Cuentos completos. Эдгар Аллан По
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Читать онлайн книгу Cuentos completos - Эдгар Аллан По страница 44

Название: Cuentos completos

Автор: Эдгар Аллан По

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Colección Oro

isbn: 9788418211171

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СКАЧАТЬ alrededor cedía ante la depresión y se aplastaba, todo, menos el fuego de las siete lámparas de hierro que alumbraban nuestro desenfreno. Se alzaban en altas y finas líneas de luz, seguían ardiendo, leves y serenas y en el espejo que producía su resplandor en la redonda mesa de ébano en la cual nos sentábamos, cada uno observaba la lividez de su propio rostro y el nervioso brillo en las derrotadas miradas de sus compañeros. No obstante, nos reíamos y nos entusiasmábamos a nuestra manera —llena de histeria—, y entonábamos las canciones de Anacreonte —llenas de demencia—, y bebíamos cuantiosamente, aunque el rojo vino nos recordara la sangre. Porque en aquella habitación estaba otro de nosotros en el ser del joven Zoilo. Yacía muerto y amortajado, tumbado cuan largo era, genio y demonio del drama. ¡Él no formaba parte de nuestro júbilo! pero su aspecto alterado por la plaga, y sus ojos, donde la muerte solo había sosegado a medias el ardor de la pestilencia, parecían atender nuestra alegría, como, a lo mejor, los muertos se interesan por la alegría de aquellos que van a morir. Pero aunque yo, Oinos, podía sentir que los ojos del muerto se fijaban en mí, me exigía a no apreciar la amargura de su expresión. Y mientras observaba fijamente las depresiones en el espejo de ébano, cantaba en voz alta y armoniosa las canciones del hijo de Teos.

      Sin embargo, mis canciones se fueron silenciando poco a poco y sus ecos, hundiéndose entre las sombrías cortinas de la habitación, se debilitaron hasta tornarse inaudibles y se apagaron del todo. Y entonces, de aquellas tétricas cortinas, donde se hundían los sonidos de la canción, se desprendió una oscura e indeterminada sombra, una sombra como aquella que la luna podría sacar del cuerpo de un hombre cuando está baja, pero esta no era la sombra de un hombre o de un dios, tampoco de ninguna cosa conocida. Y, después de vibrar un instante entre las cortinas de la habitación, quedó finalmente, a plena vista sobre la superficie de la puerta de bronce. Pero la sombra era vaga y amorfa, sin definición, y repito, no era la sombra de un hombre o de un dios, ni un dios de Grecia, ni un dios de Caldea, ni un dios egipcio. Y la sombra se inmovilizó en la entrada de bronce, bajo el arco de la puerta, y sin moverse y sin decir nada, permaneció quieta. Y la puerta donde estaba aquella sombra, si recuerdo bien, se levantaba frente a los pies del amortajado joven Zoilo. Pero nosotros, los siete allí reunidos, al ver cómo la sombra surgía desde las cortinas, no osamos contemplarla de lleno, sino que bajamos nuestros ojos y vimos fijamente las profundidades del espejo de la mesa de ébano. Y finalmente, yo, Oinos, susurrando en voz muy queda, le pregunté a la sombra cuál era su morada y cuál era su nombre. Y ella contestó: “Yo soy SOMBRA, y mi morada está al lado de las cavernas de Ptolemáis, y cerca de las tenebrosas planicies de Clíseo, que rodean el infecto canal de Caronte”.

      Y entonces los siete nos alzamos aterrorizados y nos quedamos temblando de pie, agitados y demacrados, porque el timbre de voz de la sombra no era el timbre de un solo ser, sino el de un conjunto de seres que modificando sus cadencias de una sílaba a otra, penetraban tenebrosamente en nuestros oídos con los timbres familiares y muy recordados de miles y miles de amigos muertos.

      Cuatro bestias en una

      El hombre camaleopardo

      Chacun a ses vertus.

      Crebillon, Jerjes

      Generalmente, Antíoco Epífanes es considerado igual que Gog, el del profeta Ezequiel. Mas este honor se le puede otorgar con mayor propiedad a Cambises, hijo de Ciro. De igual manera, no es necesario ningún embellecimiento suplementario para el carácter del soberano sirio. Su llegada al trono, o mejor dicho, su despojo de la soberanía en el año ciento setenta y uno antes de Cristo, así como su intento de saquear el templo de Diana en Éfeso, su despiadado antagonismo hacia los judíos, su violación del santo de los santos y, después de un sedicioso reinado durante once años, su miserable muerte en Taba, son hechos definitivamente relevantes y mucho más considerados por los historiadores de su época que las impías, pusilánimes, crueles, idiotas y ridículas acciones que constituyen la totalidad de su vida privada y su notoriedad.

