La Santa Biblia - Tomo III. Johannes Biermanski
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Название: La Santa Biblia - Tomo III

Автор: Johannes Biermanski

Издательство: Автор

Жанр: Религия: прочее

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isbn: 9783959633420

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СКАЧАТЬ tierra y no nos devuelve más que la maldición que Dios le manda para castigar su simonía." (Rev. Juan Lewis, "History of the Life and Sufferings of J. Wiclif," pág. 37, ed. 1820.)

      Poco después de su regreso a Inglaterra, Wicleff recibió del rey el nombramiento de rector de Lutterworth. Esto le convenció de que el monarca, cuando menos, no quedaba descontento con la franqueza con que había hablado. Su influencia se dejó sentir en las determinaciones de la corte tanto como en las opiniones religiosas de la nación.

      Pronto fueron lanzados contra Wicleff los rayos y las centellas papales. Tres bulas fueron enviadas a Inglaterra, - a la universidad, al rey y a los prelados, - ordenando todas que se tomaran inmediatamente medidas decisivas para obligar a guardar silencio al maestro de herejía. (Neander, "History of the Christian Religion and Church," período 6, sec. 2, parte I, pár. 8. Véase el Apéndice.)

      EL Apéndice: WICLEFF. - El texto original des las bulas papales expedidas contra Wicleff, con la traducción inglesa, hállase en la obra de J. Fox, "Acts and Monuments," tom. III, págs. 4-13 (ed. de Pratt-Townsend, Londres, 1870). Véase además J. Lewis, "Life of Wiclif," págs. 49-51, 305-314 (ed. de 1820); Lechler, "Johann v. Wiclif und die Vorgeschichte der Reformation," cap. 5, ces. 2 (Léipzig, 1873); A. Neander, "Allgemeine Geschichte der christlichen Religion und Kirche," tom. VI, sec. 2, parte 1, pár. 8 (págs. 276, 277, ed. de Hamburgo, 1852).

      Sin embargo, antes de que se recibieran las bulas, los obispos, inspirados por su celo, habían citado a Wicleff a que compareciera ante ellos para ser juzgado; pero dos de los más poderosos príncipes del reino le acompañaron al tribunal, y el gentío que rodeaba el edificio y que se agolpó dentro de él dejó a los jueces tan cohibidos, que se suspendió el proceso y se le permitió a Wicleff que se retirara en paz. Poco después Eduardo III, a quien ya entrado en años procuraban indisponer los prelados contra el reformador, murió, y el antiguo protector de Wicleff vino a ser el regente del reino.

      Empero la llegada de las bulas pontificales traían para toda Inglaterra orden urgente de arresto y prisión del hereje. Esto equivalía a una condenación a la hoguera. Ya parecía pues Wicleff destinado a ser pronto víctima de las venganzas de Roma. Pero Aquel que había dicho a un ilustre patriarca: "No temas, ... yo soy tu escudo" (Génesis 15:1), volvió a extender su mano para proteger a su siervo, así que el que murió, no fue el reformador, sino Gregorio XI, el pontífice que había decretado su muerte, y los eclesiásticos que se habían reunido para verificar el juicio de Wicleff se dispersaron.

      La providencia de Dios dirigió los acontecimientos de tal manera que ayudaron al desarrollo de la Reforma. Muerto Gregorio, eligiéronse dos papas rivales. Dos poderes en conflicto, cada cual pretendiéndose infalible, reclamaban la obediencia de los creyentes. (Véase el Apéndice.)

      EL Apéndice: INFALIBILIDAD. - Réspecto a la doctrina de la infalibilidad, véase el art. Infalibilidad, en el "Diccionario de ciencias eclesiásticas" por Perujo y Angulo; Geo. Salmon, "The Infallibility of the Church"; cardenal Gibbons, "The Faith of Our Fathers," cap. 7 (ed. 49 de 1897); C. Elliott, "Delineation of Roman Catholicism," lib. 1, cap. 4.

      Cada cual pedía el auxilio de los fieles para hacerle la guerra al otro, su rival, acompañando sus exigencias con terribles anatemas contra los adversarios y con promesas celestiales para sus partidarios. Esto debilitó notablemente el poder papal. Harto tenían que hacer ambos partidos rivales en pelear uno con otro, de modo que Wicleff pudo descansar por algún tiempo. Anatemas y recriminaciones volaban de un papa al otro, y ríos de sangre corrían en la contienda de tan encontrados intereses. La iglesia rebosaba de crímenes y escándalos. Entre tanto el reformador vivía tranquilo retirado en su parroquia de Lutterworth, trabajando diligentemente por hacer que los hombres apartaran la atención de los papas en guerra uno con otro, y que la fijaran en Yahshua, el Príncipe de Paz.

      El cisma, con la contienda y corrupción que produjo, preparó el camino para la Reforma, pues de ese modo se dió a conocer el papado tal cual era. En un folleto que publicó Wicleff sobre "El cisma de los papas," exhortó al pueblo a que se fijara en que ambos sacerdotes no decían la verdad al condenarse uno a otro como anticristos. "Dios," decía él, "no quiso que el enemigo siguiera reinando tan sólo en uno de esos sacerdotes, sino que ... puso enemistad entre ambos, para que los hombres, en el nombre de Cristo, puedan vencer a ambos con mayor facilidad." (R. Vaughan, "Life and Opinions of John de Wycliffe," tomo 2, pág. 6, ed. 1831.)

       A semejanza de su Maestro, predicaba Wicleff el evangelio a los pobres. No dándose por satisfecho con hacer que la luz brillara únicamente en aquellos humildes hogares de su propia parroquia de Lutterworth, determinó hacerla extensiva por todos los ámbitos de Inglaterra. Con este fin organizó un cuerpo de predicadores, todos ellos hombres sencillos y piadosos, que amaban la verdad y no ambicionaban otra cosa que extenderla por todas partes. Para darla a conocer enseñaban en los mercados, en las calles de las grandes ciudades y en los sitios apartados; visitaban a los ancianos, a los pobres y a los enfermos impartiéndoles las buenas nuevas de la gracia de YAHWEH.

      Siendo profesor de teología en Oxford, predicaba Wicleff la Palabra de YAHWEH en las aulas de la universidad. Presentó la verdad a los estudiantes con tanta fidelidad, que mereció el título de "Doctor evangélico." Pero la obra más grande de su vida había de ser la traducción de la Biblia en el idioma inglés. En una obra sobre "La verdad y el significado de las Escrituras" dio a conocer su intención de traducir la Biblia para que todo hombre en Inglaterra pudiera leer en su propia lengua y conocer por sí mismo las obras maravillosas de Dios.

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