Novelas completas. Jane Austen
Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу Novelas completas - Jane Austen страница 67

Название: Novelas completas

Автор: Jane Austen

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Colección Oro

isbn: 9788418211188

isbn:

СКАЧАТЬ y también lo ofrece como prueba de la alta estima en que lo tiene a usted, y en especial como signo de su aprobación por la conducta que usted ha tenido en esta ocasión.

      —¡El coronel Brandon me ofrece a mí un beneficio! ¿Puede ser verdad?

      —La falta de generosidad de sus parientes lo lleva a pasmarse de encontrar amistad en otras partes.

      —No —replicó él, formándose una repentina idea sobre lo que debía haber sucedido—, no de encontrarla en usted, porque no puedo ignorar que a usted, a su bondad, debo todo esto. Lo que siento... si pudiera, lo expresaría; pero, como usted bien sabe, no soy orador.

      —Está muy equivocado. Le aseguro que lo debe por completo, o casi por completo, a su propio mérito, y a la percepción que de él tiene el coronel Brandon. No he tenido participación alguna en esto. Ni siquiera sabía, hasta que me comunicó sus planes, que el beneficio estaba vacante; y tampoco se me había ocurrido que él pudiera otorgar tal beneficio. En tanto amigo mío y de mi familia, puede que quizá... de hecho estoy segura de que su placer en otorgarlo es más grande; pero, le doy mi palabra, usted no debe nada a ninguna intervención mía.

      En honor a la verdad, debía reconocer una participación, aunque fuera pequeña, en la acción; pero al mismo tiempo era tan poco lo que deseaba aparecer como la benefactora de Edward, que lo admitió con reservas, lo que probablemente contribuyó a que en la mente de él se fijara esa idea que hacía poco le había aparecido como sospecha. Durante algunos momentos después de que Elinor terminó de hablar, se mantuvo sumido en sus pensamientos; finalmente, como haciendo un esfuerzo, dijo:

      —El coronel Brandon parece un hombre de gran valer y respetabilidad. Siempre he escuchado hablar de él en esos términos, y sé que el señor Dashwood, su hermano, lo estima mucho. Sin duda es un hombre de gran sensatez y un perfecto caballero en sus modales.

      —Es cierto —replicó Elinor—, y estoy segura de que, al conocerlo mejor, descubrirá que es todo eso que usted ha escuchado sobre él; y como serán vecinos tan cercanos (porque entiendo que la rectoría es casi colindante con la casa principal), es especialmente importante que sí lo sea.

      Edward no contestó; pero cuando ella volvió la cabeza hacia otro lado, la miró de manera tan seria, tan intensa, tan poco alegre, que con sus ojos parecía decir que, a partir de ese instante, él habría deseado que la distancia entre la rectoría y la mansión fuera mucho mayor.

      —¿El coronel Brandon, según pienso, se aloja en St. James Street? —le dijo a continuación, levantándose de su asiento.

      Elinor le dio el número de la casa.

      —Debo darme prisa, entonces, para manifestarle la gratitud que a usted no he podido ofrecer; para asegurarle que me ha hecho muy... muy feliz.

      Elinor no procuró retenerlo; y se separaron después de que ella le hubo asegurado muy formalmente sus más firmes deseos de felicidad en todos los cambios de circunstancias que debiera vivir; y que él hizo algunos esfuerzos por corresponder los mismos buenos deseos, aunque sin saber bien cómo expresarlos.

      “Cuando lo vuelva a ver”, se dijo Elinor mientras la puerta se cerraba tras él, “lo que veré será el marido de Lucy”.

      Y con esta agradable premonición se sentó a meditar sobre el pasado, recordar las palabras e intentar comprender los sentimientos de Edward; y, por supuesto, a reflexionar sobre su propio disgusto.

      Cuando la señora Jennings volvió a casa, aunque venía de ver a gente que nunca había visto antes y sobre la que, por tanto, debía tener mucho que decir, tenía la mente tanto más llena del importante secreto en su poder que de cualquier otra cosa, que retomó el tema apenas apareció Elinor.

