Relatos de un hombre casado. Gonzalo Alcaide Narvreón
Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу Relatos de un hombre casado - Gonzalo Alcaide Narvreón страница 5

Название: Relatos de un hombre casado

Автор: Gonzalo Alcaide Narvreón

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Relatos de un hombre casado

isbn: 9788468668536

isbn:

СКАЧАТЬ Mi postre había sido la leche de Diego y mi propia carga.

      Diego observaba como me tragaba mi propio semen. Con una sonrisa morbosa dibujada en su cara, sorpresivamente, recolectó con sus dedos el semen que aún estaba depositado sobre mí abdomen, para dejarlo caer en gotas dentro de mi boca.

      Sin mediar palabra, fue hacia el baño y regresó en pelotas, con la chota colgando, pero aún gruesa; me miró y dijo:

      –Realmente inesperado, extremadamente placentero, necesario y al mismo tiempo perturbador... Durmamos y si te parece, mañana hablamos.

      Me limité a decir:

      –OK.

      Apoyé mi cabeza en la almohada y aún, con el delicioso sabor de su semen y del mío embebido en mi boca, me quedé dormido...

      – Descubriendo otro camino –

      La mañana siguiente, me desperté y noté que Diego no estaba en su cama. Escuché el ruido de la ducha, miré el reloj y me di cuenta que en hora y media saldría su vuelo.

      Me quedé remoloneando en la cama, intrigado por la actitud que tendría y que comentario haría sobre lo acontecido anoche.

      Cerró los grifos y pasados unos minutos, vi que ingresa al cuarto con un toallón atado a su cintura. La imagen hizo que se me comenzara a parar la chota, más, pensado en la hermosa mamada que le había pegado hacía solo unas horas.

      Me había encantado mamársela, aunque hubiese deseado poder recorrer todo su lomito y entregarnos a un fuego cruzado caliente y salvaje.

      –Buen día –dije.

      Diego se sorprendió, me miró y respondió:

      –Buen día, pensé que dormías... disculpame si te desperté.

      –No hay drama... ¿dormiste bien? –pregunté.

      –Como un angelito, realmente, lo estaba necesitando –contestó como si no hubiese sucedido nada.

      –Me alegro; imagino que en algo debo haber colaborado –acoté.

      –Diego se limitó a hacer un gesto con la boca y no emitió respuesta, por lo que me desconcertó; no entendía si estaba arrepentido por lo que habíamos hecho o qué carajo le pasaba.

      Retiré las sábanas y me senté por un momento en la cama. Diego puso su vista en mi entrepierna y sin hablar, volvió a hacer el mismo gesto con su boca.

      Me di cuenta de que mi erección era notoria y ante su mutismo y comportamiento osco, decidí actuar con el desparpajo con el que él lo había hecho la noche anterior.

      Me paré y con la chota haciendo carpa en mi bóxer, muy naturalmente, como si estuviese solo, comencé a caminar hacia el baño, pensando “Andate a lavar el orto, si querés comportarte así, bien, yo me saqué las ganas y no te violé, fue consentido, así que andá a hacerte ver...” Aunque estaba de por medio el trabajo que duraría todo el año, así que debería evitar cualquier tipo de fricción.

      Regresé al cuarto. Diego estaba terminando de vestirse y dijo:

      –Che, quédate durmiendo un rato más que es muy temprano, es al pedo que te levantes, si el aeropuerto está a solo tres cuadras; dejá que voy solo.

      Comencé a agarrar ropa y mientras me vestía contesté:

      –No boludo, ya estoy despierto, desayunemos y te acompaño hasta el aeropuerto –dije.

      –Como quieras –contestó Diego.

      Realmente, en ese momento tuve ganas de mandarlo a la mierda, pero respiré hondo y me callé. Diego agarró su mochila y fuimos hacia la confitería del hotel sin emitir palabra alguna.

      Luego de lo sucedido durante la noche, esperaba una conversación más amistosa, más cercana a la que podrían mantener dos varones compinches, que a la que podían mantener dos compañeros de trabajo.

      Llegamos a la mesa, e inesperadamente dijo:

      –Mirá, no creas que soy un marciano... lo que sucedió anoche, realmente me gustó; realmente lo necesitaba y no te imaginas cuánto.

      Me había quedado claro eso, que lo necesitaba y mucho. Hacía tiempo que no veía a un tipo largar tanta leche y con tanta potencia como lo había hecho Diego.

      Le pedí que bajara la voz, porque no quería quedar incinerado frente al resto de los huéspedes con quienes me cruzaba a diario.

      –Me hiciste gozar como hacía tiempo que no gozaba, hacía mucho que no garchaba por el tema del bebé y hace años que no llenaba una boca de leche; la mamás increíblemente bien, podrías dar clases; sucede que, hasta ayer, salvo por alguna paja cruzada en mi adolescencia, jamás había hecho algo así con un hombre.

      Hizo una pausa y continuó:

      –Encima, está el trabajo de por medio y no quiero que tengamos quilombos, ni vos, ni yo.

      –Todo bien Diego; relajate, lo que sucedió ayer, queda acá, es personal y no tiene por qué mezclarse con el trabajo; pintó hacerlo, vos lo pasaste bien, lo necesitabas, lo disfrutaste, te relajaste; yo lo pasé bárbaro, me calentaste, me encantó mamártela y lo haría otra vez; listo, acá queda. Relajémonos, enfoquémonos en el trabajo y que las cosas fluyan, ¿OK? –dije.

      –OK –respondió Diego.

      Terminamos de desayunar y comenzamos a caminar hacia el aeropuerto, hablando de temas relacionados con el trabajo.

      Hizo el check in y nos sentamos en la sala de espera. Vimos aterrizar al avión y rápidamente comenzó el embarque. Nos paramos y al hacerlo, exprofeso, apoyé una mano sobre su muslo; me miró y sonrió. Nos despedimos con un leve abrazo y acercándome a su oído dije:

      –Espero que el próximo miércoles vengas bien cargado… me refiero a la ropa en tu mochila...

      Me miró y leí como sus labios dijeron:

      –¡Sos un hijo de puta!

      Regresé al hotel intentando despejar mi cabeza repleta de imágenes sobre lo acontecido en las últimas doce horas y tratando de poner foco en los días de trabajo que quedaban por delante…

      Ese mismo día por la tarde, Diego me llamó desde Buenos Aires para ajustar algunos temas de trabajo. Estábamos por cortar y dijo:

      –Ah, sábelo; todavía tengo la chota colorada, vengo del baño de la oficina, donde me tuve que clavar una tremenda paja pensando en vos y en lo que hiciste anoche. Me cuesta concentrarme en el trabajo; preparate que el miércoles voy con leche condensada. Me dejó mudo; yo estaba con gente y sin posibilidades de poder explayarme, por lo que solo respondí:

      –Ahh bue... el miércoles lo vemos; finalmente cortamos. El viernes, regresé a casa y dejé a mi mujer sumamente feliz; la garché como hacía mucho tiempo que no lo hacía. La puse en cuatro y le dejé la concha paspada.

      El resto del fin СКАЧАТЬ