Novelas completas. Jane Austen
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Название: Novelas completas

Автор: Jane Austen

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Colección Oro

isbn: 9788418211188

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СКАЧАТЬ primo no me parece honrada. ¿Por qué tenía que ser él el juez?

      —¿Quiere decir que su intervención no fue afortunada?

      —No veo qué derecho puede tener el señor Darcy para decidir sobre un sentimiento de su amigo y por qué haya de ser él el que dirija y determine, a su juicio, de qué modo ha de ser su amigo feliz. Pero —siguió, conteniéndose—, no sabiendo detalles, no está bien censurarle. Habrá que creer que el amor no tuvo mucho que ver en este caso.

      —Habrá que suponerlo —dijo Fitzwilliam—, pero eso aminora muy tristemente el triunfo de mi primo.

      Esto último lo dijo en broma, pero a Elizabeth le pareció un retrato tan exacto de Darcy que creyó inútil responder. Cambió de conversación y se puso a hablar de cosas sin importancia hasta que llegaron a la casa. En cuanto el coronel se fue, Elizabeth se encerró en su habitación y pensó sin descanso en todo lo que había oído. No cabía duda que el coronel se refiriese a otras personas que a Jane y a Bingley. No podían existir dos hombres sobre los cuales ejerciese Darcy una influencia tan extraordinaria. Nunca había dudado de que Darcy había tenido que ver en las medidas tomadas para separar a Bingley y a Jane; pero el plan y el principal papel siempre lo había atribuido a la señorita Bingley. Sin embargo, si su propia vanagloria no le ofuscaba, él era el culpable; su orgullo y su capricho eran la causa de todo lo que Jane había sufrido y seguía sufriendo todavía. Por él había desaparecido toda esperanza de felicidad en el corazón más tierno y generoso del mundo, y nadie podía calcular todo el mal que había provocado.

      El coronel Fitzwilliam había dicho que “había algunos peros de peso contra la señorita”. Y esos peros serían seguramente el tener un tío abogado de pueblo y otro comerciante en Londres...

      “Contra Jane —pensaba Elizabeth— no había ninguna objeción posible. ¡Ella es la gracia y la generosidad personificadas! Su inteligencia es excelente; su talento, inmejorable; sus modales, atractivos en grado sumo. Nada había que objetar tampoco contra su padre que, en medio de sus rarezas, poseía aptitudes que no despreciaría el propio Darcy y una respetabilidad que acaso este no lograse jamás”. Al acordarse de su madre, su confianza se debilitó un poquito; pero tampoco admitió que Darcy pudiese oponerle ninguna objeción profunda, pues su orgullo, estaba convencida de ello, daba más importancia a la falta de categoría de los posibles parientes de su amigo, que a su falta de razón. En resumidas cuentas, había que pensar que le había impulsado por una parte el más empecinado orgullo y por otra su deseo de preservar a Bingley para su hermana.

      El nerviosismo y las lágrimas le dieron a Elizabeth un dolor de cabeza que se acrecentó por la tarde, y sumada su dolencia a su deseo de no ver a Darcy, decidió no ir con sus primos a Rosings, donde estaban invitados a tomar el té. La señora Collins, al comprobar que estaba realmente indispuesta, no insistió, e impidió en todo lo posible que su marido lo hiciera; pero Collins no pudo ocultar su temor de que lady Catherine se enfadase con la ausencia de Elizabeth.

      Capítulo XXXIV

      Cuando todos se habían ido, Elizabeth, como si quisiera acrecentar su enfado contra Darcy, se dedicó a repasar todas las cartas que había recibido de Jane desde que se hallaba en Kent. No contenían quejas ni nada que probase que se acordaba de lo pasado ni que indicase que sufría por ello; pero en conjunto y casi en cada línea faltaba la alegría que acostumbraba a caracterizar el estilo de Jane, alegría que, como era natural en un carácter tan sosegado y cariñoso, casi nunca se había marchitado. Elizabeth se fijaba en todas las frases reveladoras de angustia, con una minuciosidad que no había puesto en la primera lectura. El vergonzoso alarde de Darcy por el daño que había causado le hacía sentir más descarnadamente el sufrimiento de su hermana. Le consolaba algo pensar que dentro de dos días estaría de nuevo junto a Jane y podría contribuir a que recobrase el ánimo con los cuidados que solo el cariño puede hacer.

