Название: Cuentos completos
Автор: Эдгар Аллан По
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
Серия: Colección Oro
isbn: 9788418211171
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Al otro lado de la dama obesa, a su izquierda se encontraba sentado un hombre pequeñito y viejo, hinchado, asfixiado y gotoso. Sus mejillas caían sobre sus hombros como dos grandes botas de vino de Oporto. Con los brazos cruzados y una de sus piernas cubierta de vendajes y apoyada sobre la mesa, parecía verse a sí mismo como si él mereciera alguna consideración. Era evidente que sentía mucho orgullo por cada centímetro de su envoltura personal, pero sentía un gozo aún más intenso al captar las miradas por su color tan vistoso. La verdad es que ese traje, sobre todo, no debía haberle costado tanto dinero y era de tal naturaleza que le sentaba muy bien, pues no era más que una de esas fundas de seda ricamente bordadas, que en Inglaterra y también en otros países, cuelgan sobre las casas de las grandes familias ausentes en lugares muy visibles.
A su lado, a la derecha del presidente, estaba sentado un caballero con largas medias blancas y un calzón de algodón. Todo su cuerpo se sacudía de una manera muy risible a causa de un tic nervioso que Tarpaulin llamaba las angustias de la embriaguez. Sus mandíbulas, recientemente afeitadas, estaban fuertemente amarradas con un vendaje de muselina y sus brazos, atados por las muñecas de la misma forma, no le permitían servirse los licores que había en la mesa libremente. En opinión de Legs, una precaución necesaria dada la expresión embrutecida de su rostro de biberón. Sin embargo, un par de orejas sorprendentes, que sin lugar a dudas eran imposibles de disimular, emergían en el espacio y eventualmente se las veía moverse por un espasmo al ritmo los tapones que saltaban de las botellas.
El sexto y último, sentado frente al de rostro de biberón, mostraba un porte especialmente tieso y hablando seriamente, al estar afectado de parálisis, debería sentirse muy poco incómodo dentro de su embarazosa vestimenta. Estaba vestido (traje tal vez único en su género) con un divino ataúd de caoba absolutamente nuevo. La parte alta se levantaba como una tapa y cubría su cabeza como un capuchón, dándole a todo su rostro una fisonomía de interés extraordinario. En ambos lados aparecían fabricadas unas bocamangas, tanto por bienestar como por distinción. Sin embargo, este atavío le impedía al infeliz cualquier movimiento y lo obligaba a quedarse quieto en su lugar igual que a sus compañeros y, como estaba apoyado contra su tarima e inclinado de acuerdo a un ángulo de cuarenta y cinco grados, sus dos grandes ojos, aún en su cabeza, giraban y dirigían hacia el techo sus aterradores globos blancuzcos, como totalmente asombrados de su gran tamaño.
Delante de cada invitado se hallaba medio cráneo, el cual servía, a los efectos, de copa. Sobre sus cabezas colgaba un esqueleto humano, mediante una cuerda atada a una de sus piernas y sostenida por una argolla al techo. La otra pierna, que no estaba atada, colgaba del cuerpo en ángulo recto, haciendo bailar y retozar a toda la carcasa trémula cada vez que el viento soplaba y se abría paso en la sala. El cráneo de aquella horrible cosa colgante tenía dentro de sí cierta cantidad de carbón encendido que lanzaba sobre toda la sala un brillo indeterminado pero vivo, iluminando los ataúdes y todo el equipo del empresario de pompas fúnebres que se veía en la habitación amontonado, a gran altura, contra las ventanas e imposibilitando que ningún rayo de luz pudiera salir hacia la calle.
Frente a esta extraordinaria reunión y a su decorado aún más extraordinario, nuestros dos marineros no se comportaron con toda la discreción que se hubiera podido esperar de ambos. Legs, recostándose contra la pared cercana donde se encontraba, abrió su boca y dejó caer su mandíbula inferior mucho más abajo de lo que solía hacer y abrió sus grandes ojos ante el panorama que a ellos se ofrecía, mientras, Hugh Tarpaulin, se inclinó un poco para colocar su nariz al nivel de la mesa y, apoyando sus manos sobre las rodillas, estalló en una risa desenfrenada e inesperada, o sea, en un prolongado, escandaloso y ensordecedor rugido.
