Название: Las zonas oscuras de la democracia
Автор: Jorge Eduardo Simonetti
Издательство: Bookwire
Жанр: Зарубежная прикладная и научно-популярная литература
isbn: 9789878705477
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Magnánima, le pusiste el cuerpo a las inconsistencias humanas, a las que en tu nombre generaron verdaderas autocracias, a quienes, derrotados en su política incompatible con la condición humana, osaron resurgir bajo el engañoso paraguas de la radicalización democrática, a quienes pretendieron utilizarte meramente desde el discurso político y no desde los hechos concretos, a quienes no entendieron que tus males su curan con más y no con menos de tu genética pluralista.
En las buenas estuviste para brindarnos tu impronta, tu organización, tus objetivos; en las malas para iluminar las noches oscuras con tus valores.
Y yo puedo decirte, con una mano en el corazón, que comí de tu mano, curé mis heridas en tu regazo y me eduqué en los pliegues de tu infinita sabiduría. Yo supe que era verdad aquello que me decía uno de tus sacerdotes más queridos: “con la democracia se come, se cura y se educa”, ¡sí que lo supe!
También me enseñaste a identificar el engaño, la apariencia, la falsa sonrisa, el mensaje artificioso. No les creí cuando difundían la consigna de “democratización de la justicia”, querían utilizar tu buen nombre para terminar con tu hija predilecta, la república.
En tus aulas aprendí a diferenciar la autoridad del autoritarismo, el pensamiento plural de la uniformidad alienante, entendí que la solidaridad humana sólo tiene valor cuando compartimos lo que es propio, que no es con monedas de libertad que debemos pagar a los poderosos de turno el precio de la propia dignidad, que el trabajo y no la dádiva nos confiere la ciudadanía completa en tus dominios.
La democracia nace de la voluntad de la ley, se consolida con el cumplimiento de los estándares republicanos y se prolonga en el tiempo a través de la práctica social. Necesita de líderes democráticos, los autócratas sólo pueden generar seguidores, nunca ciudadanos.
En definitiva, querida democracia, no nos debes nada, somos nosotros tus eternos deudores, porque no hemos sabido completar con energía los amplios espacios que nos entregaste para que los administráramos con sabiduría, para en cambio malversar tus principios con propósitos egoístas, declinaciones éticas e inconsistencias fácticas.
Somos los hombres los que debemos defender la democracia, aunque a veces pareciera que es ella la que debe defenderse de nosotros. Diré, entonces, parafraseando a un conocido demócrata: “no preguntes que puede hacer la democracia por ti, pregúntate que puedes hacer tú por ella”.
Sé que la lucha para iluminar tus zonas oscuras nunca termina, está en permanente reconfiguración, precisa de hombres libres, libres de sus temores, de sus fragilidades, de sus egoísmos, dispuestos a no hacerles fácil a los autoritarios, a los que utilizan tu buen nombre para sus propios fines, a los que medran con el esfuerzo ajeno.
En definitiva, quiero seguir contigo, recogiendo tus girones, desplegando tus banderas, defendiendo tus propósitos, porque si te vas, si nos abandonas definitivamente, si piensas que no tenemos remedio, se habrá instalado en la república, definitivamente, la espesa niebla de la autocracia o de la anarquía.
El autor
CAPÍTULO I
La democracia en los tiempos
DEMOCRACIA, ¿QUÉ DEMOCRACIA?
El artículo 1° de la Constitución Nacional, nos estipula que “La Nación Argentina adopta para su gobierno la forma representativa republicana federal, según lo establece la presente Constitución”.
Sancionada en 1853, los constituyentes tenían claramente presente que el nuestro era un país que debía seguir a las tendencias del mundo moderno, la adopción de un sistema de democracia representativa, que hiciera descansar la soberanía en el pueblo en su conjunto, y su ejercicio en los representantes que el mismo eligiera periódicamente.
Un lugar común de nuestras apreciaciones de café fue aquello que “la democracia es el sistema menos malo para vivir”, haciendo referencia a que no existe el modelo ideal de convivencia y que, comparativamente, los otros tienen más defectos que ella.
Obviamente que la apreciación, como todas aquellas que surgen del saber cotidiano de las experiencias, siempre tiene un núcleo de verdad.
La democracia en trazos gruesos define el dispositivo hasta hoy más justo para organizar la convivencia entre los seres humanos. Pero son los trazos finos los que nos suministrarán la armonía que queremos para nuestras relaciones civilizadas.
Desde que el mundo es mundo, desde los albores de la civilización, los hombres pusieron de manifiesto su instinto gregario, esa natural inclinación a juntarse con otros seres humanos, compartir un espacio común, relacionarse, ayudarse, complementarse, buscar la manera de calmar las necesidades básicas de comida, vestido, refugio, defensa.
La convivencia, sin dudas, desde sus inicios trajo aparejada problemas adicionales de relacionamiento, distribución de tareas, organización social, administración de la cosa común, normas básicas de coexistencia.
Es allí que, desde el primer momento de gregarismo de la vida, se hizo presente la necesidad de darse reglas para la interacción humana y, a su vez, determinar las formas de zanjar las diferencias en la aplicación de las mismas. Solucionar los conflictos en el marco de la organización, constituye el primer atisbo de civilización.
Cada hombre y cada mujer ya no eran uno mismo y su entorno natural, sino uno mismo y su semejante, obligados a salir de su aislamiento y a vivir en un mismo medio, a verse todos los días, a compartir alimentos, a procurarse el techo, a proveer a la defensa común. Ya no es la mera voluntad unipersonal la que se impone siempre, paulatinamente comenzamos a entregar parte de nuestro libre albedrío en beneficio del conjunto, con la conciencia que es la mejor manera para alcanzar los propios objetivos.
Sin embargo, el hombre no sólo es gregario, sino fundamentalmente social. Precisamente la condición gregaria de muchos animales tiene al hombre en la escala superior en función de sus condiciones de sociabilidad. Y esta condición, está dada por la posibilidad de la comunicación, de la palabra.
La indigencia humana no es lo único que empuja al hombre hacia los demás, sino su necesidad de comunicación, su capacidad para poner en conocimiento del “otro” aquello que considera relevante para la vida, incluso más allá de la mera conveniencia y necesidad personal. La palabra constituye el nexo entre los seres humanos. “El hombre es un ser comunicativo en el sentido estricto del término: busca poner en común incluso su misma vida a través de la amistad, entendida como reconocimiento mutuo, conocimiento de la recíproca benevolencia”1
Para Aristóteles “la razón por la cual el hombre es, más que la abeja o cualquier animal gregario, un animal político es evidente: la naturaleza, como solemos decir, no hace nada en vano, y el hombre es el único animal que tiene palabra. La voz es signo del dolor y del placer, y por eso la tienen también los demás animales, pues su naturaleza llega hasta tener sensación de dolor y de placer y significársela unos a otros; pero la palabra es para manifestar lo conveniente y lo dañoso, lo justo y lo injusto, y es exclusivo del hombre, frente a los demás animales el tener él sólo el sentido del bien y del mal, de lo justo y lo injusto, etc., y es la comunión de estas cosas lo que constituye la casa СКАЧАТЬ