Название: Las Confesiones De Una Concubina
Автор: Roberta Mezzabarba
Издательство: Tektime S.r.l.s.
Жанр: Драматургия
isbn: 9788835415695
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Estábamos solos.
Ante aquel pensamiento me asaltó el pánico.
Por mucho que intentaba concentrarme en el trabajo tenía la cabeza ardiendo y las manos temblorosas.
Él se había sentado delante de mí, las piernas entrelazadas, los brazos cruzados, los ojos grandes y oscuros fijos en mí y los labios mostrando una sonrisa.
Estaba sin aliento y un peso me oprimía el pecho.
«Quieres besarme, ¿verdad?»
«...»
«¿Verdad?»
Ya estaba de pie con una mano apoyada en el escritorio y la otra ocupada en acariciarme bajo el mentón, la carne dócil y temblorosa.
Nariz con nariz, con los ojos fijos en los suyos, sentí sus labios amables, como un toque de alas de mariposa, acariciar los míos.
Era tan delicado, sin prisas, como si tuviésemos todo el tiempo del mundo.
«¿También tú lo deseabas, pequeña, verdad? Lo he sentido, ¿lo sabes?»
No conseguía decir palabra.
Ahora estábamos de pie y me tenía entre los brazos, con el rostro presionando su pecho.
En silencio me acariciaba los cabellos, me besaba en la nuca, me hacía sentir en el centro del universo.
Y me daban ganas de llorar.
Estaba estrechada entre los brazos del hombre que siempre habría deseado tener.
Y no lo tenía.
Nunca podría ser mío.
A no ser una pequeñísima parte.
Pero en aquel momento no me incomodaba: lo único importante era tener a Pietro a pocos centímetros de mí.
Me ayudó a acabar de introducir las facturas y en la puerta de la oficina nos despedimos.
Con las mejillas rojas de excitación corrí feliz hacia el autobús que me esperaba bajo la farola de la explanada destinada al estacionamiento.
Como si estuviese en trance me senté en el asiento sintiendo todavía su contacto.
En las manos me había quedado su olor: la carretera corría veloz y yo cerré los ojos y lo respiré en las palmas de mis manos.
El cuaderno escarlata
Quizás una parte de mí habría querido que Filippo descubriese mi relación con Pietro.
Habría querido herir su indiferencia, reducirla a harapos, y responder con los hechos a las continuas declaraciones ofensivas, cuando decía que no valía para nada, para por lo menos ver una emoción socavar su rostro.
Pensar en lo que estaba haciendo me hacía sentir mal, reconocía que era una hipócrita pero, mirando la cosa desde mi punto de vista, no podía evitar buscar un poco de aprecio.
Con una sonrisa amarga, recordé cuando acompañaba a mi padre a las reuniones con los profesores y, después de haber escuchado los elogios que ellos decían de mí, él concluía, invariablemente, aconsejándoles que me pidiesen más. Justificaba la vergüenza y la desilusión de nunca haber tenido un reconocimiento, con la convicción de que, actuando de esa manera, me empujaban a hacer siempre lo mejor. Y, en cambio, me doy cuenta de que todo mi deseo de reconocimiento quizás deriva de la carestía que había vivido hasta ahora.
El director, que ahora ya me asignaba más obligaciones en administración, me había mandado a la papelería para comprar algo de material para la oficina.
Entre las estanterías desfilaban paquetes de clips, resmas de papel, cuadernos para apuntes, papel rayado, cuando mi atención fue capturada por un cuaderno con la cubierta rígida, de color rojo escarlata.
Lo cogí, aunque no tenía ni la más remota idea de lo que haría con esto: fue imposible no comprarlo, como si aquel objeto hubiese tenido voluntad propia, como si quisiese venirse conmigo.
Estrechándolo fuerte entre las manos me vino a la mente el recuerdo de mi abuela y de los cuadernos en los que anotaba sus recetas y las frases que le llamaban la atención, y que usaba también para hacer secar las margaritas que a veces le recogía durante el recreo, en la escuela.
Volví a la oficina con dos bolsas de cosas de la papelería y mi cuaderno en el bolso.
Pietro me salió al paso en la puerta, cogió una de las bolsas y me ayudó a colocar todo lo que había comprado.
Mientras le pasaba un paquete de papeles me dijo:
«Debemos buscar un sitio para nosotros, un puesto sólo para nosotros donde podernos ver sin problemas».
«Pero Pietro, ¿estás loco? ¿Qué quieres hacer, alquilar una habitación en un hotel por horas? ¿Y, además, dónde, en esta ciudad de provincias, donde todos saben todo de todos?»
«No te preocupes, pequeña, lo importante es que tú me quieres. Podemos tomar un tren y alejarnos un poco y encontrar algún lugar cerca de la estación».
Yo no quería alejarme un poco y encontrar un lugar cerca de la estación. Temía que ese momento llegaría pronto, temía que Pietro me pidiese más. A mí podía bastarme su mirada puesta sobre mí, sus palabras, de eso tenía una desesperada necesidad.
A mí me podía bastar pero a él no.
***
Había puesto sobre el fuego las cacerolas con la comida para el día siguiente y con el estofado para la cena, cuando saqué del bolso el cuaderno y lo abrí, apoyándolo sobre la mesa de la cocina.
Sin pensarlo, sin saber a dónde me llevaría la pluma, comencé a escribir.
Si amar es una culpa
entonces soy culpable.
Atadme los pulmones
y sofocad el canto
que sale impúdico
a molestar el sueño de los justos.
Si amar es un defecto
entonces, soy imperfecta,
indigna.
Arrancadme jirones del corazón
y ponedlos sobre la fría bandeja
de lo correcto.
Si amar es inoportuno
cuando el camino se tuerce,
perdedme.
Nada hay más peligroso
que СКАЧАТЬ