La Santa Biblia - Tomo III. Johannes Biermanski
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Название: La Santa Biblia - Tomo III

Автор: Johannes Biermanski

Издательство: Автор

Жанр: Религия: прочее

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isbn: 9783959633420

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СКАЧАТЬ al alcance de aquellos cuyos corazónes parecían estar listos para recibir la verdad. La juventud valdense había sido educada con tal objeto desde el regazo de la madre; comprendía su obra y la desempeñaba con fidelidad. En estas instituciones de enseñanza se ganaban convertidos a la verdadera fe, y con frecuencia se veía que sus principios habían penetrado toda la escuela; con todo, los jefes papistas no podían encontrar, ni aun apelando a minuciosa investigación, la fuente de lo que ellos llamaban herejía corruptora.

      El espíritu del Mesías es un espíritu propagandista [misionero]. El primer impulso del corazón regenerado es el de traer a otros también al Salvador. Tal era el espíritu de los cristianos valdenses. Comprendieron que Dios no requería de ellos tan sólo que conservaran la verdad en su pureza en sus propias greyes {asambleas}, sino que hicieran honor a la solemne responsabilidad de hacer que su luz iluminara a los que estaban en tinieblas. Procuraron con el gran poder de la Palabra de YAHWEH destrozar el yugo que Roma había sido impuesto. Los ministros valdenses eran educados como misioneros, y a todos los que pensaban dedicarse al ministerio se les exigía primero que adquiriesen experiencia como evangelistas. Todos debían servir tres años en algun campo de misión antes de encargarse de alguna grey {asamblei} en la suya. Este servicio, que desde el principio requería abnegación y sacrificio, era una preparación adecuada para la vida que los pastores llevaban en aquellos tiempos de prueba. Los jóvenes que eran ordenados para el sagrado ministerio no veían en perspectiva ni riquezas ni gloria terrenales, sino una vida de trabajo y peligro y quizás el martirio. Los misioneros salían de dos en dos como Yahshua se lo mandara a sus discípulos. Casi siempre se asociaba a un joven con un hombre de edad madura y de experiencia, que le servía de guía y de compañero y que se hacía responsable de su educación, exigiéndose del joven que fuera sumiso a la enseñanza. Ambos no siempre andaban juntos, pero con frecuencia se reunían para orar y conferenciar, y de este modo se fortalecían uno a otro en la fe.

      Dar a conocer el objeto de su misión hubiera bastado para asegurar su fracaso. Así que ocultaban cuidadosamente su verdadero carácter. Cada ministro sabía algún oficio o profesión, y los misioneros llevaban a cabo su trabajo ocultándose bajo las apariencias de una vocación secular. Generalmente escogían el oficio de comerciantes o buhoneros. "Traficaban en sedas, joyas y en otros artículos que en aquellos tiempos no era fácil conseguir, a no ser en distantes emporios, y se les daba la bienvenida como comerciantes allí donde se les habría despachado a puntapiés como misioneros."( Wylie, libro I, cap. 7.) En semejantes circunstancias elevaban siempre su corazón a Dios pidiéndole sabiduría para poder exhibir a las gentes un tesoro más precioso que el oro y que las joyas que vendían. Llevaban siempre ocultos varios ejemplares de la Biblia entera, o porciones de ella, y siempre que se presentaba la oportunidad llamaban la atención de sus parroquianos sobre dichos manuscritos. Con frecuencia despertaban así el interés por la lectura de la Palabra de YAHWEH y con gusto dejaban algunas porciones de ella a los que deseaban tenerlas.

      La obra de estos misioneros empezó al pie de sus montañas, en las llanuras y valles que los rodeaban, pero se extendió mucho más allá de esos límites. Descalzos y con ropa tosca y desgarrada por las asperezas del camino, como la de su Maestro, pasaban por grandes ciudades y se internaban en lejanas tierras. En todas partes esparcían la preciosa semilla. Se levantaban greyes {asambleas} por donde quiera que ellos iban, y la sangre de los mártires daba testimonio de la verdad. El día de Dios pondrá de manifiesto una rica cosecha de almas segada por aquellos hombres tan fieles. A escondidas y en silencio la Palabra de YAHWEH se abría paso por la cristiandad y encontraba buena acogida en los hogares y en los corazones de los hombres.

