Cuentos completos. Эдгар Аллан По
Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу Cuentos completos - Эдгар Аллан По страница 43

Название: Cuentos completos

Автор: Эдгар Аллан По

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Colección Oro

isbn: 9788418211171

isbn:

СКАЧАТЬ personal.

      —Semejante cosa es de la más absoluta imposibilidad —rebatió Legs, a quien los grandes aires y la dignidad del rey Peste I habían generado algunos sentimientos de respeto, y que se había puesto de pie y apoyado en la mesa, mientras hablaba el rey—, pues, si le agradó a su Majestad, no veo cómo sería posible meter en mi cala ni una cuarta parte de ese licor que acaba de mencionar su majestad. No voy a mencionarle todas las mercancías que hemos cargado en nuestro barco, a modo de lastre desde esta mañana, ni tampoco le señalaré los variados licores que hemos embarcado en diferentes puertos, pero si señalaré que, por ahora, tengo un inmenso cargamento de humming-stuff, tomado y correctamente pagado en la taberna del Alegre lobo de mar. Su majestad querrá, pues, ser lo bastante gentil para tomar de buena manera este hecho, porque yo no deseo beber ni una gota más de forma alguna, y menos todavía, ni una gota de esa agua sucia de sentina que manifiesta el nombre de black-strap.

      —¡Amarra eso! —interrumpió Tarpaulin, tan impresionado por lo largo del discurso de su compañero como por la naturaleza de su negativa—. ¡Amarra eso, marinero de agua dulce! ¡Te lo digo yo, muy rápido habrás soltado el mango, Legs! Mi quilla aún es ligera, mientras que la tuya, manifiesto que me parece un poco escorada. Y, con relación a tu parte de carga, pues antes de restarle ni un solo grano, yo encontraré un lugar a bordo para ella, pero...

      —Ese arreglo —lo cortó el presidente— está en total desacuerdo con los términos de la sentencia o condena, ya que su carácter es médico y por lo tanto invariable y sin reclamación. Las condiciones que hemos expuesto aquí serán ejecutadas al pie de la letra y sin un minuto de titubeo, pues de lo contrario nosotros decretaremos que sean atados juntos por el cuello y los talones, y sean apropiadamente ahogados como rebeldes en la barrica de cerveza del Oktoberfest que están viendo allí.

      —¡Qué dictamen! ¡Menudo veredicto! ¡Equitativa, juiciosa sentencia! ¡Un decreto ilustre! ¡Una muy digna, intachable y muy venerable condena! —dijeron todos los integrantes de la familia Peste al mismo tiempo. El rey hizo arrugar su frente con innumerables arrugas, el hombrecito gotoso sopló como un fuelle, la dama de la mortaja de lino hizo balancear su nariz de derecha a izquierda, el caballero del calzón hizo convulsionar sus orejas, la dama del sudario abrió las fauces como un pez agónico, y el hombre del ataúd de caoba se puso aún más tieso y viró sus ojos hacia el techo.

      —¡Ja, ja, ja! —resonó Tarpaulin sofocándose de risa y sin detenerse ante el alboroto general—. ¡Ja, ja, ja! ¡Ja, ja, ja! Pensaba yo, cuando el señor Rey Peste nos condenaba, que con relación a dos o tres galones más o menos de black-strap, esa minucia no es nada para un fuerte y sólido barco, como yo, incluso aunque estuviera bien cargado. Pero cuando se refiere a beber a la salud del Diablo —¡al que Dios perdone!— e inclinarme de rodillas delante de la infame majestad que tenemos aquí, lo que yo sé, y lo sé tan bien como sé que soy un pecador, ¡es que yo no soy Tim Hurlygurly, el follador! Y el por qué no lo soy, es algo que supera los límites de mi inteligencia...

      No le fue posible terminar serenamente su discurso, pues, al nombre de Tim Hurlygurly todos los reunidos saltaron de sus asientos.

      —¡Traición! —exclamó su majestad el rey Peste I.

      —¡Traición! —increpó el pequeño hombre de la gota.

      —¡Traición! —gritó la archiduquesa Ana-Peste.

      —¡Traición! —masculló el caballero de las mandíbulas atadas.

      —¡Traición! —protestó el hombre del ataúd.

