Las zonas oscuras de la democracia. Jorge Eduardo Simonetti
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СКАЧАТЬ necesarias para el ejercicio de un gobierno con participación popular.

      Ante el dilema de la defensa contra estados más poderosos, y la regulación del comercio y las finanzas, muchas ciudades-estado constituyeron federaciones o alianzas entre sí, pero la solución permanente se hallaría creando el producto revolucionario de la modernidad democrática: la representatividad.

      Cómo todo cambio fundamental en la historia política de los pueblos, los cambios no surgen tanto de las especulaciones filosóficas cuánto de las soluciones prácticas a problemas manifiestos.

      Cerca del año 800, en el norte de Europa la participación popular comenzó a instrumentarse a través de asambleas locales, que luego se extendieron a asambleas regionales y nacionales. Ello ocurrió con los vikingos, en Noruega, Suecia y Dinamarca.

      El primer antecedente de lo que hoy puede considerarse un Parlamento, ocurrió en Islandia en el año 930, con la constitución del denominado Althing (cosa).

      En los valles montañosos de los Alpes, dichas asambleas evolucionaron en cantones autónomos, que eventualmente condujeron a la fundación de la Confederación Suiza del siglo XIII.

      La creación del Parlamento inglés es consecuencia de innovaciones pragmáticas de oportunidad, más que de diseño planificado.

      La democracia parlamentaria inglesa fue el producto de largas luchas que fueron creando prácticas y derechos para los ciudadanos, muchos de éstos arrancados a los monarcas en distintas etapas históricas.

      Tanto su forma de gobierno como su derecho no escrito (el common law) fue logrado con el sedimento de prácticas, usos, leyes y convenciones, que han caracterizado de manera muy particular a la isla. Algún poeta la definió como:

       Una tierra de gobierno estable

       de antiguo y justificado renombre

       dónde la libertad se desliza lentamente

      Los reyes convocaban a los ciudadanos constituidos en consejos, para el resarcimiento de agravios y el ejercicio de funciones judiciales. Con el tiempo, la administración de justicia fue pasando a los tribunales, y los consejos fueron evolucionando a las características de un órgano legislativo. A fines del siglo XV, el sistema inglés revelaba las características de un gobierno parlamentario de estos tiempos. La sanción de leyes requería la aprobación por ambas cámaras y el asentimiento formal del monarca.

      Desde las guerras civiles inglesas a mediados del siglo XVII, facultades importantes comenzaron a pasar al Parlamento, incluyendo aquellas relacionadas con la designación del primer ministro. Para ello, fue fundamental la actividad de las facciones de ese tiempo, los Whigs y los Tories, que más tarde se constituyeron en partidos políticos.

      Sin el apoyo del líder de alguna de las facciones no resultaba posible la aprobación de las leyes ni los impuestos. Cómo consecuencia de ello, el rey se vio compelido a elegir como Primer Ministro al líder mayoritario de la Cámara de los Comunes. Hacia 1830, el principio que establece que la elección del Primer Ministro y del gabinete reposaba en la Cámara de los Comunes, se arraigó constitucionalmente (en la Constitución no escrita británica).

      Con todo ello, el gobierno parlamentario británico no era todavía democrático por las exigencias de propiedad para tener el derecho al voto, lo que representaba apenas el 5% de la población mayor de 20 años de edad. La Reform Act de 1832, que extendió a cerca del 7 % de la población adulta el derecho al voto, sumada a otras leyes parlamentarias en 1867, 1884 y 1918, para el sufragio masculino universal, y una ley de 1928 que extendía el derecho a las mujeres adultas, completó el combo democrático en la insular Gran Bretaña.

      Las libertades políticas también florecieron de inicio en la nueva comunidad. Alexis de Tocqueville señaló que, mucho antes de la independencia, imperaba en las comunas una activa vida política republicana, que sirvió como motor para el arraigo de las costumbres democráticas de inicio en la ciudadanía.

      Hasta alrededor de 1760, la mayoría de los colonizadores eran leales a la madre patria, pero a partir de que ésta estableciera impuestos directos a sus colonias, a través de la Stamp Act (1765), sobrevinieron protestas públicas, en ocasiones violentas, basados en la creencia que no debían pagar impuestos a un gobierno (el británico) en el cual no estaban representados (“no hay impuestos sin representación”).

      Comenzaba a fortalecerse una identidad norteamericana, en los periódicos hubo un incremento radical del término americans para referirse a la población colonial. Con el estallido de la guerra con Gran Bretaña en 1775, las penurias y sufrimientos como consecuencia de ello, la Declaración de la Independencia de 1776, la huida de los partidarios de la Corona a Canadá e Inglaterra, se completó el sentimiento de pueblo único y autónomo. Se conformó así, una primera confederación de estados poco compacta en el período de 1781-89, y un gobierno federal más unificado bajo la Constitución de 1789.

      Si el Parlamento británico demostró la factibilidad del gobierno representativo, las colonias británicas de Norteamérica, y seguidamente en el propio Estados Unidos independiente, hicieron presente la posibilidad de unir la representación con la democracia.

      Aún en la época colonial, la gran distancia con Londres favoreció el desarrollo de un limitado sistema de representación, forzando a Gran Bretaña a otorgar una autonomía importante a sus colonias. La creación de legislaturas coloniales con representantes elegidos por medio del sufragio, la difusión de la propiedad de bienes raíces (los famosos farmers), la consolidación en las creencias en los derechos fundamentales y en la soberanía popular, facilitaron la instalación del sistema democrático a través de la representación.

      La enorme población del nuevo país, y su gran tamaño, determinaron que los delegados a la Convención Constituyente (1787) tuvieran en claro que el gobierno federal podía constituirse sólo mediante la elección de representantes, práctica con la que los delegados estaban familiarizados con sus respectivas experiencias en los gobiernos estaduales y, antes, por sus relaciones con el gobierno inglés. Fue obvio, además, que el carácter representativo del gobierno debería extenderse a los niveles inferiores –territorios, estados y municipalidades- con poderes acotados, sin por ello abandonar, en muchos casos, el funcionamiento de las asambleas directas de ciudadanos, como el caso de Nueva Inglaterra.

      Si bien muchos de los delegados a la convención y también varios pensadores, consideraba pernicioso a los partidos políticos, “la ponzoña de las repúblicas” los denominaban, pronto se hizo evidente la necesidad de su existencia en el sistema norteamericano, para cumplimentar la tarea de articulación de la democracia representativa, asignándoles la tarea de selección de candidatos a ocupar cargos en los distintos niveles y fomentar la competencia en las elecciones.

      La respuesta de los norteamericanos a los interrogantes básicos de la democracia fue dada a su manera:

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