La Santa Biblia - Tomo III. Johannes Biermanski
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Название: La Santa Biblia - Tomo III

Автор: Johannes Biermanski

Издательство: Автор

Жанр: Религия: прочее

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isbn: 9783959633420

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СКАЧАТЬ pretensiones de Roma. Comprendieron la nulidad de la mediación de hombres o ángeles en favor del pecador. Cuando la aurora de la luz verdadera alumbraba sus entendimientos exclamaban con alborozo: "El Mesías es mi Sacerdote, su sangre es mi sacrificio, su altar es mi confesionario." Confiaban plenamente en los méritos de Yahshua, repitiendo las palabras: "Sin fe es imposible agradar a Elohim (D-os)." (Hebreos 11:6.) "Porque no hay otro nombre debajo del cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos." (Hechos 4:12.)

      La seguridad del amor del Salvador era cosa que muchas de estas pobres almas agitadas por los vientos de la tempestad no podían concebir. Tan grande era el alivio que les traía, tan inmensa la profusión de luz que sobre ellos derramaba, que se creían arrebatados al cielo. Con plena confianza ponían su mano en la del Mesías; sus pies estaban afirmados sobre la Roca de los Siglos. Todo temor de la muerte había sido desechado. Ya podían ambicionar la cárcel y la hoguera si de este modo podían honrar el nombre de su Redentor.

      Así se sacaba la Palabra de YAHWEH en lugares ocultos y era leída a veces a una sola alma, y en ocasiones a algún pequeño grupo que deseaba con ansias la luz y la verdad. Con frecuencia se pasaba toda la noche de esa manera. Tan grandes eran el asombro y la admiración de los que escuchaban, que el mensajero de la misericordia, con no poca frecuencia se veía obligado a suspender la lectura hasta que el entendimiento llegara a darse bien cuenta del mensaje de salvación. A menudo se proferían palabras como éstas: "¿Pero sserá verdad que Dios aceptará mi ofrenda?" "¿Me mirará con ternura?" "¿Me perdonará?" La respuesta que se les leía era: "¡Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados [trabajados y cargados], y yo os daré descanso!" (S. Mateo 11:28)

       La fe se agarraba de las promesas, y se oía esta alegre respuesta: "Ya no habrá que hacer más peregrinaciones, ni viajes penosos a los santuarios. Puedo acudir a Yahshua, tal como soy, pecador e impío, seguro de que no desechará la oración de arrepentimiento. 'Perdonados te son tus pecados.' ¡Los míos, sí, aun los míos pueden ser perdonados!"

      Un raudal de santo gozo llenaba el corazón, y el nombre de Yahshua era ensalzado con alabanza y acción de gracias. Aquellas almas felices volvían a sus hogares a derramar luz, para repetir a otros, lo mejor que podían, su nueva experiencia, de que habían encontrado el verdadero Camino. Había un poder extraño y solemne en las palabras de la Santa Escritura que hablaba directamente al corazón de aquellos que anhelaban la verdad. Era la voz de Dios que llevaba el convencimiento a los que oían.

      El mensajero de la verdad proseguía su camino; pero su apariencia humilde, su sinceridad, su formalidad y su fervor profundo se prestaban a frecuentes observaciones. En muchas ocasiones sus oyentes no le preguntaban de dónde venía ni adónde iba. Tan embargados se hallaban al principio por la sorpresa y después por la gratitud y el gozo, que no se les ocurría hacerle preguntas. Cuando ellos insistían en que él los acompañara a sus casas, contestaba que debía primero ir a visitar las ovejas perdidas del rebaño. Entonces se preguntaban se sería un ángel del cielo.

      En muchas ocasiones no se volvía a ver al mensajero de la verdad. Se había marchado a otras tierras, o su vida se consumía en algún calabozo desconocido, o quizá sus huesos blanqueaban en el sitio mismo donde había muerto dando testimonio a la verdad. Pero las palabras que había pronunciado no podían desvanecerse. Hacían su obra en el corazón de los hombres, y sus preciosos resultados no se conocerán debidamente más que en el día del juicio.

