La Danza De Las Sombras. Nicky Persico
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Название: La Danza De Las Sombras

Автор: Nicky Persico

Издательство: Tektime S.r.l.s.

Жанр: Классическая проза

Серия:

isbn: 9788835400271

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СКАЧАТЬ qué estación era?

      Es verdad, hacía tanto tiempo que no cogía el tren a no ser el de la metrópoli rebosante y llena de gente. En cambio, pensó, el mundo debe de estar lleno, por ahí, de estaciones como esta.

      Un atrio, también poco iluminado, lo acogió: enfrente de él un pequeño mostrador y un vidrio con un agujero en medio. En honor a la verdad, bastante sucio y rallado por los años hasta casi convertirse en opaco.

      Nadie alrededor y un gran silencio.

      En la otra parte un hombre sentado, con un uniforme de color gris tranviario, para ser precisos, completado con la gorra también gris y lisa. Pareció que no lo había visto entrar, de hecho, dado que ni siquiera levantó la vista. Escribía algo concentrado con un viejo lápiz, de cuando en cuando le chupaba la punta. Un gesto obsoleto, pensó para sí mismo. Pero quedó fascinado. Esto es dar valor a las cosas, a los gestos, al propio lápiz y al papel, y también a las palabras que, de este modo, serían escritas en aquel ordenado folio.

      Se aclaró la garganta para atraer su atención pero el hombre, indiferente, prosiguió anotando algo indescifrable en las líneas paralelas.

      Entonces golpeó educadamente con los nudillos en el vidrio y dijo:

      –Buenas noches.

      El señor en uniforme se quedó quieto pero levantó la mirada, a su vez, y respondió:

      –Buenas noches

      Y no dijo nada más. ¡Qué extraño! Parecía que esperase que él, un posible viajero, añadiese todavía algo.

      Esas no eran maneras ya que era, evidentemente, el despacho de billetes. Y sin embargo, inexplicablemente, su comportamiento no tenía nada de intencionadamente descortés.

      Debido al silencio prolongado se vio obligado a seguir por propia iniciativa.

      –Perdone. Querría comprar un tique.

      En cuanto dijo esto el señor de detrás del vidrio se quedó inmóvil. Dejó el lápiz, levantó con lentitud la cabeza y lo miró fijamente de manera intensa. Echó atrás la espalda apoyándose en el respaldo y cruzó las manos en el regazo con una mirada que podía parecer casi de perplejidad.

      –Un tique, dice. ¿Para qué hora de qué día, y para dónde, si puedo saber?

      ¡Mira tú! Ahora, hasta me da la reprimenda.

      Ni siquiera un saludo, si tan siquiera eso por respuesta, ni tampoco, qué sé yo, un deseo de ser útil en algo, ¡para colmo pareció que quisiese subrayar la ausencia de no haber sido explicito en su petición!

      Vale.

      –No lo sé, a fuer de ser sincero. Me vendría fantástico el primer tren que pasa y que tenga por destino el lugar más alejado que alcance. Sólo de ida. Gracias.

      Descendió de nuevo un silencio irreal.

      El vendedor de billetes lo miró de nuevo y pareció todavía más absorto. Luego se movió hacia un cajón y extrajo de él un talonario. Extrajo de él un tique de cartón azul oscuro, lo puso en una maquina de prensar y tiró de una palanca. En manera ruidosa el tique fue impreso y lo giró despacio mientras lo miraba. Sopló encima y se lo dio a través de una rendija en la parte baja del biombo maltrecho, bajo el cual el potencial pasajero, mientras tanto, había deslizado un billete.

      El hombre con la gorra lo cogió metiéndolo rápidamente en la caja y unió las manos. Dijo solamente

      –Parte dentro de unos minutos

      Luego se quedó mirándolo fijamente, mudo.

      Asdrubale supuso que el precio debía ser exacto y que no sobraba nada.

      Después de coger el resguardo se lo metió en el bolsillo del abrigo y se despidió:

      –Buenas noches.

      –Buenas noches tenga usted –respondió el hombre de la taquilla sin añadir nada más.

      Mientras estaba todavía de espaldas hacia la salida para llegar al andén, oyó algo pronunciado en voz alta:

      –Y buen viaje.

      Bueno, finalmente, un poco de amabilidad en aquel lugar olvidado.

      Esta vez no respondió. Salió al exterior.

      ¡Qué raro! sólo entonces se dio cuenta que había un único andén. Por lo que él sabía, incluso en las pequeñas estaciones, debería haber por lo menos dos, o más. Mira tú qué descubrimiento más interesante cuando iba a ser su última vuelta. Quizás aquel lugar era sólo un pequeño punto de tránsito, de intercambio, o quién sabe qué otra cosa. Sin embargo, era realmente algo muy raro, pensó: sólo dos raíles y bosque alrededor.

      Quién sabe.

      Pudo de esta manera volver a pensar en el agua y en sus fantasmagóricos relatos.

      Como el de aquella mañana que le habló sobre las migraciones, por ejemplo: la gota volvía a la tierra y, más pronto o más tarde, abandonaba el elemento del que había formado parte evaporándose.

      Cautivada, dijo, miraba la tierra hacerse pequeña mientras subía hacia el cielo. Entre las nubes encontraba otras gotas y en ocasiones las conocía porque se había cruzado con ellas en el pasado. Se intercambiaban saludos y relatos de todo tipo. Y juntas se convertían en nubes espectaculares, llegado a un cierto punto, poco a poco, comenzaban a viajar. ¡Qué panoramas, qué largas travesías! En cirros, en nubarrones, en cúmulos. Formando dibujos, haciendo evoluciones. Sobrevolando océanos, montañas, campos y ríos y praderas inmensas. Hasta que, a una orden del viento, llegaba el momento de volver a bajar.

      ¡Qué emoción, el salto hacia la tierra, en caída libre, volando!

      –Es siempre como si fuese la primera vez, ese momento.

      Exactamente, de este modo, se lo había confesado.

      Luego, sobre la Tierra, terminaba su carrera: a veces en una planta, a veces en una charca, a veces en un ser vivo. Y el ciclo de la vida comenzaba otra vez. Como había ocurrido desde el comienzo de los tiempos.

      Estaba absorto y de repente lo distrajo una luz al fondo del andén y un resoplido cíclico y constante que cada vez parecía más cercano: estaba llegando el tren.

      ¡Qué situación tan curiosa!, pensó: no sabía dónde iría y no le importaba. Y justo por esto se sentía feliz: cogía por última vez el tren y no sabía ni siquiera a dónde le llevaría, dónde terminaría, dónde iría. Sólo sabía que no volvería atrás jamás.

      De repente notó que a su lado estaba el vendedor de billetes.

      Ahora tenía con él un banderín y un silbato. Por lo que parecía en esa estación él hacía todo. Debe ser un modo para ahorrar en gastos, evidentemente. He aquí la razón por la que no había estado demasiado amable. Quizás no era ese su trabajo original, ahora se explicaba todo.

      Al conocer un poco más las cosas se entiende mejor las razones de lo que sucede alrededor.

      Ahora, СКАЧАТЬ