      Para los valdenses las Sagradas Escrituras no eran una mera comprobación del trato que Dios tuvo con los hombres en lo pasado y una revelación de las responsabilidades y deberes de lo presente, sino una manifestación de los peligros y glorias de lo porvenir. Creían que no distaba mucho el fin de todas las cosas, y al estudiar la Biblia con oración y lágrimas, quedaban más impresionados con sus preciosas enseñanzas y con la obligación que tenían de dar a conocer a otros sus verdades. Veían claramente revelado en las páginas sagradas el plan de la salvación, y hallaban consuelo, esperanza y paz, creyendo en Yahshua. A medida que la luz iluminaba su entendimiento y alegraba sus corazones, deseaban con ansia ver derramarse sus rayos sobre aquellos que se hallaban en la obscuridad del error papal.

      Veían que la gente guiada por el papa y los sacerdotes, se esforzaban en vano por obtener el perdón mediante las mortificaciones impuestas a sus cuerpos por el pecado de sus almas. Enseñados a confiar en sus buenas obras para su salvación, se fijaban siempre en sí mismos, pensando continuamente en lo pecaminoso de su condición, viéndose expuestos a la ira de Dios, afligiendo su cuerpo y su alma sin encontrar alivio. Así es como las doctrinas de Roma tenían sujetas a las almas concienzudas. Millares abandonaban amigos y parientes y pasaban la vida en las celdas de un convento. Millares trataban en vano de hallar la paz para de sus conciencias con repetidos ayunos y crueles azotes y vigilias, postrados por largas horas sobre las losas frías y húmedas de sus tristes habitaciones, con largas peregrinaciones, con sacrificios humillantes y con horribles torturas. Agobiados por el pecado y perseguidos por el temor de la ira vengadora de Dios, muchos se sometían a padecimientos hasta que la naturaleza exhausta concluía por sucumbir y bajaban al sepulcro sin un rayo de luz o de esperanza.

      Los valdenses ansiaban compartir el pan de vida con estas almas hambrientas, presentarles los mensajes de paz contenidos en las promesas de Dios y enseñarles al Mesías como su única esperanza de salvación. Tenían por falsa la doctrina de que las buenas obras pueden expiar la transgresión de la ley de YAHWEH. La confianza que se deposita en el mérito humano hace perder de vista el amor infinito del Mesías. Yahshua murió en sacrificio por el hombre porque la raza caída no tiene en sí misma nada que pueda hacer valer ante Dios. Los méritos de un Salvador crucificado y resucitado son el fundamento de la fe del cristiano. El alma depende del Mesías de una manera tan real, y su unión con él debe ser tan estrecha como la de un miembro con el cuerpo o como la de un pámpano con la vid.

      Las enseñanzas de los papas y de los sacerdotes habían inducido a los hombres a considerar el carácter de Dios, y aun el del Mesías, como austero, tétrico y antipático. Se representaba al Salvador tan desprovisto de toda simpatía hacia los hombres caídos, que era necesaria la mediación de los sacerdotes y la invocación de los santos. Aquellos cuya inteligencia habían sido iluminadas por la Palabra de YAHWEH, ansiaban mostrar a estas almas a Yahshua como a su Salvador compasivo y amante, que con los brazos abiertos invita a que vayan a él todos los cargados de pecados, cuidados y cansancio. Tenían ansias de derribar los obstáculos que Satanás había ido amontonando para impedir a los hombres que viesen las promesas y fueran directamente a Dios confesando sus pecados y obteniendo perdón y paz.

      Los misioneros valdenses se empeñaban en descubrir a los espíritus investigadores las verdades preciosas del evangelio, y con muchas precauciones les presentaban las porciones de las Santas Escrituras esmeradamente escritas. Su mayor gozo era infundir esperanza a las almas sinceras y agobiadas por el peso del pecado, que no podían ver en Dios más que un juez justiciero y vengativo. Con voz temblorosa y lágrimas en los ojos y muchas veces hincados de hinojos, presentaban a sus hermanos las preciosas promesas que revelaban la única esperanza del pecador. De este modo la luz de la verdad penetraba en muchas mentes obscurecidas, disipando las nubes de tristeza hasta que el sol de justicia brillaba en el corazón, impartiendo salud con sus rayos. Frecuentemente se leía una y otra vez alguna parte de las Sagradas Escrituras a petición del que escuchaba, que quería asegurarse de que había oído bien. Lo que más les gustaba oir repetir eran estas palabras: "La sangre de Yahshua su Hijo, nos limpia de todo pecado." (1 S. Juan 1:7.) "Como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que el Hijo del hombre sea levantado; para que todo aquel que en él creyere, no se pierda, sino СКАЧАТЬ