Mientras, sin sentirse ofendido frente a un comportamiento tan prodigiosamente grosero, el gran presidente le sonrió con mucha gracia a nuestros intrusos —les hizo una seña colmada de decencia con su cabeza de plumas negras— e incorporándose, tomó por un brazo a cada uno de ellos y los llevó hacia un asiento que las otras personas de la reunión acababan de preparar para ellos. Legs no opuso la menor resistencia y se sentó en el sitio que le señalaban mientras que el galante Hugh, quitando su caballete del lado de la mesa, fue a sentarse con gran alegría al lado de la damisela tísica y, llenando un cráneo de vino tinto lo engulló en honor de una reciprocidad más íntima. Pero, ante semejante presunción, el rígido caballero del ataúd parecía particularmente molesto y aquello hubiese podido traer las más serias consecuencias si, en aquel instante, el presidente no hubiese golpeado con su cetro sobre la mesa para llamar la atención de todos los asistentes ante el siguiente alegato:
—En esta feliz ocasión que se nos ofrece, se convierte en nuestro deber...
—¡Deténgase! —lo interrumpió Legs con ínfulas de gran seriedad—, deténgase allí, le digo, y primero díganos quién es usted y qué hacen aquí, vestidos como horrorosos demonios y tragándose el retuercetripas de nuestro modesto compañero Will Wimble el enterrador y todas las provisiones que él tenía reservadas para el invierno.
Frente a esta inexcusable muestra de mala educación, todo el extraño grupo se levantó medianamente sobre sus pies y comenzó a dar un montón de gritos endemoniados, similares a los primeros que habían llamado la atención de los dos marineros. No obstante, el presidente fue el primero en recobrar su sangre fría y, posteriormente, girándose con gran dignidad hacia Legs, retomó su discurso:
—Con absoluto beneplácito calmaremos la razonable curiosidad por parte de estos ilustres huéspedes, aunque ellos no hayan sido invitados. Sepan pues, que yo soy el soberano de este imperio y que gobierno aquí, sin perjuicio alguno, con el título de Rey Peste I. Esta morada que, muy irrespetuosamente, ustedes imaginan que es la tienda de Will Wimble, el empresario de pompas fúnebres, un personaje al que no conocemos y cuyo nombre plebeyo no había escuchado jamás antes de esta noche, despojado de nuestras reales orejas, esta sala les digo, es la sala del trono de nuestro palacio, dedicada a los consejos de nuestro reino y a otras ocupaciones de un orden sagrado y superior.
»La noble dama sentada frente a nosotros es la Reina Peste, mi serenísima esposa. Los otros ilustres personajes que ustedes observan son nuestra familia y llevan la marca del origen real en sus respectivos nombres: Su gracia el archiduque Pest-Ifero, su gracia el duque Pest-Ilencia, su gracia el duque Tem-Pestuoso y su alteza la serenísima, la archiduquesa Ana-Peste.
»En lo que se refiere —siguió— a su pregunta relativa a los temas que tratamos aquí en consejo, sería una tontería contestarles que dichos temas solo interesan a nuestro interés real y privado y, así pues, interesándonos a nosotros mismos, no tienen en absoluto importancia para ustedes. Pero, en consideración al trato que ustedes podrían demandar en su calidad de invitados y de extranjeros, no dejaremos de informarles que estamos aquí esta noche —preparados por profundas búsquedas y cuidadosas investigaciones— para estudiar, evaluar y establecer urgentemente el espíritu impreciso, las enigmáticas cualidades y la naturaleza de estos incalculables tesoros de la boca: vinos, cervezas y licores de esta excelente ciudad, para de este modo, no solo lograr nuestro objetivo sino para amplificar también la auténtica prosperidad de este rey que no es de este mundo y que reina sobre todos nosotros, cuyos poderíos no tienen límites y cuyo nombre es ¡la Muerte!
—¡Cuyo nombre es Davy Jones! —profirió Tarpaulin ofreciendo a la dama sentada a su lado un cráneo lleno de licor y llenando otro para él.
—¡Depravado granuja! —respondió el presidente dirigiendo su atención hacia el sincero Hugh—, ¡licencioso y aborrecible guasón! Nosotros hemos señalado que en vista de esos derechos que nunca nos sentimos deseosos de violar, incluso con tu obscena persona, aceptamos contestar tus groseras e inoportunas preguntas. No obstante, pensamos que, en vista de su blasfema intromisión en nuestro consejo, es nuestro deber condenarlos, a ti y a tu compañero, a un galón de black-strap cada uno —que beberéis СКАЧАТЬ