      No podía pensar en la marcha de Darcy sin tener presente que su primo se iba con él; pero el coronel Fitzwilliam le había dado a entender con claridad que no podía pensar en ella.

      Mientras se hallaba meditando todo esto, la sobresaltó la campanilla de la puerta, y abrigó la esperanza de que fuese el mismo coronel Fitzwilliam que ya una vez las había visitado por la tarde y a lo mejor iba a preguntarle cómo se encontraba. Pero pronto desechó esa idea y siguió pensando en sus cosas cuando, con un susto enorme, vio que Darcy entraba en el salón. Enseguida empezó a preguntarle, muy nervioso, por su salud, atribuyendo la visita a su deseo de saber que se encontraba mejor. Ella le contestó amable pero fríamente. Elizabeth estaba perpleja pero disimuló. Después de un silencio de varios minutos se acercó a ella y muy agitado declaró:

      —He luchado inútilmente. Ya no puedo más. Soy incapaz de contener mis sentimientos. Permítame que le diga que la admiro y la amo con locura.

      El pasmo de Elizabeth fue inenarrable. Enrojeció, se quedó mirándole fijamente, indecisa y muda. Él lo interpretó como un signo favorable y continuó manifestándole todo lo que sentía por ella desde hacía tiempo. Se explicaba bien, pero no solo de su amor tenía que referirse, y no fue más expresivo en el tema de la ternura que en el del orgullo. La inferioridad de Elizabeth, la humillación que significaba para él, los obstáculos de familia que el buen juicio le había hecho anteponer siempre a la estimación. Hablaba de estas cosas con un ardor que reflejaba todo lo que le herían, pero todo ello no era lo más favorable para apoyar su petición.

      A pesar de toda la antipatía tan honda que le profesaba, Elizabeth no pudo permanecer insensible a las manifestaciones de cariño de un hombre como Darcy, y aunque su opinión no varió en lo más mínimo, se entristeció de momento por la decepción que iba a llevarse; pero el lenguaje que este utilizó después fue tan insultante que toda la compasión se convirtió en cólera. Sin embargo, trató de responderle sosegadamente cuando acabó de hablar. Finalizó asegurándole la firmeza de su amor que, a pesar de todos sus esfuerzos, no había podido vencer, y aguardando que sería premiado con la aceptación de su mano. Por su manera de expresarse, Elizabeth advirtió que Darcy no ponía en duda que su respuesta sería afirmativa. Hablaba de temores y de ansiedad, pero su aspecto revelaba una seguridad total. Esto la ponía más furiosa y cuando él terminó, le contestó con las mejillas rojas de cólera:

      —En estos casos creo que se acostumbra a expresar cierto agradecimiento por los sentimientos expresados, aunque no puedan ser igualmente correspondidos. Es natural que se sienta esta obligación, y si yo sintiese reconocimiento, le daría las gracias. Pero lo siento; nunca he ambicionado su estima, y usted me la ha concedido muy en contra de su voluntad. Siento haber hecho daño a alguien, pero ha sido sin pretenderlo, y espero que ese daño dure poco tiempo. Los mismos sentimientos que, según dice, le impidieron darme a conocer sus intenciones durante tanto tiempo, vencerán sin problemas ese sufrimiento.

      Darcy, que estaba apoyado en la repisa de la chimenea con los ojos fijos en el rostro de Elizabeth, parecía recibir sus palabras con tanta animosidad como sorpresa. Su tez palideció de rabia y todas sus facciones delataban la turbación de su ánimo. Luchaba por guardar las formas, y no abriría los labios hasta que creyese haberlo conseguido. Este silencio fue espantoso para Elizabeth. Finalmente, forzando la voz para aparentar tranquilidad, dijo:

      —¿Y es esta toda la contestación que voy a tener el honor de esperar? Quizá debiera preguntar por qué se me rechaza con tan escasa amabilidad. Pero tanto me da.

      —También podría yo —replicó Elizabeth— preguntar por qué con tan claras intenciones de ofenderme y de insultarme me dice que le gusto en contra de su voluntad, contra su buen juicio y hasta contra su carácter. ¿No es esta una excusa para mi falta de amabilidad, si es que en realidad la he cometido? Pero, además, he recibido otras provocaciones, las conoce usted de sobra. Aunque mis sentimientos no hubiesen sido contrarios a los suyos, aunque hubiesen sido indiferentes o incluso favorables, СКАЧАТЬ