      Los misioneros valdenses invadían el reino de Satanás incitando los poderes de las tinieblas a mayor vigilancia. Cada esfuerzo que se hacía para que la verdad avanzara era observado por el príncipe del mal, y éste atizaba los temores de sus agentes. Los jefes papistas vieron peligrar su causa debido a los trabajos de estos humildes viandantes. Si se le permitía que la luz de la verdad brillara sin impedimento, había de hacer desaparecer las densas nieblas del error que envolvía a la gente; había de guiar hacia Dios solo los espíritus de los hombres, y destruiría al fin la supremacía de Roma.

       La sola existencia de estos creyentes que guardaban la fe de la primitiva grey {asamblea} era un testimonio constante contra la apostasía de Roma, y esta circunstancia era lo que despertaba el odio y la persecución más implacables. Era además una ofensa que Roma no podía tolerar el que se negasen a entregar las Sagradas Escrituras. Determinó raerlos de la superficie de la tierra. Entonces empezaron las más terribles cruzadas contra el pueblo de YAHWEH en sus hogares de las montañas. Lanzáronse inquisidores sobre sus huellas, y entonces la escena del inocente Abel cayendo ante el asesino Caín repitióse con frecuencia.

      Una y otra vez fueron desolados sus feraces campos, destruídas sus habitaciones y sus capillas, de modo que de lo que había sido campos florecientes y hogares de cristianos sencillos y hacendosos no quedaba más que un desierto. Como la fiera que se enfurece más y más al probar la sangre, así se enardecía la saña de los papistas con los sufrimientos de sus víctimas. A muchos de estos testigos de la fe pura se les perseguía por las montañas y se les cazaba por los valles donde estaban escondidos, entre bosques espesos y cumbres roqueñas.

      Ningún cargo se le podía hacer al carácter moral de esta gente proscrita. Sus mismos enemigos la tenían por gente pacífica, sosegada y piadosa. Su gran crimen consistía en que no querían adorar a Dios conforme a la voluntad del papa. Y por este crimen se les arrojaba toda clase de humillaciones, insultos y torturas que los hombres o los diablos {demonios}podían inventar.

      Una vez que Roma resolvió exterminar la secta odiada, el papa expidió una bula en que los condenaba como herejes y los entregaba a la matanza. (Véase el Apéndice.)

      EL Apéndice: EDICTO CONTRA LOS VALDENSES. - El texto completo del expedido, en 1487, por Inocencio VIII contra los valdenses (cuyo original se halla en la biblioteco de la universidad de Cambridge) puede leerse en latín y francés en la obra de J. Léger, "Histoire des églises vaudoises," lib. 2, cap. 2, págs. 8-10 (Leide, 1669).

      No se les acusaba de holgazanes, ni de deshonestos, ni de desordenados, pero se declaró que tenían una apariencia de piedad y santidad que seducía "a las ovejas del verdadero rebaño." Por lo tanto el papa ordenó que si "la maligna y abominable secta de malvados," rehusaba abjurar, "fuese aplastada como serpiente venenosa." (Wylie, lib. 16, cap. 1.) ¿Esperaba este altivo potentado encontrarse otra vez con estas palabras ? ¿ Sabría que se hallaban archivadas en los libros del cielo para confundirle en el día del juicio? "En cuanto lo hicisteis a uno de los más pequeños de éstos mis hermanos," dijo Yahshua, "a mí lo hicisteis." (S. Mateo 25:40.)

      En esta bula se convocaba a todos los miembros de la iglesia en una cruzada contra los herejes. Como incentivo para persuadirlos a que tomaran parte en tan despiadada empresa, "absolvía de toda pena o penalidad eclesiástica, tanto general como particular a todos los que se unieran a la cruzada, quedando de hecho libres de cualquier juramento que hubieran prestado; declaraba legítimos sus títulos sobre cualquiera propiedad que hubieran adquirido ilegalmente, y prometía la remisión de todos sus pecados a aquellos que mataran a cualquier hereje. Anulaba todo contrato hecho a favor de los valdenses; ordenaba a los criados de éstos que los abandonasen; les prohibía a todos que les prestasen ayuda de cualquiera clase y los autorizaba para tomar posesión de sus propiedades." (Wylie, lib. 16, cap. 1.) Este documento muestra a las claras qué espíritu satánico obraba detrás del escenario; es el rugido del dragón, y no la voz del Mesías, lo que en él se dejaba oír.

      Los СКАЧАТЬ