      —Bien, querida —exclamó—, le envié al joven. Estuvo bien, ¿verdad? Y supongo que no se topó con mayores obstáculos. ¿No lo encontró demasiado reacio a aceptar su propuesta?

      —No, señora; no era de esperar tal cosa.

      —Bien, ¿y cuándo estará preparado? Pues parece que todo depende de eso.

      —En realidad —dijo Elinor—, sé tan poco de esta clase de formalidades, que difícilmente puedo hacer conjeturas sobre el tiempo o la preparación que se requiera; pero supongo que en dos o tres meses podrá completar su ordenación.

      —¿Dos o tres meses? —exclamó la señora Jennings—. ¡Dios mío, querida! ¡Y lo dice con tanto sosiego! ¡Y el coronel debiendo esperar dos o tres meses! ¡Que Dios me libre! Creo que yo no tendría aguante. Y aunque cualquiera estaría muy contento de hacerle un servicio al pobre señor Ferrars, ciertamente pienso que no vale la pena esperarlo dos o tres meses. Seguro que se podrá encontrar a alguien más que sirva igual... alguien que ya haya recibido las órdenes.

      —Mi querida señora —dijo Elinor—, ¿de qué está hablando? Pero, si el único objetivo del coronel Brandon es prestarle un servicio al señor Ferrars.

      —¡Que Dios la bendiga, querida mía! ¡No creo que esté intentando convencerme de que el coronel se casa con usted para darle diez guineas al señor Ferrars!

      Tras esto el engaño no pudo continuar, y de inmediato dio paso a una explicación que en el momento divirtió enormemente a ambas, sin pérdida importante de felicidad para ninguna de las dos, porque la señora Jennings se limitó a cambiar una alegría por otra, y todavía sin abandonar sus expectativas respecto de la primera.

      —Sí, sí, la rectoría no deja de ser pequeña —dijo, tras la primera fiebre de su sorpresa y satisfacción—, y probablemente necesite arreglos; ¡pero escuchar a un hombre disculpándose, tal como lo pensé, por una casa que, por lo que sé, tiene cinco salas de estar en el primer piso y, según creo haberle escuchado al ama de llaves, tiene cabida para quince camas...! ¡Y para usted también, acostumbrada a vivir en la casita de Barton! Parecía tan ridículo. Pero, querida, debemos sugerirle al coronel que modernice algo la rectoría, que la acomode para ellos antes de que llegue Lucy.

      —Pero el coronel Brandon no parece creer que el beneficio sea bastante para permitirles casarse.

      —El coronel es un papanatas, querida; como él tiene dos mil libras al año para vivir, cree que nadie puede casarse con menos. Le doy mi palabra de que, si estoy viva, haré una visita a la rectoría de Delaford antes de la fiesta de san Miguel; y créame que no pienso ir si Lucy no está allí.

      Elinor era de la misma opinión en cuanto a que probablemente no iban a aguardar más.

      Capítulo XLI

      Tras haber ido a agradecer al coronel Brandon, Edward se dirigió a casa de Lucy con su felicidad a cuestas; y esta era tan grande cuando llegó a Bartlett’s Buildings, que al día siguiente la joven pudo asegurarle a la señora Jennings, que la había ido a visitar para felicitarla, que nunca antes en toda su vida lo había visto tan alegre.

      Por lo menos la felicidad de Lucy y su estado de ánimo no dejaban lugar a dudas, y con gran entusiasmo se unió a la señora Jennings en sus expectativas de un grato encuentro en la rectoría de Delaford antes del día de san Miguel. Al mismo tiempo, estaba tan lejos de negar a Elinor el crédito que Edward le daría, que se refirió a su amistad por ambos con la más entusiasta gratitud, estaba pronta a reconocer cuánto le debían, y declaró abiertamente que ningún esfuerzo, presente o futuro, que realizara la señorita Dashwood en bien de ellos la sorprendería, puesto que la creía capaz de cualquier cosa por aquellos a quienes realmente apreciaba. En cuanto al coronel Brandon, no solo СКАЧАТЬ