      Imagine usted, simpático lector, que nos encontramos en el año tres mil ochocientos treinta del mundo, e imaginemos por un instante que estamos en la importante ciudad de Antioquía en la más horrenda de las moradas humanas. Por cierto, en Siria y en otros países había dieciséis ciudades en total con este nombre, aparte de aquella a la que estoy aludiendo. La nuestra es la que llevaba el nombre de Antioquía Epidafne motivado a su cercanía con el pueblo de Dafne, donde se encontraba un templo en honor a dicha divinidad. Aunque el tema es muy discutido, la ciudad fue construida en recuerdo de su padre Antíoco por Seleuco Nicanor, primer rey del país después de Alejandro Magno, y esta no tardó en transformarse en la capital de los monarcas sirios. En los prósperos tiempos del imperio romano, Antioquía era el lugar de residencia habitual del prefecto de las provincias orientales e infinidad de emperadores de la ciudad reina —entre quienes cabe recordar, especialmente, a Veras y a Valente— transitaron aquí la mayor parte de su tiempo. Sin embargo, debo advertir que ya estamos en la ciudad. Escalemos esa muralla, a fin de observar Antioquía y los territorios que la rodean.

      —¿Qué río tan amplio y veloz es ese que se abre camino entre incontables saltos y en medio de una revuelta multitud de montañas y una, no menos confusa, multitud de edificios?

      —Es el Orontes. Sus aguas son las únicas que pueden observarse, aparte de las del Mediterráneo, y que se extienden como un gran espejo a unas doce millas al sur. Todo el mundo ha observado el mar Mediterráneo, pero déjeme decirle que muy pocos han podido alcanzar un indicio de Antioquía. Cuando digo que son pocos, me refiero a personas como usted y como yo, que tenemos las ventajas de una educación moderna al mismo tiempo. Así que deje de observar el mar y preste toda su atención al conjunto de edificios que se despliega debajo de nosotros. No olvide que estamos en el año tres mil ochocientos treinta del mundo. Si fuera más adelante —por ejemplo, si estuviéramos en el año mil ochocientos cuarenta y cinco de Nuestro Señor—, no podríamos observar tan magnífico espectáculo. Antioquia, en el siglo diecinueve es —o mejor dicho, será— un terrible montón de escombros. Para ese momento quedará destruida, en tres momentos diferentes, por tres terremotos sucesivos, y se debe señalar que lo poco que subsista de ella quedará en un estado tan arruinado y empobrecido que el patriarca trasladará su morada hacia Damasco. ¡Perfecto! Ya veo que usted aprovecha mi recomendación y se dedica a examinar los lugares,

      satisfaciendo sus ojos

      con las memorias y los famosos monumentos

      que le dan tanto renombre a esta ciudad.

      ¡Oh, discúlpeme! me olvide de que Shakespeare no surgirá hasta dentro de mil setecientos cincuenta años. Pero veamos: ¿no justifica usted que la apariencia de Epidafne la considere como grotesca?

      —Es una ciudad muy bien fortificada, y este aspecto es debido tanto a la naturaleza como al arte.

      —Es verdad.

      —Posee una maravillosa cantidad de esplendorosos palacios.

      —Así es.

      —Y sus abundantes templos, tan ostentosos como magníficos, pueden compararse con aquellos más exaltados en la antigüedad.

      —Tiene razón. Pero también existen innumerables cabañas de barro y aborrecibles barracas. No podemos dejar de observar la cantidad de suciedades lanzadas en las calles y en el arroyo, y si no fuera por las permanentes humaredas de incienso de los idólatras no cabe duda de que la fetidez sería insoportable. ¿Alguna vez vio usted callejuelas tan ahogadamente angostas o edificios tan asombrosamente altos? ¡Qué tipo de penumbra lanzan sus sombras sobre la tierra! Afortunadamente, las temblorosas lámparas de aquellas columnas se mantienen prendidas durante el día, porque de otro modo, presenciaríamos las tinieblas de Egipto en la época de su desolación.

      —¡Sí, es en efecto un insólito lugar! ¿Qué СКАЧАТЬ