      —¡Traición! ¡Traición a su Majestad! —vociferó la mujer de la formidable boca mientras cogía por la parte de atrás de sus calzones al desdichado Tarpaulin, que en ese preciso instante se estaba sirviendo licor en un cráneo, y alegremente lo alzaba en el aire y lo sumergía sin mayor ceremonia dentro del gigantesco barril desfondado y repleto de su cerveza favorita. Moviéndose de aquí para allá durante unos instantes, igual que una manzana en un barril de ponche, finalmente se hundió en el torbellino de espuma que sus movimientos habían levantado naturalmente en el líquido que, de por sí, es altamente espumoso.

      Pero el gran marinero no vio resignadamente el desacierto de su compañero. Lanzando al rey Peste a través de la trampilla abierta del sótano, el valiente Legs la cerró furiosamente a continuación con un juramento y fue corriendo al centro del salón. Una vez allí, agarró el esqueleto colgado sobre la mesa y lo sujetó con tanta fuerza que logró arrancarlo al tiempo que se apagaban los últimos vestigios de luz, y lo lanzó contra el hombrecillo gotoso partiéndole el cerebro. Y luego, se arrojó con todas sus fuerzas contra la fatal barrica de cerveza del Oktoberfest y de Hugh Tarpaulin, lo volcó en un segundo y lo hizo rodar. De él surgió un río de licor tan rabioso, tan fogoso, tan invasor, que la sala se inundó de pared a pared, mientras la mesa se desmoronaba con todo su contenido, caían los caballetes, el tonel de ponche chocaba contra la chimenea y las damas convulsionaban en terribles ataques de histeria.

      Montones de artículos fúnebres se movían de un lado a otro. Los frascos, los cántaros y las gruesas botellas vestidas de junquillo se mezclaban en un enloquecedor revoltillo mientras las garrafas con su faldón de mimbre chocaban desesperadamente contra los toneles reforzados de cuerda. El ser de las angustias quedó ahogado al instante, el caballero paralítico flotaba hacia mar adentro en su ataúd y el triunfante Legs, tomando por el talle a la gorda dama del sudario, se lanzó con ella a la calle, y se encaminó bien derecho en dirección al Free-and-Easy, ciñendo bien el viento y arrastrando al temible Tarpaulin, quien, estornudando tres o cuatro veces, jadeaba y resoplaba detrás de él acompañado de la archiduquesa Ana-Peste.

      Sombra

      Una parábola

      Sí, aunque avanzo por el valle de la Sombra.

      Salmo de David, XXIII

      Ustedes los que leen aún están entre los vivos, pero yo, quien escribe, hace mucho tiempo habré penetrado en la región de las sombras. De verdad ocurrirán ciertas cosas y se entenderán cosas secretas, y pasarán muchos siglos antes de que otros hombres vean este documento. Y cuando lo hayan visto, existirán quienes no crean en él, y habrá otros que lo pondrán en duda, y unos pocos encontrarán razones para pensar frente a las letras aquí talladas con un carácter de hierro.

      El año había sido un año de pavor y de emociones más fuertes que el terror, para las cuales no hay calificativo sobre la tierra. Pues habían sucedido muchos milagros e indicaciones, y muy lejos y en todas partes, en el mar y en la tierra, se abrían las alas negras de la peste. Para todos los versados en la sabiduría estelar, los cielos mostraban una cara siniestra, y para mí, el griego Oinos, entre otros, estaba claro que ya había triunfado la conjunción de aquel año 794, en el cual, a la llegada de Aries, el planeta Júpiter queda en conjunción con el anillo rojo del pavoroso Saturno. Si no me equivoco demasiado, el especial espíritu celeste no solo se manifestaba en el espacio físico de la tierra, sino en las almas, en la fantasía y en las reflexiones de la humanidad.

      En una oscura ciudad de nombre Ptolemáis, en un ilustre palacio, una noche nos encontrábamos siete de nosotros frente a los vasos del vino rojo de Chíos. Y no existía otra entrada a nuestra habitación que una gran puerta de bronce, y dicha puerta había sido elaborada por el artesano Corinnos y, por ser de raro valor, se cerraba desde adentro. En el sombrío edificio, negras cortinas aislaban la luna, las brillantes estrellas y las solitarias calles de nuestra visión, y el augurio y la memoria del mal no podían ser obviados. Estábamos cercados por cosas que no puedo explicar de otra manera, eran cosas materiales y espirituales, lo pesado de la atmósfera, el sentimiento de ahogo, de angustia y por encima de todo, ese espantoso estado de la existencia que alcanzan los seres sensibles cuando sus sentidos están afinadamente vivos y СКАЧАТЬ