Las Confesiones De Una Concubina. Roberta Mezzabarba
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Название: Las Confesiones De Una Concubina

Автор: Roberta Mezzabarba

Издательство: Tektime S.r.l.s.

Жанр: Драматургия

Серия:

isbn: 9788835415695

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СКАЧАТЬ boca de mi marido, en muchos sueños había anhelado que eso ocurriese y, en cambio, he aquí que aquel hombre que no me pertenecía me hacía encrespar la piel con un escalofrío, hacía aparecer el deseo de placer que está escondido dentro de cada ser humano.

      Pietro era un colega que trabajaba en la administración del supermercado, siempre sonriente, con los cabellos oscuros ligeramente largos, sabiamente despeinados.

      En honor a la verdad no le había hecho caso hasta que su mirada había comenzado a cruzarse con la mía, insistentemente. Empezó a saludarme y buscaba la oportunidad para entablar conversación conmigo. Y allí comenzaron a llegar los primeros signos de aprecio, los primeros y velados cumplidos.

      Yo escuchaba, inconsciente, sedienta, lastimosamente necesitada de felicitaciones.

      Extraño, digo, porque mi educación siempre me ha impedido gozar de la sensación, desconocida, de ser apreciada.

      En mi familia los elogios eran una mercancía rara, luego, al casarme con Filippo, la situación no había cambiado: él era un hombre tan cerrado que a menudo tenía la sensación de que ni siquiera me notase.

      Pero me había casado con él.

      Y ahora no había nada que hacer, si no aceptar lo que el plato que tengo de frente contiene, sin soñar con otras pitanzas.

      Hacer caso a las palabras de Pietro era un juego demencial, era consciente, pero escuchando sus palabras, desaparecen como un relámpago, dentro de mi corazón, todas las sombras.

      Pero dura poco: de la misma manera que se apaga el eco de aquellas frases, de la misma manera a como Pietro desparece de mi vida, mi corazón se hiela.

      La búsqueda de una vida

      Trabajo, casa, casa, trabajo.

      He aquí la existencia de una treintañera.

      Mi existencia.

      Cuando era una muchacha nunca me había podido permitir grandes diversiones porque no estaba bien salir sola, mucho menos en compañía de mi prometido.

      Ahora, porque mi marido prefiere echar la siesta en una butaca en el salón en vez de vivir.

      Realmente no siempre ha sido así.

      Queríamos un hijo, ¡sabe Dios cuánto lo he deseado!

      Antes de casarnos parecía casi que escapase de la idea de un compromiso tan grande, luego, con el pasar de los meses, entre nosotros se ha creado un espacio, un vacío me atrevería a decir, que pensaba que podría llenar con un hijo.

      Filippo parece que no tenía mis mismas exigencias, a él le bastaba con su trabajo de guardia jurado.

      Mi marido era un buen hombre, no me faltaba nada, pero su sensibilidad y su frialdad me dejaban asombrada.

      Al final de cada mes llegaba inexorable el ciclo menstrual destruyendo mis suenos, alimentados en aquellos tres, cuatro días de retraso.

      Dos, tres, cuatro vueltas.

      Era demasiado.

      Demasiadas esperanzas defraudadas…

      Cada uno de nosotros pensaba que en el otro había probablemente algo que no iba bien, un mecanismo que no funcionaba como debía, una chispa que no saltaba en el momento justo.

      Finalmente, de nuevo, el retraso llegó hasta los diez días: no hablaba de ello, como si esto pudiese convertir en irrompible mi sueño, que, sin embargo, no era más que una pompa de jabón, hermosa, de colores, transportada en las alas del viento, pero destinada a desvanecerse con un puf.

      Silenciosamente, dejaba correr los minutos, y los días y las semanas se convirtieron en meses.

      Durante casi dos meses acuné en mi pensamiento la idea de un niño, una pizca de vida que pudiese dar sentido a la mía, que iluminase la oscuridad de mi existencia.

      Durante mucho tiempo, después de esa noche, ya no tuve más lágrimas para llorar.

      Fui despertada del sueño por las contracciones del bajo vientre que parecía que me querían desgarrar las vísceras.

      En silencio, arrastrándome, conseguí llegar al baño donde, en cuanto encendí la luz, me esperaba un descubrimiento horrendo.

      El camisón estaba empapado en sangre a la altura de las ingles.

      Sólo recuerdo haber lanzado un grito.

      Luego, nada.

      A continuación sólo un vago recuerdo de mi marido que intenta que recupere el conocimiento, que me traslada en el coche envuelta en una manta, luego los doctores, las enfermeras como abejas laboriosas a mi alrededor, las luces fuertes sobre la camilla, iluminando mi desnudez.

      Mi niño.

      Mi niño.

      Devolvedme a mi niño.

      Devolvédmelo.

      ¿Dónde lo habéis puesto?

      ¿Dónde?

      ¿Dónde?

      ¿Dónde lo habéis escondido?

      ¿A dónde lo habéis llevado?

      Era demasiado hermoso.

      Lo sé, era demasiado hermoso.

      Parecía que había enloquecido.

      Nada tenía sentido, nada parecía lo bastante importante para seguir viviendo.

      Filippo casi siempre estaba sentado al lado de mi cama pero no me miraba, no me hablaba.

      En aquellos días de dolor, su presencia no era ningún consuelo, un poco porque creía que sólo estuviese allí porque estaba obligado por la situación, un poco porque me parecía que estaba obligada a soportar su presencia.

      Me parecía que, las pocas veces que me devolvía la mirada, con sus ojos negros fijos en mí, me culpase, sin posibilidad de responderle, por no haber sabido salvaguardar la vida de nuestro hijo.

      Una mañana me desperté y Filippo ya estaba allí.

      «¡Te das cuenta de que ni siquiera has sido capaz de conservar a mi hijo. Qué tipo de mujer eres, pero qué especie de desastre eres que ni siquiera consigues traer un niño al mundo!»

      Sus ojos me fulminaron de tal modo que no conseguí mantener su mirada, bajando la mía.

      «Ni siquiera tienes el valor de mirarme, ¿verdad?»

      Salió, batiendo la puerta, con un ruido tan fuerte que me sobresaltó.

      Lágrimas mudas comenzaron a regarme las mejillas y sentí la falta de mi abuela de manera dolorosa.

      Cerré los ojos, empapados por las lágrimas e imaginé sus ancianas manos que me acariciaban la СКАЧАТЬ