Название: Las Confesiones De Una Concubina
Автор: Roberta Mezzabarba
Издательство: Tektime S.r.l.s.
Жанр: Драматургия
isbn: 9788835415695
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Y cada vez él me quería más.
Siempre más.
«¡Quiero hacer el amor contigo, no aguanto más! Cuando estoy con mi esposa pienso en ti, creo que enloqueceré como siga así...»
Entre sus brazos todo me parecía posible pero cuando volvía a pensar en sus peticiones, cuando me encontraba a solas, no me sentía preparada, no quería que cayese también esta última barrera que había quedado entre nosotros, el último y pequeño dique contra una corriente ahora ya demasiado impetuosa.
* * *
Hacia Filippo sentía un vago sentimiento de culpa que aleteaba entre nosotros llevándome a tener arrebatos sexuales que, creo que más de una vez, lo habían sorprendido, sino anonadado. Me parecía que entregándome a él podía, en parte, acallar mis sentimientos de culpa.
Una noche, después de una relación desahogada, hecha como por obligación, se volvió hacia mí y me dijo:
«No consigues engendrar hijos, no consigues hacer que sienta un auténtico placer… por suerte, menos mal que te las apañas cocinando y limpiando la casa, en caso contrario...»
Estas eran las cosas que, cada vez más, me hacían comprender que no estaba, ni de lejos, dispuesta a renunciar a Pietro.
Con el rostro hundido en la almohada soñaba con Pietro y apretaba con fuerza los dientes para no llorar.
Filippo no estaba nunca: ausente en los momentos de alegría y en los momentos de dolor más profundo.
Ausente, no por paparruchas, es verdad, sino por trabajo.
¡Yo sirvo a la gente!
Su trabajo de guarda jurado le hacía sentirse un escalón por encima de los demás.
Para mí ya era tarde, demasiado tarde para renunciar, para desatar lazos ya apretados, para renunciar, para prescindir de Pietro.
Comencé por dolor,
por dolor en el amor,
por amor del dolor,
ahora ya no lo sé.
Escribí amor
y no me di cuenta
más que después de muchas líneas,
cuando el dolor se calmó
cansado y afligido
sobre la palma tensa del corazón.
Y amé.
Sin remordimientos ni reservas,
segura,
en la oscuridad,
de encontrar el dolor,
sólo el dolor.
La cena de gala
Giovanni Percalli, el nuevo administrador de la sociedad que gestionaba la cadena de supermercados donde trabajaba, había decidido ofrecer una cena a todos los trabajadores para darse a conocer y para festejar este nuevo objetivo.
«Yo no pienso, ni por asomo, ponerme de punta en blanco por un tipo que con dinero ha comprado un cargo en una sociedad...»
«¡Pero, Filippo! Estarán todos, hazlo por mí, ¿qué papel haré?»
«¿Papel? ¿Qué papel harás? ¡Tú trabajas en ese supermercado, puede que tú estés obligada a hacer todo lo que te pidan!»
«¿Y si fuese yo la que quiere ir?»
«Escucha, Misia, yo no tengo ganas de ir y además mañana debo cubrir a un compañero, hago doble turno, si realmente quieres ir puedes hacerlo perfectamente sola».
Conversación acabada.
Televisión encendida.
Fin.
Tragándome lágrimas de rabia y de desilusión me metí en un baño de agua caliente.
De fondo el sonido del telediario me acompañaba, exasperándome, en cada habitación.
Cerré a mi espalda la puerta de la habitación y me puse delante del armario para buscar algo que pudiese servir para presentarme en la cena.
* * *
La sala de reuniones estaba ya llena de colegas y de otras personas que no conocía.
El servicio de catering ya había preparado un buffet impresionante.
Me sentía un poco más tranquila: pasaría una bella velada con Pietro, él me diría que le gustaba como iba vestida, que con los cabellos en lo alto estaba fascinadora, me haría sentir hermosa por una noche, como Cenicienta.
El director estaba en el centro de la sala con su consorte: una pareja de mediana edad que transmitía la complicidad que los unía. Ella miraba continuamente hacia él, mientras hablaba, como buscando consuelo en su mirada, mientras que él la acariciaba, con la palma abierta, la espalda. Pero lo que me llamó la atención enseguida de la esposa del director fue su sonrisa que parecía que iluminaba todo su rostro.
«¡Ah, Buenas tardes, Pietro».
La voz del director me devolvió a la realidad.
«Finalmente has venido, te quería presentar a Giovanni, el nuevo administrador, ven, ven».
Me volví radiante, ignorante de lo que mis pupilas verían.
Pietro con una mujer de la mano: su esposa.
Yo, sola.
La sonrisa desapareció de mi rostro, delante de la escena que desde las pupilas había llegado, lentamente, hasta el cerebro.
Jesús, hubiera querido desaparecer engullida por la tierra.
Él llevaba un traje azul oscuro, una camisa blanca tensa sobre el tórax conocido y una corbata fina, del mismo color que el traje.
Ella, ojos claros, cabellos rubios y lisos cortados a lo paje que apenas le tocaban los hombros: llevaba un traje negro largo que le dejaba la espalda al descubierto, en la mano un bolso con forma de concha.
En el dedo anular izquierdo, junto al anillo de boda, una cascada de diamantes tan brillantes que llamaban la atención de todos.
La mujer del director, mientras Pietro se entretenía con los responsables de otros puntos de venta, se volvió hacia la mujer de Pietro:
«Querida, estás espléndida, ¡y qué hermoso anillo! ¿Te lo ha regalado Pietro?»
«¡Oh, sí! ¡Me lo ha regalado hace unos días, y fíjate, sin tener que celebrar nada!»
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