Relatos de un hombre casado. Gonzalo Alcaide Narvreón
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Название: Relatos de un hombre casado

Автор: Gonzalo Alcaide Narvreón

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Relatos de un hombre casado

isbn: 9788468668536

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СКАЧАТЬ alusión al episodio del toilette.)

      –No seas pelotudo... –respondí riéndome, y respondiendo a su pregunta, agregué– la verdad es que viernes y sábado garcho de lo lindo con mi mujer; me descargo por el resto de la semana...

      –Me imagino... suerte la tuya... yo, con el tema de la cuarentena, ni eso... encima, necesito dormir, porque el pendejo no nos deja pegar un ojo. –dijo Diego.

      –Bueno, esta noche te sacás las ganas... de dormir tranquilo me refiero... –dije, sonriendo sarcásticamente.

      Diego entendió perfectamente mi comentario picarón; me miró y se cagó de risa... Cruzamos algunas conversaciones con un par de flacos de Buenos Aires que también estaban trabajando allí y que, como nosotros, estaban disfrutando de la piscina. Ya cayendo la noche, salimos del agua y fuimos hacia el cuarto...

      Diego dijo:

      –Duchate vos primero, pero dejá que me saque la bermuda para no mojar todo...

      Se quedó en pelotas, se puso una bata blanca y se tiró boca arriba en la cama. Realmente, esa imagen me calentó mal, verle las patas y el pecho peludo, relajado, sabiendo que estaba sin ponerla desde vaya a saber cuánto tiempo... Apoyó su cabeza en la almohada, cerró los ojos, se relajó y con el sonido de la televisión como fondo, rápidamente se quedó dormido.

      Me fui al baño, me metí en la ducha y me clavé una tremenda paja, porque sabía que, de no hacerlo, estaría con la pija dura toda la noche...

      Salí del baño, me senté en la cama y vi que Diego seguía profundamente dormido. Tuve el impulso de tocarlo, al menos, de recorrer su pecho con mi mano, de entrelazar mis dedos con sus pelos, pero sabía que no podía jugarme de esa manera, porque éramos compañeros de trabajo y ante un rechazo de su parte, se generaría una situación muy incómoda y complicada para ambos.

      Me quedé un rato tirado en la cama y me sobresaltó el teléfono, que hizo que Diego también se despertase. Era un llamado de la recepción, preguntándome si mi compañero se quedaría a dormir en mi habitación, ya que la tarifa se modificaba. El personal del hotel siempre estaba al tanto sobre la situación de los vuelos. Le contesté que sí, que compartiríamos la habitación.

      Diego, desperezándose y aún con los ojos cerrados dijo:

      –Me quedé profundamente dormido y hasta soñé.

      –Ya me di cuenta... y provocándolo agregué:

      –Contame tu sueño que debe haber estado buenísimo, porque hasta tuviste una erección...

      Sin inmutarse y acostado como estaba, abrió su bata, miró

      su pene que estaba muerto y preguntó:

      –¿En serio? lo tengo muerto…

      –No boludo, te estoy jodiendo... –dije.

      Esa clase de juegos me divertían y si bien Diego no había demostrado en absoluto ninguna pista en cuanto a su sexualidad, estaba claro que era un flaco súper desinhibido, cero vergonzoso y fundamentalmente, me había dado la valiosa información de que hacía mucho tiempo que no la ponía.

      Se incorporó y se fue a duchar. Con la excusa de cepillarme los dientes, me metí en el baño, con la clara intención de verlo en bolas mientras que se enjabonaba bajo la ducha y para asegurarme de que no se clavaría una puñeta que mitigara su calentura acumulada, producto de su cuarentena.

      Sin prestar atención a mi presencia, Diego pasaba el jabón por su pecho, por sus vellos púbicos, por las bolas, por los glúteos; cero prejuicios el pibe.

      Salí del baño caliente como pava y lo dejé tranquilo; fui hasta el placar y dejé sobre su cama un bóxer, pantalón, medias y una chomba. Diego apareció en el cuarto con un toallón blanco atado a su cintura; pocas imágenes más calientes que un macho peludo en esa situación.

      –Ahí te dejé ropa –dije, preguntándole si estaba bien.

      –Perfecto, gracias, la semana que viene vuelve limpita –dijo.

      –No hay problema –contesté pensando–. “Dejá el bóxer sin lavar, así me lo quedo de suvenir...”

      Nos vestimos y nos fuimos al snack a comer algo; no teníamos ganas de salir del hotel. Pedimos unas cervezas y cenamos realmente relajados. Se me cruzó la idea de hacerlo tomar demás como para dejarlo medio entregado por los efectos del alcohol, pero pensé “Esas cosas no se hacen…”

      Regresamos al dormitorio, fuimos al baño y nos tiramos cada uno en su cama. Diego se desvistió, quedándose en bóxer y sin taparse; yo hice lo mismo. Encendimos la televisión y comenzamos a ver una película clase Z. En una escena, el protagonista entró a un boliche donde había minas bailando en el caño y Diego comenzó a hacer comentarios sobre las tetas de una rubia. Noté claramente que se le estaba agrandando el bulto.

      Comenzó a sucederme lo mismo que a Diego, pero no solo por la rubia, sino por lo que tenía disponible a mi lado y sin la posibilidad de avanzar, por temor a quedar realmente mal parado.

      Comencé a seguirle el juego y dije:

      –Uyyy, esta atorrante debe garchar como una yegua en celos... ¿Te imaginas tenerla chupándote la chota con las tetas bailando delante tuyo?, ¿o tenerla acá y garcharla los dos juntos, haciéndole una doble penetración, o uno por la boca y otro por la concha? –dije.

      Diego me miró y dijo:

      –Uyyy… no seas pelotudo… Con la calentura que tengo y me venís con esos comentarios… Tengo las bolas que me explotan… No te imaginaba tan chanchito...

      –Ahhh, no tenés idea lo morboso que puedo llegar a ser –contesté.

      –Mejor apaguemos todo, que no voy a poder dormir y realmente, lo necesito... –agregó Diego, y eso hicimos.

      Me resultaba imposible conciliar el sueño. A pesar de la paja que me había clavado en la ducha, tenía mi pene erecto apretado contra el colchón.

      Con la luz apagada y el black out cerrado, no se veía nada, pero solo el hecho de saber que a un metro de mi cama tenía recostado a este tipo pijón y peludo, me ratoneaba incontrolablemente.

      Noté que Diego daba vueltas y vueltas, hasta que, en un momento, se quedó quieto.

      Repentinamente, me pareció escuchar una especie de gemido, por lo que encendí la luz. Ahí lo tenía, acostado boca arriba, con el bóxer bajo su cintura, dándole a su pija duro y parejo.

      Sin largarse la chota, me miró y dijo:

      –La verdad, es que no daba más; o me pajeo o no duermo...

      Me senté en mi cama y me quedé mirándolo. Lo primero que salió de mi boca sin pensar mucho fue:

      –Boludo, tenés un caño enorme...

      –La verdad, es que fue el comentario de cada mina con la que me encamé... –y agregó– el tuyo no se queda atrás boludo. Mientras miraba mi entrepierna.

      Yo ni me había dado cuenta, pero mi chota estaba hecha СКАЧАТЬ