La Danza De Las Sombras. Nicky Persico
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Название: La Danza De Las Sombras

Автор: Nicky Persico

Издательство: Tektime S.r.l.s.

Жанр: Классическая проза

Серия:

isbn: 9788835400271

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СКАЧАТЬ recordaba como si hubiera sido hoy, incrédulo por la pregunta.

      Había movido la cabeza. Quizás lo había soñado en el silencio de la sala vacía. Pero de nuevo oyó aquel sonido.

      – Dime ¿Estás triste?

      Era una voz. Una voz auténtica. Y venía de una dirección concreta.

      Miró en la pequeña botella y se volvió a ver reflejado

      – ¿Estás triste?

      No había una explicación para aquella voz. No había ninguna posible, excepto una.

      Inseguro y tembloroso, reaccionando, susurró.

      – Sí.

      Ocurrió así.

      Así comenzó, aquel día, que el agua le habló realmente.

      ¡Oh, claro, ya se sabe que los locos están convencidos de que existen realmente las voces, esas voces que sólo ellos escuchan! Pero él no estaba loco de ninguna manera.

      De todas formas, en el fondo, no tenía importancia. ¿Qué mal había en ello?

      Y luego fueron tantas y tan hermosas las cosas que la gota comenzó a decir.

      Mientras tanto se felicitó por haberla conservado con amor. Señal de sabiduría, seguramente.

      Recordaba claramente sus palabras exactas:

      –Los humanos son contradictorios, por no decir que a veces son extraños. Sin ánimo de ofender, quiero decir: es una constatación. Crean simples piedras preciosas, como esmeraldas, zafiros, rubís. Y no se dan cuenta que eso en el fondo es carbón: fósil, joven e inexperto. Mientras que yo soy agua y estoy aquí desde siempre. He sido yo quien ha originado la vida en el planeta, y sin mí no hay nada que pueda vivir durante mucho tiempo: si yo falto, todos los seres mueren. Incluso el árbol que después se convierte en carbón y con el pasar del tiempo incluso en diamante. Pero primero estaba vivo y por lo tanto estaba yo. O por lo menos he estado: sin mi esa misma planta que ahora es brillante piedra no habría nacido, ni vivido, ni sobrevivido, a decir verdad. Primero estaba yo. Antes de nada. Yo le he dado la esencia y luego, cuando ha acabado su ciclo vital, la he dejado. Y he continuado mi recorrido, mi vida eterna que lleva vida a cada existencia. Por todas partes. Soy lo más preciado que hay en el planeta. Todos me tienen delante de sus ojos, sin embargo nadie me nota. Y tú me has cogido, hombre sabio. Sabio y triste al mismo tiempo.

      Oh, sí, se acordaba perfectamente. Tanto las palabras como la sensibilidad. Había notado su misma tristeza, entretanto la examinaba amorosamente. Mientras que los otros, los humanos, contestaban con desconfianza a su encerrarse en si mismo. En ocasiones incluso con dureza. Y de esta manera también su manera de comportarse se endurecía, por reacción, todavía más, y aún más dura era la reacción del mundo.

      Hasta que debió comenzar a encerrarse en si mismo para defenderse, para sobrevivir.

      Y acabó solo.

      Esa perla transparente, en cambio, le había abierto un mundo en la cabeza: el mundo de las cosas que creía inanimadas. Las llaman así los hombres.

      Estúpidos.

      Estúpidos e ingratos.

      Se entendían perfectamente él y el agua acerca de la humanidad. ¿Qué habían sacado de la vida? Desilusiones, rencores, traiciones, oportunismos: si se pusieran en fila se llegaría paso a paso hasta China.

      ¿Ellos no le querían? Perfecto, entonces él no los quería a ellos. Además, a veces, los relatos del agua eran realmente fantásticos. Como cuando una mañana nubosa se puso a contar de cuando había sido la parte líquida del ojo de un dinosaurio y de lo que veía del planeta: atardeceres incendiarios de color rubí intenso irrepetibles, silencios profundos jamás oídos, estruendos inmensos y relámpagos de luz cegadores.

      Qué maravilla: para escucharla con la boca abierta.

      También otra vez que había sido la sangre de una mujer guerrera enamorada: una mujer que se disfrazó para seguir al ejército en el bosque y poder de esta manera cuidar a escondidas y estar en secreto al lado de su hombre. Y de cómo ocurrió que una mañana soleada se sacrificó por él, que permaneció ignorante por siempre sobre esto. Después de días de marcha y de acampadas, al comenzar el día, un enfrentamiento con el enemigo. Ella, durante la batalla, haciendo caso omiso del estrépito, de las mazas que destrozaban cráneos y huesos, de los gritos angustiosos y de las espadas que laceraban la carne, se mantuvo siempre cercana a él, pero dos o tres pasos por detrás para no ser vista ni reconocida. Y de repente, felina y decidida, interpuso su cuerpo a una aguda lanza que vislumbró, justo a tiempo, mientras descendía desde el cielo silenciosa: para mantenerlo a salvo escogió ser ella la sacrificada.

      Un grito ahogado en la garganta.

      Él salvó de esta forma la vida mientras que ella, tirada por el suelo, sonreía al cielo y a la muerte susurrando su nombre. La gota se vio expulsada en el chorro que le surgió del pecho a través del tajo que había provocado la punta afilada, destrozándole horriblemente el esternón. Desde la piedra pulida sobre la que terminó su carrera el agua pudo observar sus ojos, abiertos y serenos, mientras expiraba: quedaron impresos en el firmamento con el iris mirando fijamente hacia el infinito.

      Nunca había sido parte de una vida cuyo latido hubiera sido tan fuerte, añadió:

      –Tenía un corazón poderoso, disponía de una fuerza interior que hasta ahora desconocía y que nunca he vuelto a encontrar en ningún ser viviente del que haya sido savia.

      Oh, sí, había visto mucho esa preciosa sustancia. Y cómo describía perfectamente sus sensaciones, los matices. Cromatismos del alma, sin duda. Y estaba persuadido de que aquella agua debía tener una: grande y hermosa. Por eso le había sobresaltado el pensamiento el haberla perdido para siempre. Como traicionar a alguien a quien quieres realmente, es como si te traicionases a ti mismo: se rompe un equilibrio universal de confianza que es imposible recuperar.

      Alentado miró a su alrededor.

      Había acabado, quién sabe cómo, en una vieja estación. Para empezar, lo comprendió por el olor, de hierro, de madera y piedras. Aquel olor lo conocía muy bien. Se dio cuenta porqué lo había reconocido y se sorprendió: ya no existían estaciones. Pero lo había conocido de niño.

      Cerró los ojos e inspiró: ¡justo, era justo eso!

      Las cosas. Las cosas.

      Saben cómo hacerse recordar, las cosas. De mil y mil maneras, también con los olores. Durante toda una vida.

      Y las esencias suscitaron otros recuerdos. Fragmentos de cuando era niño y quedaba embobado en la estación: los ruidos, el silbido lejano, el chirriar de los frenos, el humo. Y cuando volvía a casa, antes de dormir, soñaba con eso.

      Soñaba con subir, un día, en uno de esos vagones fascinantes y misteriosos. Soñaba que era el jefe de estación con el banderín y el silbato, el tren que resoplaba y él que saludaba a las personas y la parte de él que se quedaba allí.

      Volvió a abrir los ojos, se levantó del banco y recorrió el empedrado.

      Una vieja farola con la luz débil se mecía, suspendida y chirriante. Era esa la luz que había seguido.

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