mi ano. Cerré mis ojos, suspiré y bajé aún más, sintiendo como ese hermoso caño comenzaba a abrirse camino.
Abrí los ojos para ver la cara de Diego, que seguía con los suyos cerrados; continué descendiendo hasta ser penetrado por completo. Me quedé un rato inmóvil, intentando relajarme para aliviar el leve dolor que estaba sintiendo al ser taladrado por un miembro tan grande.
Para mi sorpresa, Diego tomó mi cintura con ambas manos. Comencé a cabalgar muy lentamente, dándome tiempo como para que mi orto se acostumbrara a las dimensiones de su miembro. Hacía tiempo que no me encontraba con una pija de ese tamaño.
–Que rico, que apretado se siente, mi mujer no entrega el orto... Esto es divino; sentir mi pija tan firmemente atrapada –dijo Diego.
Comencé a apretar y a distender mi esfínter, comiéndole el pene con mi ano. Incrementé el ritmo de mi cabalgata y a pesar de querer eternizar el momento, mi calentura pudo más y sin poder controlarme, comencé a largar chorros de semen, que se estamparon contra el pecho y el abdomen de Diego, que continuaba sin moverse.
A pesar de que luego de acabar no me gusta seguir siendo penetrado, no lo dejaría a Diego por la mitad, por lo que continué con el sube y baja, cada vez más rápido, hasta que Diego susurró:
–Sí... СКАЧАТЬ